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Tres historias del hambre que golpea al país más pobre del mundo

Marliya, junto a su abuela en el Hospital de Madaoua (Niger) tras cinco días ingresada. Los dos primeros días sólo dormía./ María Rodríguez.

María Rodríguez

Madaoua (Níger) —

Marliya lleva cinco días hospitalizada. Tiene la mirada perdida en cualquier lugar de la habitación. El médico que la trata dice que está totalmente apática, que es indiferente a su entorno. Sufre un cuadro de edemas generalizado por todo su cuerpo de no más de cuatro años. En los pies, en sus pequeñas piernas e incluso en la cara. La piel se le desgarra y le causa lesiones cutáneas. Pero ella no se queja, no dice ni pío. Marliya sufre malnutrición aunque su cuerpo rechoncho –por los edemas– haga pensar lo contrario. Tras su ingreso en el hospital los exámenes médicos demostraron que, además, sufre malaria. Esto empeora las cosas.

Marliya sufre el tipo de malnutrición al que llaman kwashiorkor y ella presenta todos los síntomas. En el hospital la acompaña su abuela quien cuenta que los edemas están en su cuerpo desde hace un mes. “Pensábamos que se iban a ir espontáneamente, ha sido así otras veces, por eso hemos tardado tanto en traerla al hospital”, explica. No es la primera vez que esto le ocurre a Marliya, ya estuvo hospitalizada el año pasado por la misma razón.

En la habitación contigua se escucha el llanto de un bebé. Se trata de Abdoul Razak que, en brazos de su madre, se enfada con los doctores que le obligan a comer a través de una sonda que traspasa su pequeño organismo. Diminuto. Abdoul Razak aparenta la edad de seis meses pero en realidad tiene quince. Pesa 3,6 kilos cuando para su edad debería estar entre los 7 y 10 kilos. Sufre de diarrea desde hace tiempo, deshidratación, y tiene cándidas en la boca por la ausencia de defensas.

Abdoul Razak también sufre malnutrición pero, en su caso, donde la delgadez es tan extrema que pueden distinguirse todos los huesos de su minúsculo esqueleto, no es kwashiorkor sino marasmo. Estos son los tipos de malnutrición que trata Médicos Sin Fronteras España (MSF) en la región de Madaoua, una de las zonas de Níger más afectadas por este desequilibrio.

Níger es el país más pobre del mundo según el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas a pesar de ser el cuarto productor mundial de uranio. Se encuentra en el África occidental, en la zona climática llamada Sahel, también conocida como 'el cinturón del hambre'. Allí se depende de la lluvia para obtener la cosecha que dará de comer durante todo un año a las familias. Pero las sequías son recurrentes y hacen de las hambrunas una constante.

Según los últimos datos de los Objetivos del Desarrollo del Milenio de Naciones Unidas, en Níger el 11,3% de la población está desnutrida y un 36,4% de los niños menores de cinco años sufren insuficiencia ponderal moderada o severa, es decir, están por debajo del peso que se considera saludable. Además, el 43,6% de la población vive con menos de 1,25 dólares al día impidiendo el acceso a la leche, el azúcar y otros alimentos básicos para los más pequeños y que en la región son demasiado caros.

Médicos Sin Fronteras llegó a Madaoua en el año 2005 tras la llamada del gobierno nigerino a las organizaciones para paliar los efectos de una grave crisis alimentaria. Pero, tras estudiar la situación, decidieron quedarse para seguir tratando de manera gratuita a los menores de cinco años en el distrito de salud de Madaoua.

De 2006 a 2014, MSF ha tratado a 21.002 niños severamente malnutridos y con complicaciones, como el caso de Marliya con la malaria y Abdoul Razak con la diarrea; y a 103.683 niños con malnutrición sin complicaciones. Además de 924.524 consultas y 35.558 niños con otros problemas en la pediatría.

MSF trabaja dentro de la estructura de salud de Níger. En el Hospital de Madaoua se encuentra el CRENI (Centro de Recuperación Nutricional Intensivo) donde tratan los casos graves de malnutrición. Además, para poder supervisar a todos los niños de los pueblos de la zona, esta organización actúa también en seis centros de salud durante todo el año y en todos los del distrito de Madaoua cuando los casos aumentan. Desde enero hasta mayo el CRENI trata entre 40 y 150 casos mensuales de malnutrición severa, según explica Ali Keïta, enfermero supervisor de MSF en el hospital, mientras que de junio a diciembre la situación se complica y pueden llegar a alcanzar los 300 ingresos al mes.

A esa época donde los casos aumentan la llaman 'el pic'. Coincide con la temporada de lluvias cuando hay más mosquitos y los casos de malaria aumentan. “Los malnutridos son los más afectados porque no tienen defensas”, explica Hubert Kashama, jefe del equipo médico del proyecto de MSF de Madaoua, “y la malaria complica la malnutrición”. Pero no es sólo la mayor probabilidad de enfermar de malaria lo que produce el aumento de casos de malnutrición de junio a diciembre. “El período de cultivo es una vez al año, entre julio y septiembre, nadie quiere dejar escapar este momento porque esa cosecha alimentará a la familia durante todo el año. Pero las madres no se hacen cargo de los niños correctamente porque se dedica más tiempo a las actividades del campo”, explica Boulama El Hadji, coordinador del proyecto.

