Castillejos, la ciudad marroquí que “abraza” a Ceuta tras la reapertura de la frontera

Gonzalo Testa

Castillejos (Marruecos) —

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Charlie Derdabi es un ceutí de Castillejos, la localidad marroquí que, a menos de diez kilómetros de distancia, se refleja en la ciudad española sobre la bahía mediterránea de Tamouda. Nació en el Reino alauita y es ídolo como atleta a ambos lados de la frontera tras gestionar durante más de tres décadas un bar en el centro de Ceuta. Es la segunda mañana con el paso del Tarajal reabierto tras dos años clausurado y con 74 años su voz se escucha en todos los carriles de Bab Sebta reprochando a los motoristas que adelanten a los coches.

Es la primera vez que vuelve al lugar en el que nació en la época del Protectorado, sin vallas ni controles, y le enerva el descaro de quienes se comportan como si la frontera de Ceuta siguiera siendo el caos que la caracterizaba hasta que se cerró por la pandemia y se produjo el divorcio entre Madrid y Rabat. “¿Después de tanto tiempo qué importan unos minutos?”, afea a una pareja que se hace la loca.

Durante las primeras 48 horas de restablecimiento del tránsito entraron o salieron de la ciudad española algo más de 10.800 personas y cerca de 2.500 vehículos, una cuarta parte de los que se calcula, porque ni se contaban que lo hubieran hecho antes. No hay filas kilométricas como antaño, pero las esperas son largas aunque las colas sean cortas. “Ni un Danone” hacia Marruecos y “ni una bolsa de tomates” hacia Ceuta, han advertido las autoridades. Ni un pasaporte sin controlar. Las Fuerzas de Seguridad cumplen a rajatabla y revisan hasta el fondo de las mochilas. Lo nunca visto. Antes de salir de Ceuta, lo primero, el certificado de vacunación completa. Sonrisas, como vecinos cordiales. “Welcome” a un rubio por si no es local.

800 días después del cerrojazo han vuelto los taxistas. En Marruecos, Omar hacía en la primavera de 2020 cuatro carreras al día hasta Tetuán, a 40 kilómetros. Se llevaba otros tantos euros limpios a casa. Sin frontera, uno al día con suerte. Siguen faltando personajes en la película tradicional del Tarajal: no hay cambistas en ninguno de los dos lados, ni buscavidas, ni niños en busca de un coche en el que ocultarse para llegar a España. La Gendarmería impide acercarse a un kilómetro a la redonda de la frontera. 

Como siempre por estas fechas, Castillejos [Fnideq, en árabe] se renueva para el verano. Este año son legión los que barren, pintan y adecentan muros y calles. Aguarda a los huéspedes del sol, entre ellos el rey Mohamed VI. Quienes trabajarán en su palacio a 20 kilómetros entran esta semana en cuarentena para esperarlo. Por primera vez desde 2019 habrá también ceutíes. La ciudad marroquí, que en 2004 no llegaba a 35.000 habitantes, creció descontroladamente durante 15 años hasta superar a Ceuta (85.000) gracias al ‘comercio transfronterizo’, el eufemístico trasiego de fardos que doblando las espaldas sobre todo de mujeres mantenía a parte de la región y atraía población de todo el país.

La Prefectura de Rincón [Mdiq] y Castillejos ha contratado a unas 4.500 personas a unos 200 euros al mes como escudo social tras la demolición de aquel modelo económico que, ahí sí coinciden España y Marruecos, no volverá. Su extinción reventó la región, que según calcula el secretario general de la Asociación de Periodistas de Marruecos, Ahmed Biyuzan, hizo desaparecer de un plumazo el 50% de su actividad.

No parece exagerado. Abdelatif, frutero del extrarradio, surtía hasta que apareció el COVID tanto a particulares como a negocios de Ceuta, que comía mucho fresco del mar y la tierra del otro lado de la valla. Sin ellos su facturación cayó “un 75%”. Algunos regresaron el martes, pero las advertencias de Sanidad Exterior han hecho efecto: “Un cliente se llevó un ramillete de hierbabuena para ver si conseguía llegar con él a casa y, si acaso, probar la próxima vez con tomates”, bromea.

