Lectores, autores y 176 paneles solares: crónica de una Feria del Libro de Madrid con energía propia

Pedro Carrascosa

Las casetas se extienden delante de mí hasta donde alcanza la vista. Una detrás de otra, con la naturalidad que caracteriza a las tradiciones bien arraigadas. De hecho, me sorprendo preguntándome a mí mismo si esas casetas están ahí todo el año, pues parecen formar parte del paisaje del Parque de El Retiro. Se trata de una imagen que tengo muy interiorizada: llega junio a Madrid y con él llegan mis paseos literarios por la Feria del Libro de Madrid.

Suelo visitar la Feria en fin de semana siempre que el ritmo de trabajo me lo permite, respetando paso por paso un ritual que ya forma parte de mí: un café para llevar de mi cafetería favorita, cerca de la Casa Árabe, gorra, crema solar y buen calzado para hacer una ronda de reconocimiento; calle O’Donnell y me adentro en El Retiro por la casita del Pescador, dispuesto a gozar de la cita.

La ronda de reconocimiento es como llamo al primer paseo, que me permite ojear las novedades literarias, hacerme una idea de dónde está situada tal o cual librería, calcular el tiempo y el bolsillo para pensar si merece la pena hacer una cola generosa para la firma de un autor. Después de eso, normalmente ya sé dónde quiero ir y qué libros llevarme a casa conmigo.

Al ser fin de semana, la Feria acaba de abrir, los libreros y libreras levantan las persianas, algunos para descubrir que ya hay fans haciendo cola para llevarse un libro firmado. Es en ese momento cuando me pregunto algo que parece ser obvio, pero no lo es. “¿Cómo se monta todo esto?” Y no me refiero tanto a la infraestructura de las casetas sino a cómo funcionan.

Cada caseta necesita luz, Internet para controlar el stock, los datáfonos que funcionen, los teléfonos con los que quedar con tus amistades o compartir en redes la experiencia, los montajes de las presentaciones, charlas y actividades en los pabellones, las neveras y electrodomésticos de los puestos de comida y pequeños quioscos… Y que todo ello se naturalice como parte del parque, ese paisaje literario indivisible de la vida de la ciudad en estas fechas.

“La Feria del Libro de Madrid trabaja, por convicción y por interés, para optimizar su manera de estar en el Parque de El Retiro”, explica Eva Orúe, directora de la Feria del Libro de Madrid. “Por convicción, en la seguridad de que a todos nos toca cuidar del medioambiente, protegerlo, garantizar su equilibrio; por interés, dado que velar por el jardín en el que abrimos nuestras puertas es requisito indispensable para seguir en él. En algunos casos, mejorar nuestras prestaciones depende únicamente de nosotros; en otras ocasiones, nos toca reconocer que necesitamos ayuda, contar con el apoyo de quienes tienen el conocimiento y la posibilidad; de ahí la colaboración con Repsol”. En ese momento tengo claro que mi ronda de reconocimiento ha terminado. Necesito descubrir cómo opera energéticamente este despliegue cultural que todos los años me acompaña.

Energía solar en la Feria del Libro de Madrid

Así es como descubro que este año, en su 84.ª edición, la Feria incluye por primera vez la energía solar, gracias a la instalación de 176 paneles de Repsol que suministran un flujo de electricidad renovable que hace posible el evento. “Aportamos lo esencial: la energía que hace posible cada experiencia. Pero también sumamos conocimiento, innovación y la voluntad de transformar estos espacios gracias a la amplia gama de soluciones energéticas que ofrecemos”, me explica Ana Bella García, responsable de Patrocinio de Ocio de Repsol.

Se trata de un evento cultural que pretende acoger a un millón de paseantes, a los que se les ofrecen los mejores servicios de una feria en mitad de un entorno natural como el parque de El Retiro. Este parque situado en el centro de la ciudad y la mayor feria del libro de todo el Estado tenían que entenderse. El objetivo: contribuir en la medida de lo posible a reducir el impacto ambiental.

¿Cómo hacerlo? El año pasado Repsol ya suministró combustible renovable al evento literario. En esta edición se emplearán 2 000 litros para alimentar el único generador que se necesita, lo que evitará la emisión de más de 5,5 toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera.

Además de los combustibles 100% renovables, “tenemos dos tipos de instalación diferentes: paneles a red sin baterías, y paneles sin red y con baterías aislados”, me cuenta Alberto Martín Gutiérrez, técnico del Technology Lab de Repsol.

Diseñar el circuito eléctrico de la Feria implica tener en cuenta, por ejemplo, la radiación que reciben algunas casetas —como de la 1 a la 11 entrando por la Casa Árabe— que no tienen árboles detrás–. También los pabellones de las oficinas centrales de la Feria del Libro, el de CaixaBank, y el de RTVE tienen paneles propios, y al estar en el centro de la calle las sombras de los árboles no les afectan tanto. Es todo un reto. Repartir esa energía, distribuirla equitativamente según las necesidades y que ninguna esquina de la Feria se quede fuera. Y, sobre todo, que los lectores y paseantes no lo noten. Por eso pasa desapercibido un ejercicio de ingeniería muy singular. Un reto mayúsculo que descubro paseando.

La Feria del Libro de Madrid trabaja para la reducción de emisiones, pero la energía necesaria para llevarla a cabo sabe estar a la altura. Ofreciendo un espacio para la cultura único, en un entorno que lo acoge, cada año, como si formase parte de él.