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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¿Y por qué no aplaudir a los políticos?

Aplauso al personal sanitario

Javier Arteta

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Hay un subidón de autoestima en este país, cada vez más orgulloso de sí mismo: de sus trabajadores sanitarios, de sus policías, de sus militares, de sus transportistas, de sus plataformas solidarias, de sus trabajadores… Y hasta de quienes nos quedamos en nuestras casas desde que se decretó el estado de alarma, por la situación de emergencia que el coronavirus ha ido creando. Unos y otros nos aplaudimos mutuamente, con el calorcillo interno que da reconocernos héroes, aunque sea de manera sobrevenida. ¡A ver si, por una vez que la gente corriente tiene su minuto -un tanto prolongado- de gloria va a renunciar a la cuota de heroísmo que le corresponde!

Y me ha dado por pensar que, en este aplauso general, debería incluirse a ésos que conforman lo que se ha dado en llamar 'clase política'. Al menos a esos políticos que se están comprometiendo seriamente con el esfuerzo colectivo. Sería, creo, lo procedente, en un momento en que nuestra vida personal se halla más íntimamente conectada con decisiones tomadas en la esfera pública. Si nos aplaudimos por quedarnos en casa, en virtud de un confinamiento obligado que demuestra ser eficaz en su lucha contra la pandemia, a lo mejor no estaría mal dirigir una parte de nuestros aplausos a quienes han puesto en marcha esta estrategia.

Si, en la práctica, la inmensa mayoría de la sociedad española está cerrando filas con su Gobierno, tampoco estaría de más reconocer el trabajo que, en condiciones muy difíciles, ese Gobierno está llevando a cabo, liderando la lucha contra el coronavirus; y aplicando, además, medidas sociales como hacía años que no se veían, para proteger a los trabajadores y clases populares de las dentelladas económicas que esta emergencia sanitaria está provocando.

No hace falta para ello apuntarse a las adhesiones incondicionales o abdicar de nuestro sentido crítico o dejar de hablar de los errores o insuficiencias que se puedan cometer. Bastaría simplemente con reconocer la trascendencia que la acción política tiene y su función insustituible, cuando un neofranquismo rampante se empeña en desprestigiarla, en una escalada que tiene por fin deteriorar el sistema democrático, poniéndolo al servicio exclusivo de los intereses privados, que es la mejor manera de acabar llevándoselo por delante.

Bastaría con dejar constancia de que la política no es el 'problema', sino la solución a los problemas que la sociedad española sufre, particularmente en un momento de crisis como el que estamos viviendo; y de que hay políticos, y políticas, que se toman muy en serio su papel como servidores públicos, desde una visión centrada en el bienestar y la igualdad social. Bastaría, en definitiva, con tener claro que no todos los políticos son iguales, como se predica sin tregua desde todos los púlpitos mediáticos y se nos quiere hacer creer con sospechosa insistencia. Y que hay políticas de derechas y de izquierdas, para desesperación de quienes sustituyen las ideologías por el 'sentido común', que, como todo el mundo sabe, es de derechas.

Quienes promueven 'escudos sociales' para proteger el empleo o para evitar desahucios de inquilinos o, en general, para atender a los sectores más vulnerables de la población, no son iguales a quienes consideran que tales medidas no son otra cosa que una escalada comunista para sovietizar España. Y quienes tratan de liderar, con aciertos y errores, una movilización de la sociedad frente a la pandemia, poniendo a su servicio todos los recursos del Estado, tampoco son iguales a quienes desvían la guerra contra el virus, para dirigirla contra el Gobierno de España.

Todo este conjunto de evidencias es lo que el griterío de las derechas intenta sepultar. Con sus denuestos de alto voltaje contra el Gobierno, tanto PP como Vox tratan de mutualizar en su favor el desprestigio de la política que provoca su forma de actuar: una forma de actuar basada en la desestabilización institucional permanente; y que da barra libre al insulto, a la mentira sistemática y a las descalificaciones más groseras, para ir asentando la idea de que el nuestro es un Gobierno fallido al que habrá que derribar más pronto que tarde. Razón por la cual, y por pura lógica, se hace absolutamente necesario que fracase en su lucha contra la pandemia, aunque esto último no se quiera decir abiertamente.

Y hasta hay quien, como Abascal, ha lanzado la idea de lo necesario que es un “Gobierno de emergencia nacional” que sustituya a ese otro “ilegítimo”, como el “social-comunista” que preside Pedro Sánchez. Una idea que, para mi sorpresa, podría sintonizar con las posiciones de cierta “intelectualidad de toda la vida”, y venida a menos en el momento actual. Ésa, al menos, es la impresión que se me quedó, al leer una columna de Félix Ruiz de Azúa, en El País del pasado 7 de abril. “Un Gobierno de técnicos, por favor –reclamaba-, con mucha experiencia y ninguna ideología”.

En otras palabras, un golpe de Estado, más o menos blando, acaudillado por “técnicos sin ideología”. Es decir, economistas que saben cómo se maneja la economía ¿Para qué? Para que sigan perdiendo los de siempre: es decir, los perdedores. Que pare eso están, para perder. Total, ¿a ellos qué más les da? ¡Si están entrenados para eso!

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