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La huella palestina se desdibuja en Hebrón, una ciudad dividida hace 20 años

Shadi observa desde la ventana de su casa a los colonos israelíes.

Ana Garralda

Hebrón —

Una suave penumbra, tintada de rojizos, amarillos y verdes, cubre la siempre bulliciosa calle Shalala, en la pequeña parte del casco antiguo de la ciudad que quedó bajo control de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en 1997. Hace 20 años, el entonces primer ministro israelí (en su primer mandato), Benjamín Netanyahu, y el presidente de la ANP, Yaser Arafat, firmaron el llamado Protocolo de Hebrón según el cual esta zona, junto al 80% del núcleo urbano hebronita, quedarían bajo tutela del gobierno palestino. El 20% restante, área H2, seguiría bajo control militar israelí.

“Fíjese en las piedras que hay ahí arriba”, dice Shadi Sider, un comerciante que regenta una pequeña tienda de ropa en la calle Shalala, en la zona comercial adyacente al sector H2. Los colores rojizos de las prendas que expone en su tenderete exterior quedan envueltos por el intenso azul de las redes y telas que cubren la calle de uno a otro lado, a modo de techo, para proteger a vendedores y clientes de las piedras que a menudo lanzan los colonos israelíes desde la zona este del Casco Antiguo“.

“Quieren hacernos la vida imposible para que nos marchemos”, explica Shadi.

Según lo establecido por el acuerdo que este año alcanza su 20 aniversario, los cerca de 500 colonos judíos que ya residían en esta zona vivirían en este territorio junto a otros 35.000 palestinos residentes, quienes se negaron a abandonar sus casas porque no tenían adonde ir o por razones nacionalistas. Unos y otros quedarían aislados del resto de la ciudad.

El objetivo de esta división era separar física y legalmente a ambas comunidades tras las fricciones surgidas en la parte antigua por la masacre cometida en 1994 por el extremista Baruch Goldstein. Fusil ametrallador en mano, este fundamentalista religioso judío entró en la mezquita de Ibrahim (recinto igualmente sagrado por los judíos que lo conocen como Tumba de los Patriarcas) y mató a 29 palestinos mientras rezaban. Desde entonces, la vida de otros tantos miles de residentes árabes cambió a peor.

Es el caso de los 140.000 que quedarían bajo la administración del gobierno de facto de Ramala (zona H1), que también gestionaría la línea de demarcación entre ambas zonas de la ciudad en varios de sus tramos. Un control que no ha impedido que los colonos de los asentamientos israelíes contiguos a ella (H2) hayan ejercido su propia ley desde hace dos décadas.

Cierre de tiendas de los palestinos de Hebrón

El laberinto de tiendas y comercios que recorre esta zona del mercado hebronita ha experimentado una considerable degradación en los últimos veinte años. La calle Shalala, que se bifurcaba en dos -la Vieja y la Nueva- avanzando en paralelo hacia la calle Shuhada -principal arteria comercial de la zona antigua- ha perdido uno de sus brazos. La mayoría de las tiendas de la parte vieja están cerradas, ya sea por incursiones militares desde un cercano puesto militar israelí o por las amenazas de colonos extremistas.

Sin embargo, la parte nueva de la vía sobrevive, aunque irremediablemente salpicada por la decadencia de la cercana Shuhada cuyos accesos están bloqueados, por alambradas o bloques de hormigón, para todos aquellos palestinos que no demuestren ser residentes. En esta calle solo los israelíes pueden moverse con libertad.

Al final de la adyacente Shalala la Nueva, Shadi Sider tiene su vivienda familiar. En las escaleras de entrada, que colindan con las vallas que protegen el asentamiento judío de Bet Hadasa, juegan tres de sus hijos pequeños. Desde las angostas ventanas de su casa se observa una pista polideportiva en la que jóvenes israelíes practican baloncesto o fútbol-sala en unas instalaciones que apenas se ven en el lado palestino de la zona fronteriza.

Shadi explica las penalidades que sufren mostrando los vídeos y las fotografías que suele enviar a la ONG israelí Betselem. “Al estar pegados a un asentamiento tenemos que poner verjas en todas las ventanas para evitar que nos alcancen las piedras u objetos que nos tiran”, comenta. “Saben que nos pueden atacar impunemente, ya que el ejército rara vez interviene para pararlos”, agrega.

En uno de los vídeos grabados por el palestino capta in fraganti a un vecino colono que intentaba ascender hasta su tejado para quitar la bandera palestina que allí ondeaba. Shadi le recrimina y el colono responde que puede subir a cualquier tejado de la zona porque es suyo, o mejor dicho, de la “tierra de Israel”. Poco después, se observa cómo un soldado israelí llega hasta la casa del hebronita para ordenarle igualmente que baje la insignia, justificando que en la zona no ondea ninguna otra. Una afirmación que queda desmentida por la grabación en cuanto que son claramente identificables varias banderas israelíes que ondean en posiciones vecinas.

Lo que recibe Shadi son órdenes militares para resolver un conflicto que, en cualquier otro país, se resolvería por la vía civil. Un código administrativo que en esta parte de Hebrón se aplica solo a los israelíes. “Al final otros soldados nos amenazaron a mí y a mis hermanos con detenernos si no quitábamos la bandera”, denuncia el hebronita.

