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Nueve rostros y nueve historias que han viajado en el Open Arms hasta Barcelona

Gabriela Sánchez / Olmo Calvo

En el Open Arms —

Arriesgaron su vida en el mar en su intento de llegar a Europa. Para muchas era, dicen, su último intento. Han huido de todo tipo de abusos en Libia, adonde han suplicado no ser devueltas. Su desembarco fue rechazado por los puertos más cercanos, Italia y Malta. Pero, después de cuatro días de viaje, las 60 personas rescatadas por el barco Open Arms ya han pisado su puerto seguro, Barcelona.

Proceden de países diferentes, llevan a sus espaldas experiencias muy distintas, pero a todas les une un impulso: poder comenzar una nueva vida en suelo europeo. Estas son algunas de sus historias:

1. Hussein

Hussein es sirio, tiene 58 años y es el mayor de los rescatados por el Open Arms. Ha pasado el rato intentando pescar desde la popa de la embarcación. Nada más sentirse a salvo, nos habló de quienes le esperan en Europa. Sus dos hijos de 22 y 24 años viven en Alemania. Quiere reunirse con ellos. 

Para conseguirlo, se ha lanzado cuatro veces al Mediterráneo durante los siete largos años de calvario en Libia. Ha pasado por varios calabozos, ha sido golpeado por agentes libios y ha sido devuelto tres veces al mismo lugar del que trataba de escapar.

Antes del último intento, llamó a sus hijos. Creía que era una despedida. Lo iba a intentar por última vez, decía, como varios de sus compañeros. “Estaba preparado para morir”, relata con su rostro amable y cercano. “Me decían que no lo intentase más que era muy mayor, pero yo fui cabezón. Quería estar con mis hijos”. 

Después de tres días de navegación, la proximidad del buque español a las islas italianas permitió a la tripulación tener línea telefónica. Hussein llamó a Ali, uno de sus hijos. Su emoción, sus abrazos, sus lágrimas de alegría contagiaron a toda la tripulación del Open Arms. “Él pensaba que había muerto”. Pero no, está a salvo y más cerca de ellos. 

2. Judith

Judith es una de las cinco mujeres rescatadas por el Open Arms. Fue la segunda persona que se encontró a salvo en la lancha de los socorristas el pasado sábado. Lo hizo después de su hijo, de nueve años. Él fue el primero y se acurrucó al lado del patrón de la zódiac a la espera de su madre. 

Desde la neumática en peligro, Judith rogaba no ser devuelta a Libia junto al niño, que tan solo miraba hacia la tripulación de la ONG sin saber si era bueno o malo lo que estaba ocurriendo. Ahora están a salvo en España. Huyeron de República Centroafricana en 2013 por razones religiosas. Después de pasar años en Chad, llegaron a Libia. Son cristianos y aseguran haber sido perseguidos. “Ayer murieron 100 personas y hoy nos habéis encontrado vosotros. Ha sido un milagro. Yo recé, recé mucho”, decía Judith, feliz, junto a su familia.

En Libia ha sido testigo de explotación sexual. Ha sido golpeada, torturada, maltratada junto a su hijo, Khingsley, y su marido. “Nos pedían dinero. Si no se lo dábamos, nos pegaban, nos quemaban con electricidad”, ha relatado la mujer. 

A medida que Libia ha ido quedando atrás, su sonrisa ha asomado cada vez más. Horas antes de llegar a Barcelona, preparó sus cosas con rapidez: “Estoy nerviosa”. 

3. Zatadina

Zatadina tiene 20 años y es de Eritrea. Es otra de las cinco mujeres rescatadas por el Open Arms. Tras montarse en la lancha sus ojos estaban llenos de lágrimas y su respiración, acelerada. Suplicaba no volver a Libia en medio del Mediterráneo mientras observaba temerosa una patrullera del país vecino aproximarse a gran velocidad. 

Pasadas algunas horas, mostraba entre risas a su compañera de viaje algunas fotografías. Por su teléfono móvil pasaban imágenes de un posado con gafas de sol, un helado en una cafetería. Era ella, tres años antes. Era ella, antes de llegar a Libia. Su pérdida de peso es visible. “Esa era yo. Esa soy realmente yo. Libia me ha hecho esto”, nos contó Zatadina, después de haber pasado por cuatro cautiverios distintos en el país de tránsito al que la UE busca devolver a todo el que sea interceptado en aguas internacionales. Algunas marcas y moratones en su cuerpo dan cuenta de la violencia sufrida durante sus encierros.

Su miedo de regresar a ese mismo país del que huyó no terminó con el rescate. No terminó hasta que supo que el Gobierno había autorizado su llegada en Barcelona y el barco comenzó a alejarse de la zona. Hace tres días, la joven visitó la proa del Open Arms por primera vez. Estalló de felicidad. “Aquí estoy feliz. Nos alejamos de Libia. Ahora mi mente está relajada”.

4. Ahmed Mohmed

Ahmed siempre sonríe, aunque sus fuertes dolores le hiciesen permanecer tumbado la mayor parte del tiempo. Señala las cicatrices de su cuello para mostrar el problema que le ha empujado al Mediterráneo. El palestino ha arriesgado su vida para venir a Europa, relata, para tratarse el tumor que padece desde hace años. El hombre asegura que pidió un visado humanitario en la embajada de Bélgica, pero, dice, no podía pagarlo. 

Ya ha sido intervenido en dos ocasiones, indicaba tumbado en la popa del Open Arms, arropado por sus compañeros de viaje palestinos que traducen sus palabras. Viene de Gaza, donde perdió tres dedos de su mano izquierda. “Me ocurrió por la explosión de una bomba lanzada por el ejército israelí en 2004”, explica.

