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Machismo en los adolescentes: así ven (o no) los celos, el amor y la violencia

Jóvenes en un aula

Laura Martínez

La macroencuesta del pasado noviembre puso cifras a un problema que muchos venían advirtiendo: uno de cada cuatro jóvenes ve normal la violencia en una pareja. No la conocen, no la entienden y no son capaces de luchar contra ella. Acciones como controlar los mensajes en el móvil, hacer un seguimiento de las redes sociales, exigir fotografías en determinado momento o gritar durante una discusión no despiertan sus alarmas.

Para intentar que las actitudes agresivas no se produzcan y no se agraven, existen talleres en los centros en los que se enseña a los adolescentes a detectar la violencia y los comportamientos tóxicos desde sus inicios, como los que imparte Melisa Ruiz, experta en género. 

A diario visita los institutos para darles las herramientas adecuadas. Los cursos, cuenta, se dividen en dos partes; una en la que se aproximan a temas como el género o la identidad, la deconstrucción que busca explicar “qué nos construye” como hombres o mujeres, seguida de una segunda en la que se tratan la violencia y las agresiones de forma explícita. “La formación en igualdad es escasa”, señala contundente. 

El principal problema en las aulas es que los adolescentes no saben identificar la violencia machista en la pareja si no aparecen lesiones físicas. Los celos, el control o violentar el ambiente son vistas como cuestiones menores y no las relacionan con el maltrato. No es de extrañar, cuando a muchos adultos también les cuesta identificar las señales. Hasta que se les dan las herramientas adecuadas. Cuando se marca un comportamiento negativo, generalmente se dan dos reacciones, explica: unos entienden el proceso y buscan alternativas, mientras que otros lo rechazan porque supone una autocrítica importante.

Para trabajar con los adolescentes, Melisa utiliza los recursos que ellos consumen habitualmente. Música, redes sociales, cine...  “Hablamos de medios de comunicación, de las campanadas, de Disney, de la publicidad”, comenta. Existen una serie de películas que han sido un boom entre los hoy adolescentes -y de varias tandas de adultos- que, por su popularidad, se utilizan en estas clases. Por ejemplo, Tres metros sobre el cielo, comercializada como una historia de amor que esconde -no sin demasiado ímpetu- comportamientos tóxicos. Según explica, no son capaces de detectar en la escena bajo estas líneas un caso de maltrato, ni siquiera un mal comportamiento, que algunas chicas llegan a justificar. 

Lo mismo sucede con la música, donde se demoniza el reggaetón pero no se cuestiona a Alejandro Sanz. “El fondo es el mismo, el mito del amor. Me mato si no te tengo, el amor duele”, considera la especialista, que señala que muchos, en especial los chicos, rehuyen la palabra 'enamorarse'.

Ruiz confiesa que le duele que se criminalice a los jóvenes, puesto que, según observa, la cuestión en las aulas no ha cambiado. “Muchos de los contenidos que se les reprochan están creados por adultos”, defiende la pedagoga. Pero ¿qué ocurre cuando son personas de una edad similar quienes crean estos contenidos? El fenómeno influencer y youtuber también tiene mucho poder -ya lo dice el nombre- sobre los adolescentes en especial. Pese a que a menudo se trata a las estrellas de las redes como una masa homogénea y se ignora su diversidad, en España, los perfiles con más seguidores reproducen una serie de estereotipos que, si no son analizados con una mirada crítica, son perjudiciales.

La mayoría de chicas jóvenes durante los talleres señalan a las mismas instagrammers como sus referentes: Paula Gonu, Aida Doménech. Raro es el internauta que no conozca estos dos perfiles. Dos ejemplos de mujeres que interactúan constantemente con su público -mayoritariamente femenino y menor de edad- y que siguen lanzando el mismo mensaje de belleza asociada al éxito. Muchas comentan que les gusta el primer perfil porque les habla de comer sano, de hacer deporte, pero no deja de ser una mujer joven, atractiva y con un modelo de cuerpo normativo, comenta la pedagoga. Es decir, que aún no hay grandes referentes en las redes sociales que sean alternativas al modelo de mujer que en un contexto capitalista y patriarcal se considera correcto.

Aunque a menudo las iniciativas parten de los ayuntamientos y tienen una duración de dos horas, los resultados de la interacción se ven pronto. Para la especialista, es evidente que falta formación en jóvenes y en profesores, una tarea lastrada por la escasez de recursos y de voluntad de muchos centros.

Tras los talleres, muchas alumnas se sienten identificadas con alguna situación que hayan vivido directamente o a través de una compañera. A modo de autocrítica, la experta comenta que en el sistema de enseñanza “focalizamos mucho en empoderarlas a ellas y no en hablar de las nuevas masculinidades”. Aunque, sin recursos, solo queda sembrar la semilla y esperar que crezca.

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