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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Animales y fiestas populares

José Luis Salgado

En estos meses de verano, pueblos y ciudades de toda la geografía vasca se visten de fiesta y viven intensamente esas jornadas llenas de encanto y tradición que se repiten año tras año. Cada persona tiene sus motivaciones para disfrutar de las jornadas festivas y se apunta a los actos que más le interesan dentro de un programa festivo que siempre cuenta con diversos alicientes. Pero si algo caracteriza a las fiestas populares en Euskadi es la presencia en esos programas festivos de eventos en los que los animales, muy a su pesar, son protagonistas y no precisamente en tono positivo.

Resulta imposible enumerar estos actos en todas las fiestas populares de los pueblos y ciudades vascas: toros, sokamuturras, 'idi probak', carreras de burros, circos con animales, espectáculos con gansos, cerdos, cabras, etc. Parece que no hay festividad en la que no haya programada alguna actividad en la que, de una forma u otra, intervengan animales. Da la sensación de que no sabemos disfrutar de unos días de fiesta sin maltratar, exhibir o utilizar las habilidades de estos compañeros nuestros en el viaje que supone nuestra vida sobre la Tierra.

Es cierto que estas costumbres y tradiciones vienen de épocas en las que la relación entre humanos y la naturaleza era diferente a la que tenemos hoy. Pero las tradiciones cambian con el paso de las generaciones, aunque para algunos sean poco menos que leyes grabadas en piedra. Es lo que sucede, por poner un ejemplo de lo más claro, con la tauromaquia: lo que hoy algunos consideran un 'arte' y una tradición inmutable no existe como tal más que desde hace un par de siglos. Y lo que un día era considerado un espectáculo que no podía faltar el ninguna fiesta popular, hoy es repudiado por cada vez más gente como una práctica cruel sin sentido alguno. Y como no me considero un animalista radical ni un antitaurino acérrimo, no abogo por la prohibición por ley de tales espectáculos, pero creo que es de sentido común que son denigrantes para el propio género humano y para nuestra sociedad y como tales deberían languidecer hasta desaparecer definitivamente de nuestra cultura.

Estamos en un punto de la historia de la humanidad en la que ya no podemos seguir tratando a la naturaleza como lo hemos hecho hasta ahora. Ya no hay margen para la explotación irracional de recursos ni para la contaminación del medio ambiente con los residuos de la sociedad industrial que suponen la destrucción indiscriminada de ecosistemas en aras del progreso humano. Y perpetuar elementos culturales que desprecian a los animales es un mensaje pésimo para las generaciones que van a tener que sufrir las consecuencias de esta actitud destructiva de nuestro entorno, del que va a depender el sustento de nuestros hijos y nietos y que ya hemos arrasado con nuestra avaricia desmedida.

¿Qué mensaje transmitimos a nuestros hijos cuando les llevamos a ver este tipo de espectáculos donde hacemos sufrir a los animales? El mensaje de que los humanos somos superiores a los animales y dueños y señores de la Tierra, un mensaje que nos ha llevado a una encrucijada que, aunque negada y obviada por las élites económicas y políticas, va a determinar incluso nuestra propia continuidad como especie sobre la Tierra. Erradicando los espectáculos con animales de nuestras fiestas y de nuestra cultura no solucionamos un problema tan grave, pero sí que damos un primer paso en la dirección correcta. Un paso que no podemos demorar en exceso, cuando ya estamos viviendo las consecuencias de la era industrial en forma de un cambio climático que ya empieza a hacerse patente en nuestras vidas.

Como exigir la prohibición de los espectáculos con animales solo sirve para dar alas a quienes los defienden y no acaban de comprender que el problema va mucho más allá de los actos 'festivos' concretos, sí que cabe la exigencia a las instituciones para que dejen de programar y financiar tales espectáculos y para que se invierta ese dinero público en actos culturales o de otro tipo, que garanticen el disfrute de la ciudadanía en sus fiestas populares. Y si las instituciones hacen caso omiso a esta exigencia, la respuesta debe ser clara: no acudamos a eventos de este tipo y así acabarán desapareciendo de una vez por todas.

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