El mayor fondo soberano del mundo se fija en tecnológicas para abordar el ciclo económico de la inteligencia artificial

Los mercados de capitales atienden cada inicio de año a la actualización de la cartera de inversión del Fondo Soberano de Noruega. Este 2024, la atención que ha despertado la revelación de las líneas maestras marcadas por los estrategas del Norway Sovereign Wealth Fund (NSWF) es, si cabe, aún mayor. No solo porque los 1,6 billones de dólares de su vasto patrimonio estatal colocado en bolsas y activos de todo el mundo vienen de declarar, en 2023, la primera pérdida de rentabilidad desde 2018, ni porque se avecine un ejercicio cargado de incertidumbre geopolítica y económica, sino por cotejar si sus gestores creen fielmente en el advenimiento de un súper-ciclo de la inteligencia artificial (IA).

Las adversidades se han sucedido desde el final de la Gran Pandemia. Pero algunos observadores consideran que la coyuntura post-covid, a la que se han ido incorporando tensiones financieras, comerciales, energéticas o logísticas, podría todavía resistirse a firmar su acta de defunción. El fondo noruego parece abrazar esta tesis, al insistir en reforzar sus participaciones en las grandes tecnológicas y manifestar con ello una decidida fe en la anunciada creación de productividad y riqueza de la IA. El NSWF ha engordado con activos de Microsoft, Apple, Alphabet y Amazon su cartera de capital.

La compañía que fundó y presidió durante décadas Bill Gates acaba de sobrepasar al emporio de la manzana que creó el difunto Steve Jobs como el mayor referente inversor del fondo. El NSWF cuenta con 35.200 millones de dólares tras decidir elevar en un 0,13% sus acciones, hasta alcanzar el 1,3% del fondo. Apple es la segunda en la lista, con 33.200 millones, un 0,08% más de títulos y el 1,1% de porción del NSWF, cuota similar a la que representan sus inversiones en Alphabet y Amazon.

Las bigfour entre las grandes tecnológicas encabezan la clasificación bursátil del fondo noruego, según su institución rectora, el Norges Bank Investment Management que dirige, por mandato parlamentario y asignación del Ministerio de Economía.

El triángulo del capital: tecnología, chips y coches eléctricos

El holding bursátil noruego completa su top-ten de activos empresariales con la firma de chips Nvidia, una de las rutilantes estrellas bursátiles de 2023, y Meta, con adquisiciones que suponen el 1,2% de su accionariado. Le siguen el grupo suizo Nestlé, la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC), la farmacéutica danesa Novo Nordisk y la holandesa ASML de circuitos integrados. La carrera geoestratégica internacional por dominar el mercado de chips está entre las prioridades bursátiles del fondo soberano noruego.

En tercer término, irrumpe otro segmento neurálgico para espolear la digitalización y la sostenibilidad sobre el que se asentará el nuevo ciclo económico: las marcas automovilísticas con utilitarios eléctricos. Tesla, emblema por excelencia de estos vehículos eléctricos, ocupa el decimoprimer peldaño entre las preferencias del fondo noruego, con un aumento de su participación del 0,98% –unos 7.700 millones de dólares–, 11 décimas por encima de su cuota porcentual en 2022.

También se sitúa en un puesto predominante la china BYD, de la que ha adquirido el 0,38%. Tesla puso en el mercado 484.507 vehículos eléctricos el último trimestre de 2023, mientras su rival asiático vendió 526.409 prototipos, lo que refleja el músculo que los fabricantes chinos han alcanzado en los mercados internacionales.

La consolidación de Tesla en la cartera de inversión del NSWF sorprende después de que la firma de Elon Musk haya admitido un estancamiento de ingresos y beneficios y una expansión “más lenta” este año. Con los notables recortes de precios para reanimar las ventas en 2023, la cuenta de resultados se ha cargado de incertidumbre, como lo constata la caída en el valor de sus acciones, del 23%, desde comienzos de año.

¿Es la IA un intento bursátil fallido o una revolución inversora?

En Goldman Sachs lo tienen claro. La IA y los procesos de descarbonización están configurando el nuevo ciclo económico. Peter Oppenheimer, uno de sus analistas con más ascendencia en los mercados, afirma que estos dos factores empujan a la economía a una “nueva era de crecimiento” y que el escenario que emergerá diferirá substancialmente de los periodos de bonanza y recesión de las últimas décadas.

A su juicio, los ciclos surgidos desde finales de los ochenta se han gestado desde unos tipos de interés y unos índices de inflación bajos y se han interrumpido con el paulatino deterioro en el tiempo de estos dos componentes, que son los que determinan y condicionan las políticas monetaria y económica, respectivamente.

“Han sido las catapultas de dinamismos gigantescos y sumergibles de la actividad”. Sin embargo –matiza Oppenheimer–, “ahora nos adentramos en otro terreno”, en el que los riesgos difieren de los de la Guerra Fría. Aunque también instaura unos resortes de mayor intensidad, entre los que sitúa la IA y su “impacto sobre la productividad” y la descarbonización y su “cambio de paradigma energético” que serán los motores de propulsión del futuro progreso. “Ya percibimos, con saltos de capitalización como los de Nvidia o Meta, de triples dígitos, esta entrada en una nueva fase” o con el clima favorable en Wall Street, pese a las “alertas constantes de recesión”, aclara.

En su opinión, el sector tecnológico será el epicentro de este trampolín. Como el que protagonizaron en los noventa en EEUU o, antes, en los setenta, en Japón, insuflando las burbujas bursátiles que alimentaron los dos grandes avances en innovación de finales del siglo pasado. El futuro inmediato traerá “más beneficios corporativos e impactos económicos” de un calibre trascendental, augura.

El FMI se apunta a la tesis. La IA afectará al 40% de los trabajos globales. En un sentido positivo, añadirá cuotas de productividad nunca vistas con antelación, elevará los salarios e impulsará los retornos de capital de las empresas, admitía en Davos su directora gerente Kristalina Georgieva. No obstante, dejó algunas pinceladas de sus peligros latentes como sus efectos sobre la brecha de la desigualdad.

Bill Gates ha sido el altavoz con más proyección sobre la opinión pública global. Para el exfundador de Microsoft, la IA “cambiará nuestras vidas en cinco años”, transformará todos los rincones de la actividad e inyectará dosis de productividad excepcionales. “Nos hará la vida más fácil”, creará habilidades profesionales más especializadas y laborales con mayor cualificación y, al mismo tiempo, convertirá al mundo de los negocios “en espacios más eficientes y rentables”.

En la misma sintonía se manifiestan Ege Erdil y Tamay Besiroglu, de Epoch, firma de investigación de mercados, que auguran un “crecimiento explosivo” y una “paulatina supresión del trabajo y del capital humano” a través de lo que el profesor Erik Brynjolfsson, de Stanford, llama “su poder de productividad”. George Friedman, presidente de Geopolitical Futures, conecta con una teoría con evidencias históricas: la concordancia entre el inicio de etapas geopolíticas convulsas –Ucrania, Gaza o los asaltos hutíes a barcos en el Mar Rojo– y los nuevos ciclos tecnológicos como la revolución de la IA que se solapan y entremezclan para alterar el orden mundial.