En el bullicio de la plaza de pescado del zoco de Castillejos solamente se habló dariya durante dos años, pero vuelve a escucharse el español. “Poco a poco, como una rueda”, dice Sufian junto a sus jaulas de peces y marisco. A su lado, Derdabi, que corrió desde 100 metros hasta maratones y aprendió castellano con el padre Francisco en la iglesia de Castillejos, todavía en pie, una miniatura al lado de la gran mezquita del paseo marítimo.

“En Castillejos había siete fábricas y dos minas de plata y oro… Tenía de todo”, se remonta a mediados del siglo pasado, antes de que se consolidase la venenosa simbiosis que ligó su vitalidad al contrabando (a ojos de Marruecos) de todo tipo de productos procedentes de Ceuta, desde donde ahora solo llegan benzodiacepinas a 5 euros la pastilla en drones que retornan con hachís. En uno de los mayores saltos económicos entre fronteras del mundo, la diferencia de precios entre las dos ciudades sigue siendo tan grande como antes de la pandemia. O más. 

“Antes los ceutíes estaban aquí todos los días a las 5.00 horas comprando pescado... Cuando cerró perdimos mucho”, apunta Sufian. En las callejuelas anexas está la carnicería de Abdelatif, que ha trabajado en varios negocios del ramo en Ceuta, está deseando volver a vender pinchitos a su clientela caballa, la que durante 9 meses al año llenaba las urbanizaciones a pie de playa que se quedaron parcialmente desiertas y sus dueños, sin ingresos extra.

En estos dos años algunos productos se han abaratado con la desaparición de los vecinos españoles: el kilo de atún ha caído de 8-10 a 4-6 euros y al de sardinas, más populares, se ha podido acceder por cerca de un euro. Sin embargo, la desaparición del comercio transfronterizo sin aranceles ha encarecido hasta un 50% las marcas (de chocolates, mantequilla…) que llegaban vía Ceuta. Abdelatif vende la sandía a 4 dirhams (el cambio en el mercado negro, el más usado, está a 10,3 por euro) y “el mejor” tomate, a 7, la mitad o un tercio que al otro lado de la valla.

Con el cierre de la frontera, Castillejos dejó de crecer y perdió población: tanto flotante de Ceuta, la que con sueldos modestos buscaba allí mejor calidad de vida, como retornados a otras regiones de Marruecos que habían migrado para medrar con el porteo. Los alquileres “medios” de una vivienda nueva se han depreciado un 50%, hasta los 200 euros, tres o cuatro veces menos que en la localidad española.

“Estamos contentos con la reapertura de la frontera: ya se nota un poquito que van llegando ceutíes y seguro que con el paso de los días lo harán más”, confía Jalid, propietario del ‘Café Troya’, dos plantas al pie de la avenida Hassan II con vistas al mar y la ciudad autónoma. En una mesa, Mustafa, sexagenario, residente en Algeciras desde hace 19 años, pide “calma” para conocer cómo será la nueva frontera. “Su funcionamiento es un asunto entre dos estados, de alto nivel, y hace falta tiempo para ordenarlo y concretarlo”, advierte. 

En los últimos 26 meses, Castillejos perdió dinero y ganó cierta tranquilidad. Algunos esperan que se pueda encontrar un término medio entre el “caos” de antes de la clausura y la rigidez de ahora, cuando no se sabe ni si los marroquíes de la región de Tetuán podrán seguir entrando en Ceuta, donde trabajaban más de 2.500 (sobre todo empleadas de hogar) legalmente como transfronterizos. “Aquí también vivimos fatal lo de hace un año”, recuerda Biyuzan la crisis de mayo de 2021, una riada de personas que anegó Ceuta y que también agitó Fnideq con cargas policiales.

“Estamos contentos, mucho, con la reapertura y queremos abrazar a todos los de Ceuta”, bromea Youssef tras el mostrador de su panadería, donde sin trasiego fronterizo dejó de vender “el 75%”. Él ya había renunciado en 2018 a renovar su pasaporte “por el infierno que era cruzar el Tarajal”. “Esperamos que ahora funcione de forma ordenada y con agilidad en beneficio de todos”, desea.