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Nerviosismo entre los refugiados en Budapest tras saberse que Austria volverá a controlar la frontera

Un grupo de refugiados se apresura a tomar el último tren día ante el temor de que Austria vuelva a cerrar el paso pronto / Olga Rodríguez

Olga Rodríguez

Budapest (Hungría) —

La noticia de que el Gobierno austriaco volverá a controlar el paso de refugiados tras dos días de fronteras abiertas ha corrido de boca en boca por la estación de tren de Keleti en Budapest, adonde siguen llegando refugiados procedentes de Siria, Irak, Afganistán o Eritrea. “O nos vamos este lunes a primera hora o puede que ya no podamos llegar a Alemania”, advertía a última de la hora tarde de este domingo Amal, una mujer siria de ojos verdes procedente de Damasco, de donde ha huido con su hijo, su marido y su madre.

Algunas familias van a intentar subirse al próximo tren que vaya a Gyor, una ciudad cercana a la frontera, desde donde parten ferrocarriles hasta Austria. Pero otros lo tienen más complicado. Es el caso de Shari, un iraquí de 20 años que se ha quedado sin dinero: “Entrando en Hungría unos desconocidos nos robaron, tenían cuchillos y palos y nos dijeron que no nos permitían proseguir nuestro camino hasta que no les diéramos el dinero que llevábamos. Ahora tengo que esperar aquí unos tres días a que llegue un amigo que me va a prestar dinero, y para entonces puede que Austria me impida la entrada”, se lamenta.

Shari pasa las horas en la estación de Keleti acompañado por su amigo Ibrahim, un iraquí fortachón de mirada acuosa al que conoció saliendo desde Turquía hacia Grecia. Ambos han dejado atrás historias de un país roto por la guerra y por los enfrentamientos sectarios. Ibrahim perdió a su padre en 2012, cuando unas milicias lo asesinaron. “Yo empecé a recibir amenazas de muerte, así que huí a Finlandia, pero por culpa de los tratados diplomáticos me devolvieron a Irak. No puedo quedarme en mi país, así que aquí estoy de nuevo, intento llegar a Alemania”, nos cuenta.

Como tantos otros iraquíes, Shadi e Ibrahim se han enfrentado a una doble tragedia: primero, la de su propio país; después, la de Siria, país al que huyeron en 2006 -como otros dos millones y medio de iraquíes más en aquella época- en busca de refugio. “Tras la revolución de 2011 la situación fue empeorando en Siria, y llegó un momento en que tuvimos que huir por nuestra seguridad. Fuimos a Turquía, allí estuvimos ocho días, después por mar a Grecia, allí permanecimos seis días, luego Macedonia, Serbia, y ahora aquí”, relata Shadi.

De Irak quieren hablar poco, “para evitar malos recuerdos”. “Me parte el corazón mi país, la ocupación estadounidense y las milicias que surgieron después lo han destrozado, Irak se evaporó. Tengo 36 años y después de tanto sufrimiento solo quiero asentarme en un lugar tranquilo y poder casarme, que ya es hora”, ríe Ibrahim. Junto a ellos, en una pequeña tienda de campaña, se ha instalado una familia afgana procedente de Mazar i Sharif. Ibrahim y Shari se comunican con ella a través de gestos, al no compartir el idioma. “La niña afgana es un encanto”, dice Ibrahim señalando a una niña con coletas que le saluda sonriente.

Unos pasos más allá un grupo de húngaros, principalmente mujeres, reparten comida y ropa. La ayuda que el gobierno de Víktor Orbán niega a los refugiados la suplen los ciudadanos solidarios que pasan aquí buena parte del día atendiendo las necesidades más básicas: entrega de productos de primera necesidad, atención médica y entretenimiento para los más pequeños.

Al caer la noche llega hasta la plaza de la estación un convoy de furgonetas procedente de Austria. Un joven se baja de uno de los vehículos y anuncia que se ofrecen a trasladar a refugiados hasta Viena. Varias familias sirias se apresuran a apuntarse. Saben que de este modo podrán llegar a territorio austriaco antes de que la policía controle de nuevo de forma aleatoria el paso de refugiados.

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