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Giovanni Collazos: El obrero de los versos que creció con Vallejo

Giovanni Collazos

Vanesa Rodríguez

Giovanni Collazos (Lima, 1977) es poeta. Lo es aunque pase 45 horas de la semana de camarero en un bar de Lavapiés. “No me importa el trabajo que tenga, eso es alimenticio, yo soy escritor”, dice alzando su voz sobre el ruido de platos en una cafetería del barrio.

Su amor por la poesía es heredado. Con tan solo 9 años quiso saber qué tenían aquellos libros que cautivaban a su padre, un abogado comprometido. A escondidas dio con Los heraldos negros de César Vallejo. Poco después llegaría uno de esos golpes fuertes de los que abren zanjas oscuras; su padre se vio obligado a abandonar en los 90 un Perú convulso y Giovanni tuvo que aprender a lidiar con la ausencia. En el humilde barrio de la Victoria en Lima, Gio -de nombre italiano por culpa del amor que su abuela profesaba a una película de Marcello Mastroianni- tomaba conciencia de las injusticias sociales mientras él mismo sufría la discriminación clasista.

Con 22 años su padre lo llamó al orden desde España, donde llegó para poder mandar dinero a su familia. Su primer año lo pasó entre contratos ilegales y dedicado a “observar, escuchar y aprender los códigos” de un país con costumbres diferentes que no se interesaba por las suyas. Tras casi dos décadas aquí, a Giovanni le tratan como un extraño en Perú y es un extraño también en España. Por ello se considera un “apátrida”: “Mi patria es mi escritura, es donde está mi pensamiento político, filosófico y poético, es donde habita mi espíritu”.

Descubrió que también la poesía discrimina, un “mundillo endogámico” y “elitista” en el que “lo académico lleva la batuta” y donde hacerse un hueco siendo inmigrante es el más difícil todavía. Tras varios poemarios “de mierda” fallidos, Giovanni encontró una voz propia que construyó verso a verso. Su tercer libro publicado, Migrante (Ed. La Garua), plasma el camino que quiere seguir, el de una poesía política y a la vez humanista, combativa, que lucha, pero “no panfletaria” y que “descoloniza el lenguaje” a base de desgarrar la gramática. Después de doce horas haciendo equilibrios entre mesas, bandeja en mano, a veces se deja llevar por los ritmos latinos y baila. También es percusionista y reivindica el origen del cajón afroperuano, que no flamenco. Si te lo encuentras en Lavapiés y le preguntas de dónde es, Giovanni siempre responde lo mismo: “¿Qué importa?”.

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