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Dos días sin rescates en el Mediterráneo y más trabas para las ONG en la víspera de la cumbre del Consejo Europeo

Uno de los miembros de la tripulación del Open Arms.

Gabriela Sánchez

A bordo del Open Arms —

Estaba a punto de finalizar el turno de guardia de David. Llevaba tres horas con los ojos clavados en la inmensidad del mar Mediterráneo. “¿Me pasáis un momento los prismáticos?”, preguntó de pronto con cierta inquietud. “Creo que he visto un brillo”.

El buque de rescate español Open Arms se ha quedado solo patrullando el Mediterráneo en busca de vidas en riesgo. El otro barco de ONG que se encontraba en la zona de salvamento, el Aquarius, se ha visto obligado a poner rumbo a Marsella para repostar, después del rechazo del Gobierno de Malta a atracar en sus puertos. El Lifeline podrá poner rumbo finalmente a Malta tras seis días en el mar con más de 200 personas a bordo sin recibir instrucciones. Según ha asegurado este miércoles el primer ministro maltés, su barco quedará retenido en la isla y las autoridades abrirán una investigación.

Mientras, la tripulación del Open Arms navega en busca de vidas en peligro sin saber en qué puerto podrá desembarcar cuando finalice la misión, previsto para el lunes 2 de julio.

Los obstáculos no impidieron a la ONG zarpar este sábado, cuando Malta denegó el acceso del barco a su puerto, forzándole a suministrarse en alta mar. La incertidumbre tampoco impide que el barco de rescate continúe dedicándose a lo importante, aunque desconozca dónde y cuándo atracará.

Ante el aviso de David, sus compañeros han corrido a observar desde otros prismáticos. Los destellos podían observarse a simple vista. Apresurado, David ha bajado las escaleras del puente para alertar a Marco, el capitán. “Vamos para allá”, ha ordenado poco antes de girar el timón del barco de rescate Open Arms.

A medida que el Open Arms se iba aproximando, su tripulación observó que no había ninguna persona con vida a bordo. Era una barca gris y blanca deshinchada. Tan solo la proa permanecía elevada.

“¿Baja algún socorrista?”, preguntó a la tripulación Óscar Camps, presidente de Proactiva Open Arms. Tardaron unos minutos en decir en voz alta lo que temían encontrarse. Debían comprobar que no había ningún cuerpo sin vida en los alrededores de la lancha abandonada.

A los cinco minutos, David, Ibon y Guillermo ya estaban preparados. Cubrieron su cuerpo con el traje de neopreno y se lanzaron al Mediterráneo para inspeccionar las mismas aguas que se han tragado 972 vidas en lo que va de año.

“Es una balsa, llevará aquí aproximadamente una semana”, ha comunicado desde el agua Guillermo a través de walkie-talkie al resto de la tripulación, que esperaba expectante en la popa de la embarcación. Los percebes incrustados en los restos de la balsa indicaban que su hundimiento no era reciente. No había nada más.

Los tres socorristas han rajado la única zona que sobresalía del agua para permitir su hundimiento. Dejarla en la superficie, explica el jefe de misión de Open Arms, puede ser arriesgado para los barcos que navegan por la zona, pues la lona podría engancharse en cualquier hélice.

Este ha sido el único sobresalto de un día tranquilo en las aguas del Mediterráneo, que contrasta con la intensidad de este domingo, cuando al menos siete balsas con 1.020 personas a bordo fueron detectadas por el centro de coordinación de salvamento de Roma de forma casi simultánea. La aparente calma en la principal ruta migratoria tiene lugar días antes de la celebración de la cumbre del Consejo Europeo, centrada en asuntos migratorios.

La rabia de no haber llegado a tiempo ha venido sucedida de dos días sin rescates. No se puede saber si no ha partido ninguna barca de las costas libias o no ha sido avistada. Lo que sí se sabe es que cada vez hay menos ojos buscándolas.

Consciente de ello, Marco Martínez Esteban, capitán del Open Arms ha recordado a su tripulación la necesidad de no retirar la atención de las aguas del Mediterráneo.

“No nos podemos relajar porque todo parezca tan tranquilo”, insiste el capitán a su tripulación. “Acordaos de lo que ocurrió en plenas elecciones libias. Había muchísimo control y no podían salir las barcas. Pero de repente encontramos a Sami. Él se escapó”, recuerda.

La tripulación del Open Arms aprende de las experiencias pasadas. Entre tarea y tarea las recuerdan y comparten con aquellos compañeros que no las vivieron. El capitán nos cuenta con más detalle la historia de Sami en la oscuridad en la que debe quedarse el puente del buque durante el turno de guardia de noche para que sea posible detectar posibles señales de balsas en riesgo.

“Estábamos a punto de acabar la misión y volver a puerto. Estaba un socorrista argentino de guardia. Decía que veía algo”, relata Marco. “El resto no llegábamos a verlo, pero nos acercamos”.

Cuando se aproximaron, observaron a un hombre en una pequeña zodiak a motor. Estaba solo. “Al vernos cogió un puñado de caramelos, levantó las manos y nos los ofreció”, relata el capitán mientras de vez en cuando mira al horizonte. Era sirio y su novia vivía en Alemania. “Decía que sabía que tenía 90% de posibilidades de morir, pero también sabía que podía conseguirlo”, añade. “Si no lo hubiésemos visto, no hubiese durado mucho más con esa barca”.

De ahí que se le hubiese venido él a la cabeza cuando recordaba a su equipo que nunca dejasen de estar alerta: “Siempre tiene que haber una persona con los prismáticos fuera. Si nos hubiésemos despistado aquel día nunca hubiésemos localizado a Sami”.

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