Bajo la parra de su jardín, Vicenç Fisas (Barcelona, 1952) nos muestra gráficos de sus investigaciones sobre la naturaleza de los conflictos. “No dejo de hacerme preguntas —comenta— hasta encontrar la respuesta adecuada”. Su energía es inagotable. De hecho, acaba de publicar Los conflictos etnopolíticos (Catarata), primer volumen de una trilogía, que ya ofrece el segundo, Geopolítica de los Dioses: la religión en los conflictos armados del siglo XXI; y el tercero, Las guerras por el poder político, que aparecerá en enero de 2026.
Fisas, uno de los expertos más reconocido en conflictos y procesos de paz y colaborador de elDiario.es, ha analizado, en el primer volumen, las 58 guerras entre distintos grupos étnicos ocurridas entre 1990 y 2025 en lugares como Afganistán, Ruanda, Bosnia y Siria, entre otros países. Pero, con un hombre que alberga el mapa del mundo en la cabeza, la conversación se amplía para analizar los equilibrios geopolíticos, las relaciones de fuerza, la psicología de líderes autoritarios y la perspicacia necesaria en la solución de conflictos. Una pregunta, sin embargo, late a lo largo de la entrevista, aquella que no ha dejado de aguijonear a nuestro autor: ¿Podemos vivir juntos en paz?
En medio de esta convulsión geopolítica en la que vivimos, de incertidumbre y rearme militar, ¿se atisba un aumento de los conflictos?
No tiene por qué. Lo que está sucediendo es que tanto China como Rusia —que siempre se ponen de acuerdo en las votaciones de la Asamblea General de la ONU—, buscan adeptos hartos del viejo orden gobernado por EEUU y las antiguas potencias coloniales; países que consideran que, el antiguo orden, más que haber defendido sus intereses, los ha expoliado. Y entonces China los seduce con el win-win, un discurso de beneficio comercial, económico, geopolítico y cultural. Es lo que denominamos, en terminología de conflictos, ‘política exterior blanda’.
¿Y en qué consiste esta política de seducción?
En ir introduciéndose lentamente, ‘sin querer queriendo’, como dicen los colombianos, con inversiones y créditos, no donaciones. Es decir, generando deuda externa, sobre todo en África y en América Latina, que no podrá pagarse. China juega esta carta porque posee dinero, y, aunque a la larga esa deuda pueda condonarse, ya ha sometido a esos países. Además, bajo esa lógica de seducción, China se afirma, antes esos países, como una democracia con sello propio.
¿Con la intención de diferenciarse de las democracias liberales europeas?
Exacto. El gigante asiático asegura que sus ciudadanos pueden votar, aunque sea dentro del ámbito de un partido único. Y sobre todo presume de que su sistema funciona porque produce éxito económico.
¿Rusia también acoge ese discurso?
Sí, pero lo completa con la nostalgia del imperio perdido, el de la Gran Rusia. Putin considera Ucrania parte espiritualmente inseparable de esa antigua idea de grandeza. Su discurso siempre introduce elementos religiosos y familiares, dada la concepción tradicional de la familia en Rusia. Por eso, rechaza el mundo LGTBI y se alía con la Iglesia Ortodoxa Rusa, en disputa con la ucraniana. Hablamos de dos patriarcados distintos.
Cada vez hay más populismos que destruyen conceptos de solidaridad, de comprensión y de efectividad; valores, en parte, muy europeos.
En el libro explica que, tras la Segunda Guerra Mundial, aumentaron los conflictos hasta estabilizarse en los años 90, para luego incrementarse ligeramente. ¿A qué se debió ese aumento?
Al proceso de descolonización africano y al de algunos países asiáticos durante los años sesenta. Muchas etnias —comunidades diferenciadas con otro idioma, otra religión y, a veces, otra cultura—, sintieron una marginación territorial, política e identitaria; y, como el gobierno central no atendía sus reivindicaciones, terminaron por formar grupos armados para proteger sus aspiraciones. De ahí que durante esa década surgieran tantas guerrillas y conflictos. Hay que diferenciar, sin embargo, una guerra de un conflicto armado de baja o media intensidad.
¿Y cómo diferenciarlos?
Por la cifra de víctimas. Si en un año se dan más de 1.000 muertos, hablamos del término guerra.
Un dato descarnado.
Ahora, en el tablero global, observas que China trata con prudencia a Rusia, evitando criticarla, ya que pretende no tener opositores si un día decide invadir Taiwán. A veces realiza maniobras frente a sus costas para mostrar músculo, sí, pero a China no le interesa el conflicto militar. Un ejemplo son los uigures de Xinjiang, musulmanes, con una cultura propia. Se encuentran en una situación represiva, en campos de concentración y de reeducación. Es el estilo chino, sin duda, de preferencia por el control social más que por el conflicto armado, con cámaras de reconocimiento facial por todo el país; un sistema, por cierto, que se implantará en todos los países del globo en algunos años. China pretende el dominio marítimo del pacífico y expandirse por África y Europa y América. La ruta de la seda, en fin. Y por eso intenta pacificar y mantener relaciones estables con su entorno.
