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Soledad no deseada: cuando, a pesar de la hiperconectividad, nos sentimos solos

Un hombre mirando por la ventana

Mercè Palau

La soledad es una emoción humana compleja y única para cada persona. Sentirse solo de vez en cuando puede ser una parte normal de la vida. Pero cuando la soledad va más allá, o dura mucho en el tiempo, es cuando puede influir en nuestro bienestar y salud. La soledad no deseada es una experiencia subjetiva que se produce incluso cuando la persona no vive sola, y a menudo es algo invisible desde el exterior. 

En España, se estima que el 13,4% de las personas sufren soledad no deseada, sobre todo en mujeres, más que en hombres. El 22,9% de todas estas personas se sienten solas durante todo el día, según datos del Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada. Este problema se ha convertido en uno de los retos sociales y sanitarios creciente, en una nueva pandemia silenciosa del primer mundo que ha sido tratada en la sesión dedicada a la “Soledad no deseada”, bajo el título “Conexiones perdidas en un mundo conectado”, dentro de los debates en Responsabilidad Social Corporativa que organiza la Fundación Jiménez Díaz.

¿Qué es la soledad no deseada?

Hablar de soledad no deseada es hacerlo de la “percepción de que las relaciones interpersonales son insuficientes o no son de la calidad o intensidad que desearíamos”, admite la Doctora Ana Isabel Hormigo, especialista en Geriatría de la Fundación Jiménez Díaz. Para la experta, se trata de un “sentimiento doloroso, sostenido en el tiempo, provocado por una falta de relación con otras personas y una desvinculación con el entorno” por algo que no hemos elegido, sino que nos ha venido impuesto.

Esta circunstancia puede afectar a nuestro bienestar y estado de salud. Y no necesariamente se deriva del aislamiento social. De hecho, las personas pueden sentirse solas incluso cuando están rodeadas de gente. ¿Cómo podemos distinguirla de la soledad? La soledad a secas es algo voluntario, cuando buscamos un momento de intimidad personal o reflexión que nos aporta bienestar y tranquilidad y somos nosotros mismos los que escogemos el momento y la duración. 

La soledad no deseada, la involuntaria, no entiende de edad, ni género ni siquiera del hecho de que alguien viva solo o no. “El perfil de las personas que la sufren son mayores, personas con discapacidad, migrantes, jóvenes”, afirma la especialista.

Un cambio social que incrementa el sentimiento de soledad

Parece paradójico que, en plena era digital, de redes digitales y tecnología, cuando nunca ha sido tan fácil conectarse, aumente el sentimiento de soledad. Para la Dra. Hormigo, “vivimos cada vez más hiperconectados a nivel digital con redes sociales líquidas que no favorecen las relaciones interpersonales individuales”. Las prioridades han cambiado, “se ha perdido el apoyo de la sociedad y hacen que no estemos creando sociedades amigables. Hemos roto el tejido que protegía a las personas”, sentencia la experta.

A esta compleja realidad se le suman otros factores, como el aumento del envejecimiento de la población y, por tanto, de la esperanza de vida —según datos de la Organización Mundial de la Salud, en 2025 habrá más de mil millones de adultos mayores de 60 años—, o las nuevas formas de convivencia en las que los modelos de familia han cambiado. 

En una sociedad cambiante como la descrita, la soledad no deseada tiene muchas causas, que varían de una persona a otra. No siempre somos capaces de entender por qué una experiencia nos hace sentir solos. Pero sí se sabe que las experiencias vitales tienen un impacto directo y constituyen un factor de riesgo de sufrir soledad no deseada.

La pérdida de un ser querido; la detección de una enfermedad crónica; vivir en una zona aislada que dificulta el acceso a actividades sociales; la falta de familiares cercanos; las personas con discapacidad con dificultad para participar en actividades sociales; o personas con bajos ingresos son algunas de las causas que pueden estar detrás de este problema.

Cómo impacta la soledad no deseada en la salud

La soledad no deseada ha sido reconocida como un problema de salud grave: puede causar estragos en la salud física, mental y cognitiva de una persona, como demuestra esta revisión sobre los efectos del aislamiento social. Los expertos vinculan el aislamiento social con consecuencias como depresión, mala calidad del sueño o deterioro cognitivo acelerado, así como malos hábitos como sedentarismo. También puede aumentar el riesgo de sufrir enfermedades físicas como hipertensión o enfermedad cardiovascular.

Además, y como explica la geriatra del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz, la sensación de fracaso “aumenta el cortisol y reduce la capacidad del sistema inmunológico, lo que a la larga puede suponer un deterioro cognitivo que hará que la muerte se adelante o sea más prematura”. 

Soledad no deseada: un problema multicausal de detección compleja   

Detectar que una persona que sufre soledad no deseada puede ser una tarea complicada ya que, muchas veces, suele pasar desapercibida e, incluso, la sufren personas que no están aisladas socialmente. Para la Dra. Hormigo, la clave está en “dirigir estrategias a colectivos de riesgo ya que existen instrumentos que ayudan a detectar y diseñar un correcto abordaje”. 

En este sentido, es fundamental establecer distintas vías de acción, como enseñar hábitos sociales que ayuden a buscar una solución al problema o fomentar la creación de asociaciones y grupos para crear vínculos y relaciones interpersonales. 

“Como sociedad estamos ante un reto y debemos buscar soluciones”, afirma la experta, que admite que, aunque la tecnología nos aísla, podemos usarla para “conectarnos creando terapias grupales, grupos de contacto, de forma ágil y cercana, que nos permitan estar juntos y conectar a los que están más lejos o inmovilizados”.

¿Se puede prevenir la soledad no deseada?

En palabras de la Dra. Hormigo, “existen diversas estrategias que pueden ayudar”. Algunas de ellas son fomentar la participación social y la conexión con familiares y amigos; proporcionar servicios de atención domiciliaria con programas de visitas regulares; implantar terapia individual o grupal para abordar los sentimientos de soledad; realizar ejercicio físico; adoptar un animal de compañía; o apostar por las comunidades inclusivas para personas mayores.

Sea cual sea el caso, y como advierte la especialista, es fundamental pensar que “cada persona es única y puede requerir un enfoque distintos para abordar la soledad. Es importante escuchar sus necesidades y trabajar juntos para mejorar su calidad de vida”.

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