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Josefina Manresa sale de los poemas de Miguel Hernández contra la impunidad franquista

Rosario Pardo como Josefina Manresa, la viuda de Miguel Hernandez

Mónica Zas Marcos

Josefina Manresa cose, le da al pedal de su Singer, habla y canta. Todos la recuerdan como la mujer de Miguel Hernández, pero no son esas las iniciales que aparecen en su baúl, sino J.M, de los Manresa de Orihuela de toda la vida.

Aunque la pareja estuvo separada a la fuerza durante décadas (primero por trabajo y luego por la represión franquista), la sombra de él traspasó los barrotes, alargada, hasta cubrir la total existencia de su viuda.

A Josefina se la conoce como la pastora de los besos de Miguel, la esposa de mi piel, gran trago de mi vida, la desgraciada que le respondió con acidez y recato al cortejo. No fue solo musa del poeta del pueblo. En 1980, ella escribió su versión de la historia, con mucha ayuda porque sus manos estaban más hechas a la aguja que a la pluma, y publicó Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández.

De título un tanto injusto -pues ahí se describen momentos mucho anteriores a ser la viuda y la esposa de nadie-, sirvió al menos para completar la versión hasta entonces conocida y poner de manifiesto la prodigiosa memoria de Manresa. Fueron años de injusticia y martirio que conocimos a través de las Nanas de la cebolla, así que ahora el Teatro del Barrio ofrece la contraparte femenina del relato en Los días de la nieve, un monólogo inspirado en la Josefina anciana.

“La obra de Miguel Hernández existe gracias a Josefina. Porque, cuando él murió, enterró los escritos en su jardín y en desvanes para que los franquistas no la encontrasen y la destruyesen”, explica el director de la función, Chema del Barco. No solo hizo eso, sino que se enfrentó a buitres interesados que intentaron (y muchas veces consiguieron) arrebatarle algunos de sus recuerdos más valiosos para sacar provecho de ellos.

La actriz Rosario Pardo (Crónicas marcianas, Cuéntame) se mete en la piel ajada de Manresa y relata su vida a modo de cuento. Se lo narra al público como si fuese una clienta de su humilde atelier en Elche, donde trabajó hasta el final de sus días. Medio ciega y ayudada por unas gafas que le regaló Vicente Aleixandre, la septuagenaria no da puntada sin hilo, ni sobre el vestido azul en el que trabaja ni cuando recuerda cómo le arrebataron a su marido.

“Lo que sufrió Miguel. Se le pusieron los pies negros del frío. Se le quemaron. Y las palizas. Y dejarlo solo encerrado un mes entero. Eso no se le hace a un hombre. ¿Qué país es este?”, exclama en un momento. Pero no todos los recuerdos son de la cárcel, ni son tan dramáticos. Josefina también habla de sus inicios en la costura, de su luna de miel, de su padre y de lo feliz que le hacían las anécdotas y chistes de Hernández.

Los días buenos, los menos

Josefina Manresa nació en Quesada, un pueblecito de Jaén, pero pronto su numerosa familia se trasladó al cuartel de Orihuela, donde destinaron a su padre como guardia civil. No tenía necesidad, pero comenzó a trabajar a los trece años en una fábrica de seda situada en la misma calle donde vivía un mozo llamado Miguel Hernández.

“Decían que era un muchacho muy poético. Y a mí eso me sonaba casi a diabólico”, dice Josefina en boca de Rosario. Al final, el joven conquistó con un soneto a esa chica morena que no le quería dar ni un nombre. “Satélite de ti no hago otra cosa, si no es una labor de recordarte. Para ti”, le escribió el galán en una nota sin remitente.

Dice que no quemaron su amor porque lo vivieron despacio, entre la prudencia de una y los viajes a Madrid del otro. “Tú fíjate en que todos los que hablan mal de esas cosas, tan naturales como el mear, son solteronas o curas: las dos clases de persona que menos falta hacen en el mundo porque lo envenenan”, le escribía Miguel en sus cartas cuando se impacientaba. Él, que empezó siendo tan católico como ella y “luego fue lo contrario”.

La segunda estancia en Madrid de Hernández no la superaron, cuando él comenzó a juntarse con la Generación del 27 y a conocer a artistas independientes y liberadas del pudor de las provincias. Pero ninguna de ellas le hizo olvidarse de Josefina: “He sabido que mujeres como tú hay pocas y he apreciado más tu valor de esa manera. Haz el favor de decirme si aún puedo contar con tu apoyo en mi vida”. Y lo hizo, de por vida.

Contra cotillas y buitres

Dice Rosario Pardo que la principal virtud de Josefina Manresa fue “saber perdonar y ser feliz pese a todo”. Porque, después de los momentos dulces, llegó la guerra, la muerte de su padre, la de su madre, la de su primogénito y la de su marido. Le quedó su segundo hijo, que tampoco le sobrevivió y murió en 1984.

Además del trauma implícito en esas duras experiencias, Josefina no se quitó nunca el lastre de ser una mujer de pueblo. Su relación con Miguel Hernández le granjeó todo tipo de críticas, a las que ella se repuso y por las que le siguió defendiendo en soledad. Había de todo: por infidelidades y herejías, pero las peores llegaron cuando un grupo de milicianos asesinó a su padre.

“Las vecinas me decían que si no me daba vergüenza, que como tenía yo un novio rojo habiendo matado éstos a mi padre. Yo me mordía la lengua y seguía caminando, bastante tenía con toda mi tristeza”, recuerda Manresa. Josefina se mantuvo inmóvil ante las embestidas cuando lo odiaban, pero también aguantó cuando ocurrió todo lo contrario y la sociedad empezó a adorar la figura de Miguel Hernández.

Iba mucha gente a su casa y le pedían material que ella prestó con total confianza. Nada de eso le fue devuelto. A partir de entonces, Josefina se volvió muy dura con aquellos que publicaban extractos de la obra de su marido y biografías no oficiales. “Escribió” Memorias de la viuda de Miguel Hernández por la necesidad de enmendar muchos de los errores que fue encontrando en esas publicaciones y perfiles.

No se resignó a que otros hablaran por ella y, lo que no podía escribir, lo contaba a viva voz, para escapar por fin de la etérea e irreal figura de musa del genio. Josefina fue recatada y de carácter luchador. No fue la artífice de una obra tan brillante como la de Miguel, pero la protegió con uñas y dientes porque era lo único que le quedaba de él. Aunque se lo arrebataron como marido, gracias a ella lo tendremos para siempre como maestro.

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