Calma y sosiego para no interrumpir el comercio y que el negocio fluya.
Exacto. Le interesa el comercio y esparcirse por todo el globo. Y competir, claro está.
Imagino que la guerra arancelaria responde a esta lucha por el comercio internacional.
Sí, unos aranceles en sintonía al lema de Trump de EEUU primero. Al obstaculizar la exportación, cree que atraerá inversiones a EEUU y que muchas empresas construirán fábricas, generando así empleo, negocio y dinero. Su mentalidad es la de un hombre de negocios, hueca de sentido político y ensimismada en el beneficio inmediato. Un día dice algo y al día siguiente cambia de opinión. Su cifra para observar el mundo es la del dinero. Nada más. Xi Jinping, en cambio, es lo opuesto: su mirada se extiende a cuarenta años vista. Trump, que es un errático dictador, se está cargando la democracia en los EEUU y la está vaciando de contenido.
Pero es un fenómeno que está sucediendo en todo el mundo.
Sí. Cada vez hay más populismos que destruyen conceptos de solidaridad, de comprensión y de efectividad; valores, en parte, muy europeos. El discurso político se está transformando. ErdoÄan no habla de trabajadores cuando se refiere a la guerrilla Kurda del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), sino de terroristas. ¿Y sabes por qué? Su plan consiste en liberar a Turquía del terrorismo, y terror y terrorismo comparten la misma raíz verbal.
De hecho, en el libro advierte de la importancia del lenguaje y de las narrativas en el devenir de un conflicto.
Sí. No puedes comprender la guerra de Ucrania sin conocer el trasfondo del discurso ruso. De ahí que Putin esté dispuesto a pagar un precio tan alto. Y cuando analizamos conflictos etnopolíticos debemos entender, por ejemplo, cómo opera el discurso religioso, ya que posee una gran capacidad de movilización. No existen conflictos etnopolíticos de un país con otro, no; sino que ocurren en territorios concretos dentro de un mismo país. Por eso, durante las negociaciones para solucionar este tipo de conflictos se apuesta por fórmulas autonómicas y federalistas; las de independencia suelen ser muy difíciles de lograr.
¿Y cuáles son las principales demandas en un conflicto etnopolítico?
La identidad; es decir, lengua, cultura y religión.
Una demanda que no es de orden económico, sino del ámbito de la dignidad.
Sí, del deseo de ser reconocido como diferente para poder convivir en armonía dentro del propio país; y que, a su vez, permita la decisión del propio futuro mediante el autogobierno, la principal demanda política. Y, cuando una comunidad no siente atendidas sus demandas, suelen aparecer líderes autoritarios que arrastran multitudes.
En ese sentido, usted señala que existe una estrecha relación entre los episodios de odio grupal y los liderazgos autoritarios.
Sí. Estudié los perfiles psicológicos de estos líderes, y ¿sabes qué dos rasgos destacan?
¿El narcisismo?
No. En primer lugar, el pragmatismo.
¿Y por qué?
Ser pragmático significa flexibilidad durante el transcurso de la guerra, porque, según la circunstancia, estos líderes calculan posibilidades para lograr sus fines; incluso, claro está, en una negociación.
¿Y el segundo rasgo?
Su capacidad de comunicación y oratoria. Estos líderes son personajes carismáticos que saben dirigirse al público, especialmente, a los jóvenes, porque saben que estos pueden alistarse a la guerrilla y empezar la lucha armada, a diferencia de los mayores, ya inútiles para el enfrentamiento.
Una forma de razonar muy práctica, sí. Pero ¿cuál es el eje de un conflicto etnopolítico?
El de obtener inclusión política. No interesa tanto el control del poder político. Los conflictos armados, en cambio, sí que se estructuran en función de la conquista del poder político, obviando la demanda democrática. Por eso, en una negociación, la personalidad de estos líderes juega un papel tan importante. Lo comprobé yo mismo: algunos países que, tras años de negociación, habían logrado acuerdos de paz, continuaban, tiempo después, siendo autocracias. Mejoraban, quizá, un poco, pero persistían en su naufragio. Muchos de los protagonistas de los conflictos armados no son demócratas.
Muchos de los protagonistas de los conflictos armados no son demócratas.
Entiendo. Si hablamos de conflicto, también debemos hablar de los procesos de paz y de las negociaciones para alcanzarlas.
