“El jugador se encierra en un mundo sectario que sólo da cabida a los que comparten ese mismo culto. Una ”comunidad“ creada en torno a las revistas y locales especializados, y conectada a través de chats (charlas en el ordenador) con un lenguaje propio (...) Y es que esos foros de conversación sobre videojuegos son una de las puertas de entrada, aunque no la única, a esa formidable red de carreteras virtual denominada Internet que comunica a través del espacio, y con la ayuda de un teclado, a millones de personas alejadas físicamente entre sí y pertenecientes a contextos muy distintos y en ocasiones contrapuestos. Una red en rapidísima expansión, repleta de posibilidades, en la que acechan también, y cada vez más, peligros de la peor especie.” (…) “Nuestros hijos son más locuaces en el Messenger o al teléfono que en persona. Y, además, la máquina les ofrece la posibilidad de ponerse una máscara en forma de nick (nombre que da acceso a la conversación) y representa, desde esa identidad ficticia, el papel que les venga en gana.”
Isabel San Sebastián. Fragmento de “A qué juegan nuestros niños