Malnutrición: más allá de la sequía y la pobreza

A 71 kilómetros de Madaoua se encuentra el centro de salud más alejado del hospital. Muchas mujeres acuden al ambulatorio de Ourno con sus niños enfermos por malnutrición pero ellas no lo saben. La pequeña Rachida está sentada en una esterilla con su madre tras pasar las diferentes pruebas para saber cuánto pesa, cuánto mide, comprobar el diámetro de su brazo y verificar si sufre o no de malaria. Sentada en la esterilla sostiene una bolsita de Plumpy’Nut, un concentrado a base de cacahuete muy nutritivo y que se utiliza para tratar la malnutrición. La enfermera la vigila junto a otros niños. Es la prueba del apetito para saber si es necesario enviarla al hospital de Madaoua o si se puede hacer su seguimiento desde el ambulatorio.

Pero Rachida no ha venido al centro de salud porque su madre la encuentre malnutrida sino porque desde hace varios días tiene diarrea, como Abdoul Razak. “La malnutrición no está considerada como una enfermedad”, explica El Hadji, “se piensa que es la brujería. Por ejemplo, como el hombre tiene varias esposas una de ellas por odio hacia la otra ha ido a un hechicero para que el niño esté así”.

A nivel estructural la pobreza, la falta de acceso a ciertos alimentos, las sequías y las pocas políticas y presupuesto del gobierno para solucionar estos problemas no ayudan a superar la malnutrición. Sin embargo, en el día a día, esta se complica si se tienen en cuenta las tradiciones y costumbres que tienen mucha relevancia en un país donde el 81,78% de la población vive en zonas rurales, según datos del Banco Mundial, y el 76,5% de las personas entre 15 y 24 años es analfabeto.

“Hay etnias en las que la madre que acaba de tener a su primer niño necesita el permiso de un familiar de su marido para empezar a amamantarlo. Pero para ir a concebir al pequeño la madre acude a su pueblo natal. Tiene que esperar a que esa persona llegue del pueblo del marido y dé el consentimiento. Es entonces cuando se crea un problema para el recién nacido”, explica Kondo Boubacar, jefe del proyecto de nutrición de Acción Contra el Hambre España que lleva a cabo la sensibilización en los pueblos para combatir este tipo de conductas.

También existen diferentes test de la leche, “introducir en un vaso de leche materna una termita. Si esta muere es que la leche no es buena y no deben de amamantar al bebé con ella”, cuenta Boubacar. “La termina se va a ahogar”. Además, las madres piensan que como hace mucho calor el niño necesita agua cuando lo recomendable es dar sólo la leche materna los primeros seis meses. También evitan darle el calostro que otorga muchos nutrientes al recién nacido o la madre no come bien y no tiene suficiente leche. De este modo, “la enfermedad los atrapa desde su nacimiento”, comenta Abdou Amadou, responsable para la promoción de la salud de MSF en Madaoua.

La enfermera que vigila a Rachida ha decidido que debe ir al hospital de Madaoua pero su madre se niega. Dice que ya estuvo allí a principios de abril y que no vio ningún cambio en la niña. “Los niños se recuperan en el centro pero luego no se hace bien el seguimiento”, cuenta Aminatou Beïdou, enfermera de MSF en el ambulatorio de Ourno, “les damos el plumpynut pero, o lo venden, o lo reparten entre los niños del hogar en lugar de darlo sólo al niño enfermo”. La madre de Rachida explica además que no va a partir a Madaoua porque tiene un tratamiento médico con un curandero tradicional. Ese es otro problema, “la gente recurre primero a las prácticas ancestrales y cuando el niño se encuentra en el peor estado esperan que el centro de salud haga el milagro”, cuenta Amadou. Es el último recurso.

A punto ha estado el coche de arrancar y perder la oportunidad pero, tras la presión del personal del hospital y las demás madres presentes, la mamá de Rachida decide partir al hospital de Madaoua en el coche de MSF. Los resultados de este proyecto son muy positivos. En el hospital donde se trata la malnutrición severa la tasa de mortalidad era de un 73% en el año 2006 y se ha ido reduciendo hasta un 5% en 2014. El tratamiento para la prevención de la malaria también ha sido efectivo, reduciendo los casos de 47.822 entre julio y octubre de 2013 a 20.624 en 2014 en ese mismo período.

Rachida salió del hospital cuatro días después de ser ingresada. El pequeño Abdoul Razak también fue dado de alta, al igual que Marliya que continuará su seguimiento en el centro de salud más cercano a casa. “Antes de su salida incluso jugaban con el personal médico” cuenta Keïta. “En la mayoría de los casos la malnutrición es crónica”, explica Keïta. Por eso, tanto Rachida como Marliya es la segunda vez que pasan por el CRENI. Ahora lo importante es que las madres entiendan la importancia del seguimiento y se tomen el tratamiento en serio “para que en el futuro no vuelvan”.

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