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Sofía y Manuel: dos vidas que cambiaron tras pisar una mina

Sofia Elface Fumo y Manuel Orellana, víctimas de una mina antipersona.

Víctor Ibáñez

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Sofía Elface Fumo tenía 11 años cuando salió a recoger leña junto con su hermana pequeña cerca de su casa en Massaca, Mozambique, y pisó una mina antipersona en noviembre de 1993. Lo siguiente que recuerda es estar en una cama del hospital. “Quería levantarme y no lo conseguía. Mi mamá me colocaba para dormir, pero yo quería levantarme. Mi mamá me colocó de nuevo para dormir y me dijo: ‘Sofía, no tienes piernas, ya no tienes piernas’”, dice a elDiario.es. Aquel día, Sofía perdió las dos piernas y su hermana María, de ocho años, murió un mes después en el hospital.

Las fotografías de Sofía Elface Fumo junto a sus hijos ocupan la portada de Vidas Minadas. 25 años, del periodista Gervasio Sánchez. En el libro –publicado por la editorial Blume en colaboración con DKV seguros, Iberia y Euskal Fondoa–, el fotógrafo hace un seguimiento a lo largo de los años de la vida de distintas personas víctimas de este tipo de armas. El trabajo llega también en forma de exposición a La Lonja de Zaragoza, donde puede visitarse hasta el 7 de enero de 2024. Después llegará al Círculo de Bellas Artes de Madrid.

“Llevaba 12 años trabajando en zonas de guerra. Estaba harto. Harto de contar los muertos por miles, en ejércitos de ceros, sin nombres y apellidos. Yo buscaba una historia para particularizar el dolor ajeno y poner nombres y apellidos a la violencia. Y al final se convirtió un poco en un anclaje para seguir creyendo en este oficio”, dice Sánchez a elDiario.es sobre este proyecto, que ha tomado forma en cuatro libros bajo el mismo título (Vidas Minadas) y distintas edades (Cinco años después, Diez años y 25 años).

Sus páginas recogen historias como las de Sofía Elface Fumo (Mozambique), Manuel Orellana (El Salvador), Medy Ewaz Ali (Afganistán), Adis Smajic (Bosnia-Herzegovina), Sokheurm Man (Camboya) o Mónica Paola Ardila (Colombia). Historias, con nombres y apellidos, marcadas por una mina.

Este tipo de armamento está prohibido por la Convención de 1997 sobre la prohibición de las minas antipersona y sobre su destrucción. Sin embargo, más de dos décadas después de su adopción, cerca de 60 millones de personas en más de 70 países siguen viviendo bajo la amenaza de estos artefactos, según la ONU.

Un legado aterrador

“Incluso después de que paren los combates, los conflictos suelen dejar tras de sí un legado aterrador: minas y artefactos explosivos que ensucian las comunidades”, dijo el secretario general de la ONU, António Guterres, con motivo del Día Internacional de información sobre el peligro de las minas, el 4 de abril. “La paz no aporta ninguna garantía de seguridad cuando las carreteras y los campos están minados, cuando las municiones sin explotar amenazan el regreso de las poblaciones desplazadas y cuando los niños encuentran y juegan con objetos brillantes que explotan”.

Manuel Orellana tenía nueve años cuando empezó la guerra en El Salvador, en 1980. “Siento que toda la vida he vivido en guerra”, explica a elDiario.es. Vivía en Arcatao, de donde huyó junto con sus padres a Honduras en 1983, para regresar tres años más tarde a su país. El 12 de diciembre de 1991, apenas un mes antes de la firma del acuerdo de paz de El Salvador, salió a recoger café en el volcán de San Salvador y pisó una mina. Perdió las dos piernas.

“Fueron 12 años de guerra, se sabía que todo el territorio salvadoreño estaba minado por todos los lados”, dice Orellana. “Trabajábamos en la agricultura con mis padres, pero en noviembre, diciembre y enero son los cortes de café en El Salvador. Teníamos que ir trabajar, a ganarnos algunos dineros para poder hacer, como se dice, la compra de Navidad. Andaba con mi cuñado y fue así que tuve la mala suerte de pisar la mina”.

