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Badajoz: eje ibérico de la desigualdad

Julio M. Martínez

Julio M. Martínez

La capital pacense pese a no estar entre las ciudades más pobladas de España, brilla con luz propia en el panorama ibérico gracias a su fronteriza localización geográfica, y sus vínculos comerciales, culturales y sociales con el vecino Portugal. A pesar de todo, en especial de las iniciativas institucionales más centradas en las fotos que en los frutos, las poblaciones de uno y otro lado parecían alejadas por un abismo socio-económico difícil de superar. Un Alentejo con una diferencia entre clases sociales brutal y una sociedad pacense mucho más homogénea e integrada, cada cual con conflictos, anhelos y problemas diferentes.

Sin embargo al igual que la muerte, las crisis económica ha ejercido su tétrico poder igualatorio y ha acercado a la poblaciones de uno y otro lado de la Raya de un modo imprevisto en los pomposos discursos. La veta ibérica cubrió la realidad y los humores de Borba espesaron como las nieblas de Alqueva a los líderes regionales y locales del eje Badajoz-Elvas, que siguieron entonando discursos almidonados sobre crecimiento en pleno retroceso y sobre avance en pleno hundimiento.

Badajoz y Elvas han compartido durante décadas un modelo comercial y hostelero que sí podría haber sido el germen de una integración socio-económica interesante y fructífera. Pequeños y medianos negocios gestionados por sus propietarios y con empleados locales de larga duración, cuando no directamente negocios familiares. Hoy sin embargo ese panorama ha desaparecido, los negocios familiares cierran día tras día en Badajoz y Elvas a la vez que son las grandes superficies y los modelos franquiciados los que les comen el terreno.

El pilar esencial de la libertad se basa en la propiedad de uno mismo y de los medios suficientes para no depender de nadie más. Tanto los profesionales como los pequeños propietarios y los empleados con contratos estables y de calidad son la base para el avance y desarrollo de una sociedad de clases medias integrada y cohesionada. En Badajoz ese modelo soportado por su tejido comercial y hostelero ha ido retrocediendo a gran velocidad, volviendo a un modelo de gestión basado en el capital inversor y no en el capital del trabajo, donde un inversor no trabaja en un negocio del que recibe todas las plusvalías.

La paradoja es que es el gobierno de las promesas a los autónomos el que inaugura de modo ostentoso mega centros comerciales a la vez que firma la sentencia de muerte de las zonas comerciales del centro, San Roque o San Fernando, donde de negocios familiares y de pequeños propietarios se pasa a grandes cadenas o franquicias. El alcalde de Badajoz acaba de inaugurar con una sonrisa de oreja a oreja una franquicia de pan en la calle Menacho, la vía comercial por antonomasia, adornándose con comentarios sobre el gran futuro de Badajoz. Por desgracia para conocer la realidad no hay más que ir a la mencionada panadería, comerse un croissant a un precio inasumible por cualquier panadería de barrio y fijar la vista en los demás rótulos. Sólo quedan tiendas de cadenas como Inditex o Cortefiel y franquicias, un modelo que se aleja del propietario-trabajador para dar el salto al de empleados vs. inversores.

La estratificación social de Portugal ya no es un fenómeno desconocido en Badajoz y cada día que pasa tenemos más en común con las dificultades, la miseria y los problemas del vecino luso. Sin duda nos estamos ganando a pulso el título de Capital del Suroeste Ibérico, cada día nuestras desigualdades sociales son más representativas de las que han sufrido de manera tradicional los portugueses. Badajoz y su Corazón Ibérico han infartado y cada atracón de promesas caducadas y grasientas ilusiones, acumulan residuos en las arterias y calles de nuestra ciudad, mientras nuestro cardiólogo en vez de pedirnos un cateterismo nos invita a comer en McDonald’s y merendar en una franquicia de pan catalana.

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