“Es una muestra más de cómo a nosotros no nos protegen, incluso cuando entran ilegalmente en tu propiedad, en mi tejado, que es mío y donde puedo poner lo que me venga en gana”, añade. Desde la ong Betselem recuerdan, a colación del caso del comerciante, que “los soldados están obligados a proteger a los palestinos en cuanto que son la población ocupada y no a los colonos que entren en una propiedad ajena solo porque les molesta ver una determinada bandera”.

Asfixia en el Hebrón controlado por Israel

A pocos cientos de metros de la casa de Shadi Sider se encuentra la zona bajo control israelí (H2) que adolece de un aislamiento doble, especialmente para los palestinos porque en su caso es impuesto y no voluntario, como ocurre con los colonos judíos que actúan bajo la premisa de “los palestinos cuanto más lejos, mejor”.

Por un lado, las cuatro colonias israelíes (Avraham Avinu, Beit Romano, Beit Hadassa y Tel Rumeida) y las casas palestinas contiguas en este lado de la ciudad -donde vivían unos 12.000 personas- quedarían separados del resto de Hebrón; por otro, las familias palestinas residentes en H2 se verían forzosamente aisladas de los asentamientos y sus alrededores a través de decenas de verjas de alambre, barreras de hormigón y puestos militares.

Al principio, las restricciones se limitaban principalmente a la entrada con sus vehículos en buena parte de la arteria principal, la calle Al Shuhada -en cuyo perímetro se encuentran los asentamientos del Casco Viejo. Pero después, especialmente tras la Segunda Intifada, las restricciones se convertirían en toques de queda, decenas de controles militares o calles segregadas en las que es común ver de un lado, estrecho, a transeúntes palestinos flanqueados por una mediana de hormigón; y del otro a colonos, soldados o visitantes israelíes y extranjeros, caminando a su antojo.

Para los israelíes residentes de la zona H2 que han ido progresivamente poblando este área desde la masacre de 1929 (67 judíos fueron asesinados por los residentes árabes durante el día de descanso hebreo o shabat), judaizar Hebrón y Cisjordania es un mandato divino de acuerdo a la Torá. Según la lectura literal que hacen de los textos bílicos, su deber es colonizar el territorio, ocuparlo y expulsar a los palestinos que allí residen, “usurpadores”, de acuerdo a su concepción, de una tierra que les fue concedida directamente por Dios.

“La presencia judía en la ciudad se remonta a los tiempos el rey David. Aquí fue proclamado rey de Judá”, explica Yishai Fleisher, portavoz de la comunidad hebrea de Hebrón. “Abraham también escogió lo que hoy conocemos para asentarse y ser enterrado junto a los suyos, ¿quién puede negar nuestro derecho en esta tierra?, pregunta el israelí, quien afirma que la presencia hebrea ha sido constante hasta el pogromo de 1929. Por este motivo, añade, no estarían dispuestos a ceder ni un metro del territorio (Cisjordania y Jerusalén Este) que Israel ocupó tras la guerra de 1967.

Desde la organización pacifista palestina 'Jóvenes contra los asentamientos' (JCA), con sede en la ciudad, “la antigua presencia judía en la zona no justifica la persecución a la que están sometiendo a la población árabe, presente también desde hace siglos”. Un acoso, dicen, que ya ha provocado el abandono de viviendas por parte de más de 10.000 palestinos y el cierre de decenas de negocios, convirtiendo a gran parte de la ciudad vieja hebronita en un lugar fantasmal por cuya vía principal ya no pueden ni pasear los pocos residentes que se resisten a marchar.

Para salir y entrar de sus casas –cuyas ventanas y balcones están cubiertos por redes de alambre, a modo de jaulas, para protegerse de los ataques de los colonos– muchos de ellos se ven obligados a pasar de tejado en tejado o a bajar por escaleras traseras.

“Es un urbarnicidio, el asesinato de una ciudad, antes el centro comercial de toda la zona y hoy un lugar triste, sin gente ni coches en la calle, deshabitado”, denuncia Issa Amro, activista y uno de los fundadores del JCA, movimiento que pelea, a través de acciones de resistencia no violenta, por la permanencia de los palestinos en el área. Según cita la ong Betselem en un reciente informe, el ejército israelí justifica el aislamiento de los palestinos “a fin de evitar fricciones y garantizar la seguridad del personal militar y de los judíos que viven en la ciudad vieja”. Nada mencionan de los otros residentes, los árabes.

Un aislamiento, en el interior y el exterior del Casco Antiguo, que resultaría imposible sin el apoyo de los sucesivos gobiernos israelíes que han destinado, década tras década, a centenares de soldados para proteger a un creciente número de colonos. Residentes de unos asentamientos que siguen siendo ilegales según el Derecho Internacional.

“Israel utiliza las colonias de Hebrón para perpetuar la ocupación israelí de Cisjordania”, cuenta en Jerusalén Este, Majdi Abdelhadi, director de la Sociedad Académica Palestina para el estudio de las Relaciones Internacionales (PASSIA). Para este experto, los sucesivos ejecutivos hebreos han diseñado una estrategia perfectamente definida en lo que respecta a la ciudad de Hebrón y, por extensión, a toda Cisjordania. “Aislar a los palestinos en enclaves separados, disuadirles de toda resistencia para quebrar, como afán último, su esperanza de independencia”.

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