Cuando el conflicto acabó, la violencia en El Salvador siguió. “Tengo dos hijos que han estado a punto de morir por las pandillas. El primero venía de la universidad, se suben las maras o las pandillas a un bus pidiéndoles dinero a todos. Vino mi hijo, les dio unas monedas y se las tiraron a la cara cuando vieron que era muy poco dinero. Le sacaron una pistola, se la pusieron en la cabeza y le dispararon. Y gracias a Dios, el arma no disparó”, dice el salvadoreño. Cuenta que, a otro de sus hijos, Manuelito, el menor de los cuatro, le pidieron el móvil cuando volvía de estudiar y tuvo que dárselo cuando le amenazaron con tirarlo del autobús. Su hija, añade, también ha tenido problemas con las pandillas.

Para toda la vida

Sánchez recuerda que España es una de las principales potencias del mundo en exportación de armamento –en concreto, la octava, según el último informe del Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI)–. “Estamos en la Champions League en venta de armas”, dice el autor de Vidas Minadas.

Las consecuencias de las armas, para quien las sufre, son duraderas, remarca el periodista. “Una mina es para toda la vida. Lo que le ha pasado a Sofía, con 11 años, y las 10 veces que ha cambiado de prótesis, o Manuel, que lleva más de una docena cambiando de prótesis desde que tenía 20 años”.

Sin sus piernas, Sofía ya no podía ayudar a su madre, traer leña a casa, cargar cosas pesadas y cuidar de sus hermanos. Manuel no podía trabajar en la agricultura.

El salvadoreño aprendió a coser. “Con eso hemos sobrevivido. Hemos aprendido a hacer camisetas y uniformes deportivos, y gracias a eso hemos logrado salir adelante y sacar a mis hijos adelante. Tengo tres hijos que han ido a la universidad y uno que está trabajando. Gracias al esfuerzo que hemos hecho mi esposa y yo”, dice.

Sofía consiguió acabar la educación secundaria en una escuela a casi diez kilómetros de su casa, a la que acudía en silla de ruedas. Sin embargo, no pudo estudiar en la universidad porque en 1999 nació su primer hijo. “Tengo cinco hijos. Tengo que criar, tengo que trabajar, tengo que dar y tengo que enseñar. Entonces, tengo que afrontar la vida, con dificultades, pero de frente”, dice la mozambiqueña.

Vidas minadas

Manuel jugando con un globo junto a su hija Tania. Sofía hablando por teléfono en la cama junto con su hijo Gervasio. Muchas de las fotografías que aparecen en Vidas Minadas. 25 años están protagonizadas por víctimas de minas antipersona junto a sus hijos. Sofía y Manuel coinciden en que los suyos han sido su gran impulso. “Son auténticos héroes que se enfrentan a la violencia con gran dignidad”, dice Sánchez sobre los protagonistas de su proyecto.

“Para mí, ha sido muy bonito porque siento que el proyecto puede ayudar muchísimo. A nosotros, porque dan a conocer nuestros problemas y también para hacer que todos los países que están fabricando minas ya no lo sigan haciendo”, explica Orellana.

Sofía habla de la importancia de dar a conocer lo que les sucedió y hace referencia a la actual guerra de Ucrania, en la que se está utilizando este tipo de armamento. Admite que le afecta que se siga usando allí. “Creo que hay algunas zonas que pueden estar minadas, puede haber amputados, y la vida va a ser difícil”, dice.

La mujer mozambiqueña explica divertida que, al principio, cuando conoció a Gervasio Sánchez y este le empezó a hacer preguntas, pensaba que era algo temporal, pero no fue así. “Nos convertimos en una familia grande: [compartimos] mis alegrías y las de él también; mis tristezas y las de él”.

Gervasio abandona el tono crítico y sonríe cuando recuerda que Sofía le puso su nombre a su quinto hijo. “Por un lado, me emocioné muchísimo. Por otro lado, dije: 'Vaya putada que le estás haciendo al crío', porque yo lo pasé muy mal cuando era pequeño”. Mientras habla de todo lo que ha supuesto para él el proyecto, “Gervasito”, el hijo de Sofía, juega en la sala contigua.

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