Sí. Mira, los analistas debemos estar atentos a muchos factores, y sobre todo comprender por qué el otro actúa de una forma determinada. Necesitamos saber qué le hace sufrir, qué desea y qué esperanzas y expectativas alberga. De hecho, los mejores negociadores conocen intimidades de las personas en conflicto. Lo sé por propia experiencia. Antes de encarar el conflicto con un guerrillero en la cima de una montaña, el negociador muestra interés por la familia del guerrillero, su salud y las notas de matemáticas del niño. No te imaginas lo cruciales que son estos pasos para romper el hielo.
Puedo imaginármelo. Son, quizá, la parte más humana.
Hay gestos fundamentales. Un líder de un bando llama al otro por teléfono: ‘oye, ¿te va bien si nos encontramos?’ Luego, en la casita de la zona desmilitarizada, se saludan y se dan la mano. ¿Razón de la llamada? Que el líder de un bando le lleva al otro un disco de rock de su banda favorita. Y cosas por el estilo. Además, no acontece igual una negociación si los líderes enfrentados llegan con sus esposas. ¿Por qué? Comparten la preocupación por los hijos; y entre las parejas suelen brotar complicidades. Otro ejemplo: no es lo mismo si durante la conversación se cena o no; o si el espacio es una habitación cerrada o un amplio valle sembrado de árboles, junto al río, entre montañas verdes.
Entiendo, sí. Son contextos que facilitan el entendimiento.
La paz en Irlanda se consiguió así.
Usted observa que la mayoría de los conflictos armados suceden en África y se sorprende al comprobar que no sucede lo mismo en América Latina.
Sí. En Latinoamérica hay muchas minorías étnicas que ofrecen una gran diversidad al continente, pero, a diferencia de África, posee una tradición democrática mucho más arraigada. El proceso en América Latina fue anterior y existen movimientos sociales potentes de los que África carece, más huérfana de experiencias democráticas estables para que cristalizara una idea, todavía hoy muy débil, de país o de nación.
Antes, mientras nos sentábamos para empezar la entrevista, me comentaba la singularidad de los conflictos en Gaza y en Ucrania. ¿A qué se debe esta particularidad?
Si dejamos de lado los Balcanes, que fue una federación quebrada, los conflictos de ocupación parecían lejanos en el tiempo. Ya no existían. Había de fraccionamiento, como el de Etiopia y Eritrea. Era evidente que, tras la barbarie de Hamás con casi 1200 muertos, Israel respondería. Netanyahu, aliándose con la extrema derecha para obtener el poder, solo ha pretendido la limpieza étnica y la destrucción total. Además, hay que matizar, porque operan muchos elementos. No se puede hablar en nombre de Israel porque ha habido más gobiernos que el de Netanyahu donde, en su día, asomó la posibilidad del diálogo. Es un territorio donde hace 20 años que no se celebran elecciones, y Hamás tampoco las ha querido celebrar. Pretende el poder y cada vez tiene menos apoyo popular.
Antes de encarar el conflicto con un guerrillero en la cima de una montaña, el negociador muestra interés por la familia del guerrillero, su salud y las notas de matemáticas del niño.
¿Y qué opina del plan de paz de Trump?
No podrá aplicarse por cómo está concebido, aunque algunas diplomacias buscan posibles alternativas. Veremos qué va sucediendo.
Para terminar, querría formularle la pregunta que no ha dejado de plantearse. ¿Cree que podemos vivir juntos?
Depende del conflicto porque cada uno exige una solución distinta. Lo que sí que tenemos son medidas políticas, económicas, diplomáticas, comerciales e incluso culturales que pueden diseñar soluciones adaptadas a cada conflicto. Lo importante es reconocer al otro en su diferencia, y luego ayudarse del conocimiento e informarse, porque estamos realmente muy mal informados. Lo he comprobado investigando sobre el islam. Existen voces femeninas de teólogas y mujeres musulmanas que cuestionan el patriarcado en materia de religión; y es positivo, porque ya no se trata del diálogo entre distintas religiones, sino del cuestionamiento crítico e interno de cada religión.
Entonces, a pesar de la encrucijada de intereses, ¿cree aún en la posibilidad del diálogo?
Consiste en extraer el metaconflicto; es decir, preguntarle al otro, ‘de qué va, en tu opinión, el conflicto’; y luego compartir con él la propia visión del asunto. Tratar de poner sobre la mesa ambas narrativas, y entonces buscar puntos en común y construir una arquitectura de convivencia y de entendimiento en el que nadie gane todo, pero tampoco pierda todo. Si tú eres maximalista, nunca obtendrás lo que deseas. En cambio, los pragmáticos, mucho más flexibles, pueden encontrar soluciones aceptables; al menos, de inicio, para que no acabemos matándonos los unos con los otros.