Con Franco esto no pasaba

Si no hay mal que cien años dure, mucho menos una etapa como la que el PP nos ha obligado a padecer. Particularmente, en estos últimos cuatro años, los coronados por un Gobierno de la derecha en el conjunto de España. Años vividos por las grandes mayorías del país como cuatro siglos inaguantables, que empiezan ya a quedar en el recuerdo, al menos en ayuntamientos y Comunidades Autónomas. Algunos sostienen que David ha vencido a Goliat. Otros, más modestos, sostenemos que quien ha ganado y se ha reafirmado ha sido la democracia española (la que ahora tenemos y disfrutamos). La que, mediante el voto de los ciudadanos, concedió en su día mayorías absolutas al Partido Popular y ahora le está retirando clamorosamente su confianza.

La que obligará a dejar el poder a Esperanza Aguirre, Rita Barberá , María Dolores de Cospedal… La que empuja a los barones territoriales del PP a poner el grito en el cielo, haciendo tambalearse el liderazgo de Rajoy. La que permite avanzar a la izquierda y deja en el ambiente la sensación de que la derecha se está yendo. La que, en definitiva, evidencia que la corrupción, las políticas antisociales, las agresiones a las libertades públicas, el cinismo, la desvergüenza, la golfería… deben pagar lo que deben: en los juzgados y en las urnas.

Con Franco esto no pasaba. Y lo que ahora está pasando lleva el sello inconfundible de un marco democrático mucho más fuerte y consistente de lo que veníamos pensando. El que se inauguró en 1978, con una Constitución que puso fin a las Leyes Fundamentales del régimen franquista. Ese régimen que algunos recién llegados a la política española han querido ver prolongado en nuestro actual sistema político, aunque, paradójicamente, y para ganar votos, no le hayan hecho ascos a quienes, como Manuela Carmena, se comprometieron a fondo con su alumbramiento; y, en fechas bastante más recientes, incluso colaboraron con el Gobierno socialista de Patxi López en Euskadi.

Manuela Carmena y Ada Colau: dos figuras, dos fotos que ilustran el componente épico de estos últimos días. Dos fotos que, de por sí, representan otros tantos símbolos de estos casi cuarenta años de vida en democracia, en todo lo que tienen de continuidad generacional. Manuela Carmena, que, como militante comunista, defendió la Constitución del 78 y ahora, previsiblemente, va a ser alcaldesa de Madrid. Ada Colau, una activista social, que hasta hace cuatro días era retirada en volandas por la Policía que dispersaba las movilizaciones contra los desahucios, y ahora será alcaldesa de Barcelona.

Dos fotos que abarcan, tanto la generación de quienes trajeron las libertades a este país, como la de quienes las han podido disfrutar y, por eso, tienen ahora la oportunidad de empezar a gobernar. Dos fotos, pues, como otros tantos fogonazos que iluminan la salud real de nuestro sistema democrático. No estaría, por eso mismo, nada mal que, ahora que está de moda poner líneas rojas que propicien el diálogo político entre las fuerzas de izquierda, se impusiera una de todo punto necesaria: la defensa, sin equívoco alguno, del marco democrático constitucional y el compromiso para mejorarlo con las reformas pertinentes, acabando así con las tonterías dichas sobre el régimen del 78 y la necesidad de procesos constituyentes. Porque España ya tuvo el suyo. Y el régimen, lo que se dice el régimen, todo el mundo en este país sabe lo que fue.

Tendría triste gracia que, cuando precisamente las derechas de este país inician una campaña del miedo con alusiones al advenimiento del nazismo, la izquierda española en su conjunto no recordara el 18 de julio, cuyo aniversario lo tenemos bastante cerquita. Aunque sólo fuera para que no vuelva a repetirse algún día por los delirios de algunos o los sectarismos estúpidos de otros.