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EH Bildu, contra la Albania del Norte

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Nada mejor que enfrentarse a una disidencia interna para que empiecen a aflorar amagos de autocrítica en una organización como EH Bildu especialmente reacia a practicarla. Su coordinador general, Arnaldo Otegi, se ha visto por fuerza obligado a mirarse en el espejo de su pasado y no se ha visto precisamente favorecido. Allí está todo lo que ha quedado de su historia ideológica: esa historia que conformó la “Euskadi alegre y combativa” que iba acabar haciendo del país de los vascos algo así como la 'Albania del Norte', al decir de un militante destacado de Herri Batasuna, antes de que se decidiera a emigrar a otras latitudes políticas más templadas.

Después de muchas décadas de violencia callejera, persecución ideológica del disidente, connivencia con una organización terrorista y absoluta mudez ante sus numerosas víctimas, Arnaldo Otegi ha descubierto que las tendencias liberticidas en Euskadi son de reciente aparición y están encarnadas por esos jóvenes comunistas agrupados en la Gazte Koordinadora Sozialista. Tienen, ha dicho el dirigente abertzale, “un problema con la pluralidad”; y “tratan de imponer concepciones que el resto no comparte”. En definitiva, “son autoritarios”.

Y ahí se acaba todo y se da carpetazo a las propias culpas. Con decir “yo no he sido”, se ahorra uno tener que dar más explicaciones. De ahí que se incurra en una visión excesivamente autocomplaciente y deliberadamente exculpatoria. En ella, se elude cualquier tipo de responsabilidad de Herri Batasuna y sus herederos políticos en la permanente agresión a nuestro pluralismo interno a lo largo de toda la siniestra existencia de ETA. Aunque también es verdad que por algo se empieza; y una vez que se tilda de autoritarios a quienes no dejan de ser cuña de la misma madera, queda el camino abierto para fijarse más en la madera que en la cuña y propiciar, así, nuevos desenganches de un pasado político muy poco honroso.

A lo mejor un día de estos Arnaldo Otegi nos sorprende reconociendo que la autodenominada Izquierda Abertzale tuvo, como los jóvenes a quienes critica, sus problemas con la mayoría social de Euskadi: la que optó por unas instituciones estatutarias que el radicalismo abertzale intentó desestabilizar desde el primer momento. A lo mejor, acaba reconociendo que el “ETA, mátalos” que sus partidarios voceaban por las calles en sus tiempos de gloria no era precisamente una muestra de aprecio a la democracia y a las libertades de la gente. Como tampoco lo eran el terrorismo callejero, el sistemático acoso a personas 'significadas' que tenían la mala costumbre de pensar por su cuenta, las agresiones a librerías emblemáticas, los asaltos periódicos a sedes socialistas; o los silencios estruendosos ante asesinatos de policías, militares, ertzainas, dirigentes y representantes políticos y sociales eliminados por el terrorismo etarra, o sometidos a una persecución implacable.

A lo mejor un día Otegi nos sorprende reconociendo que la autodenominada Izquierda Abertzale tuvo, como los jóvenes que critica, sus problemas con la mayoría social, que optó por unas instituciones estatutarias que el radicalismo intentó desestabilizar

Supongo que hace ya mucho tiempo que Arnaldo Otegi tenía interiorizado que los suyos “trataban de imponer concepciones que el resto del país no compartía”; razón por la cual, y presionado además muy eficazmente por el Estado de derecho, se vio finalmente obligado a acogerse a la Constitución y respetar las reglas democráticas de juego para poder participar en la vida política en igualdad de condiciones con el resto de los partidos vascos. 

Ahora sólo queda verbalizar estas convicciones de última hora y esta nueva forma de hacer política respetando al adversario, y no procurando su eliminación. Algo que exige una autocrítica a fondo de ese pasado atroz y totalitario de quienes buscaban —por la coacción, la amenaza y la muerte— la Euskadi uniformada y de pensamiento único, reproduciendo, así, y en plena democracia, lo peor del anterior pasado franquista. 

Alguna vez la autodenominada izquierda abertzale tendrá que reconocerlo. Le bastaría para ello ser coherente con su reciente implicación en el consenso para sacar adelante la Ley de Memoria Democrática. Si, a instancias de EH Bildu, y más allá de la entrada en vigor de la Constitución, se tendrá que llevar a cabo un estudio sobre vulneraciones de derechos humanos en España por aquellos años, parece bastante claro que la comisión técnica encargada de este menester no dejará de fijarse en los cientos de asesinatos cometidos por ETA a lo largo de todo ese período e incluso mucho después; de modo que, al final, las víctimas del franquismo y las del terrorismo podrían alinearse en la misma consideración: como víctimas de la violencia totalitaria contra los derechos humanos y la democracia.

Nada mejor que enfrentarse a una disidencia interna para que empiecen a aflorar amagos de autocrítica en una organización como EH Bildu especialmente reacia a practicarla. Su coordinador general, Arnaldo Otegi, se ha visto por fuerza obligado a mirarse en el espejo de su pasado y no se ha visto precisamente favorecido. Allí está todo lo que ha quedado de su historia ideológica: esa historia que conformó la “Euskadi alegre y combativa” que iba acabar haciendo del país de los vascos algo así como la 'Albania del Norte', al decir de un militante destacado de Herri Batasuna, antes de que se decidiera a emigrar a otras latitudes políticas más templadas.

Después de muchas décadas de violencia callejera, persecución ideológica del disidente, connivencia con una organización terrorista y absoluta mudez ante sus numerosas víctimas, Arnaldo Otegi ha descubierto que las tendencias liberticidas en Euskadi son de reciente aparición y están encarnadas por esos jóvenes comunistas agrupados en la Gazte Koordinadora Sozialista. Tienen, ha dicho el dirigente abertzale, “un problema con la pluralidad”; y “tratan de imponer concepciones que el resto no comparte”. En definitiva, “son autoritarios”.