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Sobre este blog

Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Sobre la mercantilización del trabajo

Manifestantes durante la huelga feminista de Euskadi y Navarra por los cuidados.

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Siempre he trabajado como educadora social y cuidadora. Pero también soy antropóloga divulgadora, esa disciplina que estudia al ser humano y que permite percatarme de que el hecho de que nuestra cultura denomine algo tan vital como “los cuidados” a un área de la vida específica y delimitada, es algo raro. Muy, muy raro. De hecho, no ha existido nunca. ¿Cómo ha podido ser esto posible?

Curiosidad. Palabra que proviene de verbo latino “curare” que expresa desvelo, preocupación, interés e inquietud. Dicen que de “curare” viene también la palabra cuidado. Aunque otra aproximación etimológica es que la palabra cuidado proviene de “cogitatus”: pensamiento, reflexión.

Pensamiento y preocupación. Pensar en el futuro y preocuparse por él es un desafío a nuestra vieja herencia animal. No hay otros animales que puedan pensar, por ejemplo, en sembrar y cuidar un árbol para dentro de 200 años, para los que vendrán. No podemos pensar en un futuro mejor en el descuido, pero tampoco recordarlo, porque la memoria, como la imaginación, también es algo que se cuida. La palabra recordar viene del latín “memorare”, y éste del indoeuropeo *(s)mer- : recordar, y también cuidar.

El cuidado nos recuerda nuestra vulnerabilidad y es el cuidado el que nos hace dignamente humanos. Es un gesto frecuente, pero singular y único, que trata ni más ni menos de la sostenibilidad de la vida digna. Los seres humanos cuidamos y nos cuidan, somos seres interdependientes que necesitamos unos de otros no solo para poder sobrevivir, también para poder lograr un bienestar físico, psicológico y emocional. Un buen vivir, que dicen los andinos. Y el cuidado trata también de que la precariedad, la vulnerabilidad y la dependencia son características propias de todos los seres humanos, en todas las culturas y en todos los momentos históricos.

Somos vulnerables, con cuerpos finitos y lleno de constricciones. Nuestros sueños siguen siendo sueños de animales. Sufrimos por los virus o por las ventosidades, se nos eriza la piel y seguimos saludando levantando las cejas para exponer nuestra mirada clara. Y aún con todo, tomamos esta condición vital como capricho moral y agudizamos una especie de sentimentalización de los cuidados relegándolo a las trincheras de la vida como un espacio lleno de pacientes enfermos frágiles y enfermeras abnegadas.

Lo raro y poco común en nuestro planeta, es que una cultura atrinchere los cuidados como sector aparte a tratar, que tome la vida como una batalla. Creamos una separación de las esferas sociales en privadas (seguridad) y públicas, y en la separación también de lo cultural (hombres) y lo natural (mujeres), lo racional (hombres) y lo emocional (mujeres). De aquí, que eso de los cuidados sea asignado, por naturaleza, a las mujeres adultas. Y todo ello conlleva no solo a la discriminación social y económica de las mujeres, sino también que las personas no sean bien atendidas. Este sistema económico precariza eso que delimita a los hogares y designa como “los cuidados”, y olvida que la política no es más que el cuidado del mundo.

Y yo me pregunto cómo se puede invisibilizar algo como los cuidados, siendo precisamente la condición, lo que hace cierta la vida. Lo que en el Norte llamamos “crisis de los cuidados” y eso de “poner la vida en el centro”. ¿En el centro de qué? Si, como nos advierten desde otros lugares, la humanidad no es categoría, sino condición.

Por poner algunos ejemplos. Entre los maoríes (Nueva Zelanda) es central el Te Whānau Āwhina. El término “whānau” se refiere a la “gran familia” que es la comunidad maorí. El término “Āwhina” significa cuidar, velar, proteger. Es decir, es el cuidado de la comunidad.

Los amazonas hotï van más allá. Se rigen por “Jkyo jkwainï”, el cuidar la vida. Respetar y cuidar la naturaleza, a toda la vida que nos rodea, todos los componentes bióticos y abióticos y su interdependencia. “Conservación ambiental” es el término para lo que las lenguas de los pueblos originarios llaman cuidado ambiental. Nuestras sociedades apenas empiezan a bosquejar la complejidad de las interacciones entre los seres vivos del planeta.

Cada ser vivo es un ecosistema que establece un diálogo biológico, químico y emocional con el entorno en el que vive. Nada de lo que ocurre a nuestro alrededor nos es ajeno, y también nos cuida. Por ejemplo, en lengua luo (Uganda, Kenia, Tanzania), planta y medicina se dice igual: Yien. En chino, la palabra vivir es shēng (生). Su ideograma representa una planta arraigada en el suelo y el surgimiento de un nuevo retoño.

“Ogimaa”, significa “líder” en idioma ojibwe, cultura nativa norteamericana. Pero no se trata de un jefe político como tal, sino de algo más complejo: él es quien tenía la responsabilidad del cuidado de la comunidad pueblo.

“Na'au Ali'i” es una palabra hawaiana, que también significa “líder”, pero también, según el diccionario, “amable, reflexivo, amoroso, poseedor de aloha, benévolo”.

