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José Monleón, el maestro

José Monleón (derecha) con el autor del artículo en 2004

Gregorio González Perlado

En el año 2003, el que fuera presidente de la Junta de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, manifestó que el Festival de Mérida nació en 1984. Para quienes buceábamos entonces en su proceso iniciático y en su historia, esa declaración hecha una mañana de verano en el peristilo del Teatro Romano, podría parecer un error presidencial.

No resultó así, sin embargo, tras su explicación: El festival, en sentido estricto -dijo Ibarra-, nació en 1984 porque desde esa edición comenzó a funcionar tal y como lo conocimos después, es decir, desde el ámbito público (así fue concebido y creado por la II República), con un patronato y tras el nombramiento de un director estable, un director que le otorgó una programación anual brillante, consecuente y universal durante seis ediciones, es decir, seis años (no cinco, como ha publicado recientemente Jesús Cimarro, errado al sumar).

En abril de 1984, Rodríguez Ibarra, bien aconsejado entonces, decidió llevar a la reunión del patronato del Festival la propuesta-decisión de nombrar a José Monleón primer director estable del festival. Lo hizo imbuido por la creencia de sus próximos y de sí mismo de que el escritor, crítico y teórico dramático trasladaría a la muestra un proyecto de futuro permanente y una universalidad definida y definitoria. Esas cualidades se hicieron patentes desde el primer montaje programado para abrir la edición de aquel año: ‘Los caballeros’, de Aristófanes, a cargo del Teatro Griego del Arte, dirigido por Yorgos Lazanis.

José Monleón fue, ha sido y seguirá siendo un personaje fundamental en la historia del teatro y en la teoría teatral del siglo XX, tanto que, hasta el año 2011, su sombra en el Festival continuó siendo incluso más alargada que cuando se marchó. Él procuró internacionalizar la muestra, dar prioridad al hecho teatral frente a otras manifestaciones habituales hasta entonces (música y danza) e incluirlo en el circuito de la 'mediterraneidad', un concepto del que fue precursor y que suponía estabilizarlo y enlazarlo con otros festivales europeos de influencia mediterránea y origen grecolatino. En sus primeros años de gestión cultural logró incrementar el número de asistentes y supo conjugar la calidad con la popularidad. En los últimos años, hasta el sexto, en 1989 en que dimitió, la calidad primó sobre la popularidad, y la congruencia sobre el desatino.

Monleón permaneció ligado a la muestra de una u otra forma, hasta el año 2011. Raro era el director que no acudía a él en busca de consejo. Además, generó conferencias y actos académicos del Festival. También se convirtió en su más importante analista histórico: tras la publicación del libro ‘Mérida, los caminos de un encuentro popular con los clásicos grecolatinos’, cuya primera edición a cargo del propio Festival data de 2004, y la segunda, ampliada y actualizada, de 2010. En ambos casos trabajé estrechamente con su autor, al responsabilizarme de las ediciones. Trabajé y aprendí a su lado.

Pepe creyó en el festival como esa arma cargada de futuro de Gabriel Celaya, un arma hecha en beneficio de la cultura, para conocimiento y disfrute del público y no para negocio y/o gloria vana de sí mismo. Esto que digo ahora, lo dije y lo publiqué en vida del maestro, que es cuando hay que hacerlo, cuando debe rendirse tributo de agradecimiento al personaje, no tras su muerte, como acostumbra a hacerse. Y recuerdo ahora también algo que hoy está aún más vigente en Mérida que cuando Monleón lo pronunció: “Mientras haya obras de teatro atentas con el compromiso social al lado de otras obras en donde sólo cantan y bailan, todo va bien”.

Este valenciano de Tabernes de Valldigna fue, ha sido y continuará siendo un paradigma de la congruencia social y política, del comportamiento ético en la vida pública y de la defensa del humanismo frente a la barbarie. Él escribió: “Hay que construir una imaginación humana, solidaria y abierta, y ahí el papel del teatro, y del arte en general, es fundamental”. En cuantas ocasiones he hablado y escrito sobre este sabio irrepetible, he concluido con una de sus mejores expresiones referidas al Festival de Teatro Clásico de Mérida, que hoy parece dejada en el olvido. Por eso la recordaré ahora: “El Festival no lo inventó un empresario, ni una agencia de turismo, ni un burócrata. Nació de un proyecto cultural y político, cuyas características marcaron sus comienzos y señalan, en las nuevas circunstancias del país y del mundo, el camino a seguir”.

P.S. El Festival de Mérida -ahora con el añadido de internacional, aunque ya lo era incluso desde antes de 1984-, nunca fue ni ha sido un certamen, como su empresario organizador, Jesús Cimarro, lo ha definido al hacerse eco de la muerte de José Monleón. Y no lo fue ni lo ha sido porque un certamen es un concurso, según la RAE. El festival fue y ha sido una muestra dramática de textos grecolatinos (mucho más greco que latinos, pese al origen romano de su sede). Una muestra, no un concurso.

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