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¿Por qué se forman trombos en las venas? Existen varios factores de riesgo y el sedentarismo juega un papel clave

Paciente con trombosis venosa en la pierna

Mercè Palau

Coagulación de la sangre. Estamos probablemente frente a uno de los sistemas fisiológicos más importantes y complejos. Necesitamos que la sangre fluya de forma libre a través de los vasos sanguíneos para cuidar nuestra salud.

Las venas transportan sangre desde las extremidades del cuerpo hasta el corazón. Cuando se bloquea una vena, la sangre se acumula detrás de la obstrucción, lo que provoca inflamación y las células que se encuentran delante no pueden conseguir el oxígeno y los nutrientes que necesitan, lo que puede provocar daños en las venas, tejidos y los órganos que alimentan. 

Si bien la coagulación de la sangre es una respuesta normal a un corte o una herida superficial, en ocasiones pueden formarse coágulos de sangre sin que haya ninguna herida en el interior del sistema venoso profundo que pueden crecer o fragmentarse e interrumpir la circulación normal de la sangre.

Estamos frente a lo que se conoce como la enfermedad tromboembólica venosa (ETEV), un problema de salud importante por su alta incidencia, que aumenta de manera progresiva debido a factores como el aumento del envejecimiento poblacional y al aumento de la obesidad o la insuficiencia cardiaca.

Con una incidencia anual de 10 millones de casos al año, afecta por igual a hombres y mujeres, aunque por sus particularidades fisiológicas —embarazo, menopausia o tratamientos hormonales— suele ser más frecuente en ellas.

Tipos de bloqueos que se producen

La enfermedad tromboembólica venosa (ETEV) incluye la trombosis venosa y la embolia pulmonar. Como admite la Doctora Pilar Llamas, jefe del Servicio de Hematología de la Fundación Jiménez Díaz y coordinadora del libro Trombosis en la mujer: una visión integral y práctica, la trombosis arterial “afecta las arterias o circulación de salida del corazón y es la patología que subyace bajo un infarto de miocardio o un ictus tromboembólico” y está relacionada con defectos en la pared de los vasos sanguíneos. La trombosis venosa, en cambio, como su nombre indica, afecta “las venas o circulación de retorno” y hacen que el retorno venoso se vea enlentecido.

Tromboembolismo venoso, una enfermedad multifactorial

La enfermedad tromboembólica venosa, como hemos visto, puede afectar tanto a hombres como mujeres de todas las edades. Sin embargo, hay algunos factores, como las condiciones médicas, la edad y los antecedentes familiares que pueden aumentar el riesgo. La probabilidad es mayor para alguien que tiene más de uno de estos factores al mismo tiempo. 

“No hay que olvidar que la trombosis es multifactorial, es decir, depende de la suma de factores genéticos y adquiridos, de los que a veces no somos conscientes”, admite Llamas. Y es que detrás de muchas trombosis podemos encontrar causas como enfermedades que implican una inmovilización prolongada, una cirugía mayor reciente o un traumatismo grave e, incluso, el sedentarismo unido a otros factores de riesgo.  Datos de la Sociedad Española de Trombosis y Hemostasia (SETH) indican que hasta un 60% de los casos de ETEV aparece durante o después de una hospitalización

Como reconoce la especialista Llamas, “algunos factores de riesgo vascular son ‘modificables’, es decir, podemos adecuar los hábitos de vida y luchar contra el sobrepeso o la obesidad y controlar el colesterol y la glucosa”. Pero solo cuando se reconocen los factores de riesgo se pueden implantar medidas de prevención eficaces. 

Los síntomas que pueden hacernos pensar que tenemos una trombosis

Las señales pueden variar en función del tipo de obstrucción que se produce. Así, en el caso de la trombosis venosa profunda de las extremidades inferiores, suelen aparecer síntomas como dolor en la pierna, edema o hinchazón, así como sensación de pesadez y aumento del calor local. 

En el caso de la embolia pulmonar los síntomas son totalmente distintos: falta repentina de aire, dolor en el pecho al estornudar o toser, respiración agitada, pulso rápido, sensación de desmayo y tos con sangre. Una de las particularidades de esta enfermedad, como vemos, es que se presenta de forma muy variable, con síntomas inespecíficos. 

Como reconoce Pilar Llamas, puede ocurrir que estos síntomas “pasen desapercibidos o no se interpreten correctamente al asociarse a otras patologías como neumonía”. Puede ocurrir también que una trombosis en una pierna se confunda con una lesión de los músculos. Pero, si es una trombosis, el reposo y la compresión de la zona no mejoran los síntomas con los días; al contrario, irán a más.

A ello se le añade otra complicación: puede ocurrir que los síntomas se presenten solo en aproximadamente la mitad de las personas, de ahí que en ocasiones el diagnóstico sea complicado y tardío, como reconocen los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC).

Un tratamiento anticoagulante personalizado

Las opciones de tratamiento del tromboembolismo venoso varían en función de la amenaza del coágulo. “La terapia anticoagulante constituye el pilar fundamental en el tratamiento de la trombosis venosa”, admite Llamas. Este tratamiento tiene como finalidad neutralizar la tendencia al exceso de coagulación de la sangre en ciertas personas.

Sin embargo, en las mujeres, contextos como el embarazo, el síndrome menstrual abundante o la terapia hormonal de la menopausia pueden hacer variar este tratamiento por los efectos que pueden tener ciertos anticoagulantes. De ahí que sea clave valorar cada caso particular y evaluar el equilibrio entre los beneficios y los riesgos.

Andar, la forma más sencilla de prevenir la enfermedad tromboembólica venosa

Aunque el tromboembolismo venoso tiene muchos factores de riesgo y no todos se pueden controlar, en general sí hay estrategias de prevención que pueden ayudar. Como enumera la Doctora Llamas, estas incluyen llevar un estilo de vida saludable; estratificar el riesgo trombótico de cada mujer si tiene que tomar anticonceptivos orales o una terapia hormonal para la menopausia o si está embarazada; fomentar la movilización para evitar periodos largos de inmovilización; educar en la identificación de síntomas y en la importancia de la prevención; y evitar el sedentarismo.

En palabras de Llamas, se ha demostrado que el sedentarismo “representa un factor de riesgo significativo en la predisposición a la trombosis venosa”. Por tanto, la actividad física regular ayuda a promover la contracción muscular, lo que a su vez facilita el retorno venoso al corazón. Los efectos son varios: modula la inflamación, la disfunción endotelial, las alteraciones en el flujo sanguíneo y los estados de hipercoagulabilidad.

Andar constituye uno de los ejercicios más sencillos y fáciles de practicar para evitar una trombosis ya que es una actividad que promueve el flujo sanguíneo e implica el movimiento de las extremidades inferiores. En este sentido, el informe científico del Comité Americano de Pautas de Actividad Física recomienda realizar de 150 a 300 minutos a la semana de ejercicio aeróbico de intensidad moderada, como caminar a paso ligero. También ayudan los ejercicios de fortalecimiento muscular centrados en las piernas, como levantar pesas, para mejorar la circulación sanguínea y fortalecer las venas.

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