En la ofensiva contra Gaza de 2014, otra bomba explotó en su casa y perdió todo. Dos años después, uno de sus hijos falleció, debido a las deficiencias de la asistencia sanitaria sufridas en Gaza por el bloqueo israelí. Su paso por Libia fue, a diferencia de otros compañeros, muy breve.

Lo contaba en el Open Arms rumbo a Barcelona. Cuando se enteró de que el Gobierno le había concedido un permiso temporal de residencia en España tenía una pregunta: “¿Podrá venir mi familia?”. Sus tres hijos menores y su mujer continúan en Gaza

5. Tagnabou Elvis

Mientras la mayoría de sus compañeros bailaban en el Open Arms, Tagnabou Elvis permanecía sentado en silencio ajeno a la fiesta improvisada a escasos metros. No quería unirse al resto. Sus dolores en el hombro y la cabeza hacían que su mente no pudiera despedirse del todo de Libia. 

El cautiverio en el “infierno libio” de este joven de 22 años fue solo uno, pero se extendió durante un año y tres meses. Los golpes diarios propinados por las milicias que le dejaron atrapado durante la mayoría de su estancia en el país, describe, le han dejado secuelas. Dos cicatrices abultadas, muy visibles, en el lado izquierdo de su cabeza y uno de sus hombros. Las marcas de quemaduras y breves descargas eléctricas de las que era objeto cuando los “criminales”, indica, le forzaban a llamar a su madre y exigir dinero a cambio de cesar con sus abusos.

Su decisión de escapar de su país de origen Burkina Faso se produjo poco después de una de esos días que también tiene grabado a fuego: “El 15 de enero de 2016 mi hermano fue asesinado en el atentado del Estado Islámico en un hotel de Uagadugú”, relata el joven. 

Este miércoles, a medida que el Open Arms se aproximaba a Barcelona, su mente pudo alejarse por unos momentos del horror vivido. Estaba eufórico, cantaba, aplaudía. “Estoy muy feliz. Me siento libre. Siento muchas cosas diferentes, una gran satisfacción. Pero, sobre todo, siento libertad”, decía. “Quiero aprender la lengua cuanto antes para demostrar que puedo quedarme”.

6. Khingsley

Khingsley, de 9 años, ha sido el más pequeño del grupo que ha viajado a Barcelona. Fue el primero en ser rescatado, justo antes que su madre, Judith. En cuanto llegó a la lancha de los socorristas, el menor, procedente de República Centroafricana, comenzó a caminar ligero. Con la misma soltura con la que se movía de un lado a otro durante estos días por el Open Arms.

Nada más llegar al buque español, subió al puente a saludar a quien acababa de darles la bienvenida a través de la megafonía. Quería ver al capitán. El mismo del que casi no se ha separado en todo el trayecto, con el que ha compartido horas de dibujos animados durante los últimos días antes de llegar a Barcelona. La tripulación decía que era el “segundo capitán”. 

Este miércoles, Khingsley ha sido también el primero de los 60 en bajar al puerto barcelonés. Pocos minutos antes decía adiós emocionado a la tripulación y se fundía en un fuerte abrazo con el capitán. 

7. Khondher Thuin

Khondher Thuin es uno de los ocho hombres procedentes de Bangladesh que han llegado este miércoles a la ciudad condal a bordo del buque de Proactiva Open Arms. Durante el viaje, era fácil verles compartiendo bromas y momentos de risas en grupo. 

Khondher Thuin tiene 24 años y llegó a Libia en avión hace tres. Cuenta que estuvo cinco meses en cautiverio, sometido a los mismos abusos que denuncian muchos de sus compañeros de trayecto. “Me pegaban mientras llamaban a mi familia, me golpeaban con la culata de la pistola”, relataba. 

Las primeras señales de la proximidad de Barcelona, el primer rastro de Europa en el horizonte le rompió de emoción. El joven comenzó a llorar cuando ha empezado a creerse que sí, que estaba a punto de pisar suelo europeo. “El calabozo se acabó, el pasado se queda atrás. Ahora empieza una nueva vida”, ha dicho entre lágrimas.

8. Mustafa

Barcelona se dibujaba en el horizonte y Mustafa, de Egipto, estaba sentado en un rincón del barco mirando a un punto indefinido. Sus ojos se empañaron. Le faltaban palabras. “No puedo describir lo que siento”, dijo.

Mustafa se ha metido en el bolsillo a todo el equipo de la ONG. Siempre dispuesto a ayudar en las tareas, sobre todo en la traducción del árabe al inglés, que dominaba de forma muy fluida, se ha ganado el apodo de “traductor”. Este miércoles, mientras descendía por la escalerilla del buque, la tripulación ha roto en aplausos para despedirse de él.

9. Noumissi Messi

Noumissi Messi solía pasar las horas en silencio, reflexivo y abstraído de lo que ocurría a su alrededor. Excepto cuando sonaba la música, que disfruta como el que más. El joven de 22 años procede de Camerún, a caballo entre Duala y la capital, Yaundé.

Noumissi relata que en 2016 ya intentó llegar a España a través de Argelia. Pero sus planes se truncaron cuando, dice, el conductor del autobús cambió de ruta. Ha pasado dos años en Libia, donde estuvo encerrado durante seis meses. De nuevo, su testimonio coincide con el de otros muchos: torturas, extorsión a su madre, golpes. Pero el “infierno” libio hoy queda un poco más lejos. Ya está en su puerto seguro. 

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