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Una mirada al mundo

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Despego la nariz de la pantalla y traspaso el cristal. No busco en Bali las plantaciones, playas, templos o turistas, sino aquel portón abierto, pegado a una angosta carretera. El que esconde un sidecar y un modesto lugar de acogida, en donde Begonia, lleva dando años de vida, para que vivan otros. Niños y adolescentes con discapacidades físicas e intelectuales, que encuentran en Kupu Kupu una mesa para hacer puzles, una cocina con puchero caliente y un par de cuartitos decorados con mariposas, en los que cuidan de su enfermedad.

Me reciben jocosos, con caritas relimpias y sonrisas extra francas, y extienden su mano, para hacerse con los bolígrafos que les ofrezco, y que sobrantes rebañé, tras una macro reunión de empresa. Consienten jocosos que me añada a su tarde y también me descalzo, cruzo las piernas sobre la esterilla y comienzo a colocar piezas, hasta que un platito con trocitos de pan cortado nos interrumpe, porque es la hora de la merienda.

Aunque no lo parezca dada la precariedad, esta treintena de seres humanos ha tenido muchísima suerte. De no toparse con Begonia, que les abraza cálida y reiteradamente, su existencia transcurriría olvidada, a oscuras y hambrienta. Muchos de ellos, ya no respirarían.