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Trampantojos

Chus Villar

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Como la mosca que se golpea contra el cristal una y otra vez, el PP valenciano no para de insistir en las mismas fórmulas, que le hacen desengancharse cada vez más del sentir y las necesidades sociales. Como burro atado a una noria, como un hámster en su rueda, surca un mismo camino en el que se desgasta sin avance.

Acostumbrado a ganar, a hacer y deshacer a sus anchas, no se acaba de creer que la caída pueda ser mortal, o no alcanza a darse cuenta de que las estrategias de manipulación, desinformación, poca transparencia y menos sinceridad cuelan cada vez menos en una democracia que parece que empieza a madurar en la ciudadanía, aunque gran parte de sus políticos estén aún muy verdes.

El PP dice que es “la mayoría natural” de la Comunidad Valenciana y que sale a ganar las elecciones, que la corrupción y la mala gestión son una imagen magnificada por la prensa y la oposición, y que la injusta financiación es una herencia socialista que “ojalá” se subsane cuando en un futuro se cambie el actual sistema, porque por el momento Rajoy ha dicho que ahora no se puede. Así lo indicó, siguiendo el discurso establecido por su partido, la diputada y ex consellera Maritina Hernández, representante popular en el debate que organizó recientemente este diario con motivo del primer aniversario de la edición Comunidad Valenciana.

Esta tesis del inmovilismo explica muchas cosas: la Fiscalía sigue con el goteo incesante de actuaciones (sólo con fijarnos en la prensa de hoy ya sumamos a la lista la petición de tres años de cárcel para expresident José Luis Olivas, la denuncia al sobrino de Blasco por malversación o la investigación al Ayuntamiento de Valencia por posibles adjudicaciones irregulares a Trasgos), sin que el Gobierno de la Generalitat ejerza más actuaciones contra la corrupción que su estribillo sobre la no inclusión de imputados en las listas electorales. Esto nos permite deleitarlos con la foto de Sonia Castedo saludando a Su Majestad en Alicante, como símbolo de que las líneas del PP son bastante quebradizas y son rojas porque sonrojan; o poder escuchar al conseller de Sanidad defendiendo la honorabilidad de Sergio Blasco en base a que el denunciado aseguró de palabra a su superior que no había cometido ilegalidad alguna (¡leer para creer!).

Se entiende así también la incongruencia de que el PP promueva una ley de transparencia en Les Corts a la vez que niega sistemáticamente a la oposición la documentación pública que esta le requiere. El último episodio de este despropósito también lo pueden leer hoy en estas páginas: el Consell se verá obligado a airear las facturas de su caja opaca, los gastos vergonzantes de su tarjeta negra particular. Fabra pretende llegar hasta el Supremo para recurrir el mandato del TSJ de que presente los papeles, pero hasta los abogados de la Generalitat le dicen que nanay.

A la estrategia habitual de no actuar contra la corrupción y de mantener la opacidad, se suma la igualmente perenne maniobra de manipulación informativa. Tras el cierre de un Canal Nou que se había vuelto incómodo al poder, con una gestión nefasta que lo había llevado a la ruina y con un exdirector general imputado por cohecho, malversación, blanqueo de capitales, prevaricación y fraude fiscal, ahora el Gobierno le concede un cutre Nou bis a una empresa amiga, a la que ya había adjudicado la externalización de parte de la producción de la televisión pública, negocio que no pudo verse satisfecho por la clausura exprés de la empresa. Pocas novedades nos ofrecerá el canal de la TDT: pasaremos de ver la actual teletienda a ver la PPtienda en bucle.

La estrategia comunicativa se completa (como viene siendo norma) con la apelación al miedo, con la única diferencia de que ahora el que tiene rabos y cuernos es Podemos. Aunque en este caso, el miedo, el que ellos sienten, es real. Por cierto, descojona ver al adalid de la prensa, no ya de la derechona, sino de la progresía, El País, advertir a los votantes (deben pensar ellos que también “naturales”) del PSOE de la posibilidad real de que el partido de Pablo Iglesias gobierne, con ese sondeo electoral del domingo acompañado de editorial catastrofista.

Nada nuevo bajo el sol levantino tampoco en cuanto a reconocimiento de errores: las víctimas del accidente de metro se concentraron de nuevo ayer, 100 meses después, sin que esta redonda y triste cifra suponga ningún acicate para un cambio en la actitud de negación de responsabilidades, nulo apoyo a la investigación y a las víctimas cuyo silencio se intentó comprar, o acciones para la mejora de la seguridad en este medio de transporte.

Se ve que el Gobierno del PP piensa que a su mayoría natural le basta con que le azucen el sentimiento autonómico y se pasa por el forro de sus valencianas partes hasta la mismísima ciencia, pues contra la evidencia filológica y a pesar de las peticiones desesperadas de las universidades, no duda en elevar a rango ¡de ley! la afirmación abochornante para nuestra imagen como sociedad desarrollada de que valenciano y catalán no son la misma lengua. ¿Imaginan, por ejemplo, al Congreso de los Diputados negando por ley la teoría de la evolución y dando carta de naturaleza al creacionismo divino? Pues esto es lo mismo, aunque desgraciadamente haya muchos catetos que aún no se han enterado de que la Lingüística, como la Biología, se rige desde hace mucho por criterios y procedimientos científicos.

Como la Meteorología. Hoy refresca y llueve. Ya lo anunciaron ayer los hombres y mujeres del tiempo: entra un frente otoñal en la Comunidad Valenciana, aunque a mí el topo del Palau me ha chivado que en el Consell ha contratado a una empresa amiga para que pinte un trampantojo, una enorme tela primaveral que cubra el cielo de la Comunidad por completo. Dicen que ha sido idea del pequeño Nicolás y, oye, esto sí que he de reconocerlo, las nuevas generaciones del PP sí prometen sabia nueva. Injusto encarcelamiento el de esta promesa política con el que España pierde un futuro y notable presidente, o, ¿quién sabe?, quizás con él perdemos al Nicolás I de nuestra historia monárquica, pues dicen que en las recepciones Leonor le ponía ojitos.

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