En las culturas ojibwe y hawaiana, el liderazgo no significa poder; significa cuidar. Y la política trata del cuidado del mundo. Sin embargo, nuestras políticas tienen serios problemas para identificar las ocupaciones más esenciales, las más necesarias para la vida. Como el cuidado de personas dependientes o de niños pequeños. Por eso están muy mal remuneradas. Sin embargo, otras ocupaciones que hacen nuestra vida notablemente peor, como la del especulador inmobiliario, tienen mucha mayor remuneración. El negocio se hace a costa de la vida: explotando vidas humanas, expoliando la vida del planeta. El tiempo mejorinvertido es el dedicado a producir y consumir. Sólo lo que tiene precio, tiene valor, y la economía ya ni siquiera es satisfacer necesidades humanas. La reproducción y el mantenimiento de la vida es vista como un inconveniente para nuestro sistema económico y nuestro entorno profesional. Y las y los trabajadores no tenemos otro remedio que plegarnos a los ritmos y horarios que impone la empresa, que aún perviviendo gracias a los trabajos de reproducción, se desentiende de ellos. Es la posición esencial y radical entre el capital y la vida.

Nos prometieron que, en un mercado sin restricciones ni limitaciones, seríamos “llevados por una mano invisible a hacer casi la misma distribución de las necesidades de la vida que se habría hecho si la tierra hubiese sido dividida en porciones iguales entre todos sus habitantes”, según palabras de Adam Smith en La teoría de los sentimientos morales.

Así, se inauguraba la locura de condicionar la supervivencia, los alimentos, el abrigo, la seguridad... a la incertidumbre de una “mano invisible”. Bueno, pues las manos invisibles parece que somos nosotras, pero no nos da la vida. Manos que luchan contra el mito del crecimiento sin límites, del mundo y del cuerpo infinito, de poder expandirse indefinidamente. De la individualidad y del antropocentrismo, del ser humano totalmente autosuficiente, al margen de lo que le rodea, como centro de todas las cosas y el fin absoluto de la creación.

Cualquier colectivo que busque organizar la sociabilidad (las tupidas redes de relaciones familiares, religiosas, de militancia, del cuidado, amistosas...) son una traba más para esta búsqueda individual de satisfacción.

Es que el cuidado no trata solo de trabajar para garantizar la higiene, la alimentación, la movilidad y la intimidad de una persona. Parece que el cuidado, en cierto sentido, se ha biologizado tanto que muchas de las soluciones pasan por burocratizarlo, mecanizarlo y tecnificarlo. Porque es más fácil, rápido y rentable atender que acompañar.

El cuidado es también esa capacidad de diagnosticar distintas necesidades y situaciones, ofrecer consejos, confianza y respeto. Y promover la autonomía y la libertad, haciendo equilibrismos tanto desde el eje de las convenciones como en la diversidad humana, que nos hacen seres únicos.

Acompañar significa estar con la otra persona, respetar su proceso vital, escuchar y crear vínculo afectivo (que no es siempre positivo) y efectivo. Tiempo humano y sentido, nada alienado. Pero esto no es rentable. Es trabajo que no sigue la lógica mercantil, porque no persigue un aumento constante de la productividad ni opera según el mecanismo de la competitividad ni la sobreespecialización. A diferencia del mercado, no responde a “resultados”, sino a procesos, como la vida misma. A necesidades humanas. El éxito ni siquiera está garantizado. Trata de emplear recursos y tiempo a aquellas personas que el sistema, las más de las veces, ya las ha declarado residuos no reciclables, y ni sabe en qué contenedor depositarlos.

Y que de nada vale explicar qué sentido tiene todo esto. Que las relaciones humanas (en igualdad) son beneficiosas por sí mismas, no por lo que cuestan o el rendimiento que dan (y mucho menos por caridad o tolerancia nihilista). Porque ya hasta nos da no sé qué hablar del amor, pero no de la “toxicidad” de las personas.

Como dice la antropóloga Yayo Herrero, “no es el amor cursi-romántico, sino como capacidad de hacerte cargo de los demás, de sentirte vulnerable y saberte necesitada de otras personas. Como prioridad al organizar las relaciones sociales”. “Quien se dispone a cuidar no tiene más remedio que inclinarse. Se inclina ante una criatura que empieza a dar sus primeros pasos o le tiende los brazos para que la coja, ante una persona encamada a la que hay que asear, dar de comer o arropar, ante una silla de ruedas que tiene que empujar... Se inclina y toca su propia vulnerabilidad. Y la persona cuidada comparte su fragilidad”, escribe la también antropóloga María Luz Esteban en 'Anotaciones en torno a los cuidados'.

Pero Hannah Arendt recuerda el inclinarse en el sentido más fiel a la etimología del término, cuando “toda inclinación tiende hacia el exterior, se asoma fuera del yo”. Lo opuesto sería la verticalidad del sujeto moderno, autónomo, autosuficiente, héroe o heroína. Ya intuimos hacia dónde leva esto...

Salir fuera de sí, asomarse al exterior, como la antropología, para percatarnos de que nuestro trato al cuidado es algo raro. Como la etnografía como inclinación hacia el otro, hacia el mundo. Como la justicia, la igualdad, la democracia, el apoyo mutuo, la lucha política... Como la lucha por la defensa de la necesidad de servicios públicos suficientes y de calidad. Como la lucha que estamos llevando a cabo las personas que prestamos servicios, en cuanto a condiciones laborales (poder adquisitivo, conciliación familiar, tener calendario...) Somos las manos invisibles, ligeras como aves pero también son fuertes como el hierro.

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