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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

'Nasti de plasti'

La isla de basura del Pacífico

Pablo García de Vicuña

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Más de medio mundo continúa confinado a la espera de noticias que le permita acercarse a un escenario deseado, pero desconocido. La educación, sin embargo, no puede esperar y quienes tienen que velar por su difusión tampoco. De ahí que varios miles de docentes, por todo el planeta, se esmeren en dedicar unos minutos de su próxima semana a celebrar una edición más de la Semana de Acción Mundial por la Educación (SAME).

Se trata de una cita ya instalada en el calendario escolar y que anualmente pretende acercar realidades educativas ocurridas en cualquier lugar del mundo con dos tipos de mensajes: de esperanza para quienes carecen de las condiciones mínimas adecuadas para continuar con su formación personal y curricular y de reflexión para esa parte del mundo que vivimos excesivamente centrados/as en nuestras preocupaciones e infinitamente alejados/as de las urgencias de ese otro medio mundo desconocido.

En la edición anterior de 2019 se volvieron los ojos hacia la necesidad de una Educación medioambiental cada vez más sostenible, que aconsejaba sobre un consumo racional y alertaba de los peligros de persistir en hábitos destructivos de la Naturaleza. Este año, 2020, se insistirá en el mensaje anterior, incidiendo en el sobreconsumo de plásticos, la contaminación de los océanos y en la necesidad de que la Educación contribuya a paliar sus causas y efectos.

Es por ello que la concienciación social sobre el impacto que producen las acciones humanas en el entorno cercano, como son los ecosistemas marinos, así como el análisis crítico de la profunda relación entre medioambiente y bienestar social sean dos de los principales objetivos que se plantean en esta edición.

Cualquiera de los múltiples datos facilitados por organizaciones poco sospechosas de alarmistas, como Greenpeace o la propia ONU, y que aparecen en las Unidades Didácticas preparadas para la edición del 2020, ponen los pelos de punta y son suficientemente elocuentes para hacer reflexionar a cualquier persona sensata. Uno elegido al azar: desde la década de los años 50 del siglo pasado -cuando hace su aparición el plástico en nuestra sociedad como producto de consumo- se han fabricado más de 8.000 millones de toneladas, convirtiéndose en un producto de primera necesidad en las sociedades más industrializadas.

No hay más que echar un vistazo a nuestro alrededor para observar la presencia de este elemento sintético entre nosotras y nosotros: utensilios de cocina, vestimenta, adornos y mobiliario, el plástico se ha ido introduciendo de manera subrepticia, casi anónima, sin molestar, hasta hacérsenos indispensable. Nadie piensa en cepillarse los dientes o afeitarse, hacer la compra diaria, utilizar productos de limpieza del hogar o comerse unas peladillas alejado de este material. Ha llegado hasta tal punto su colonización que nos es francamente complicado buscarle productos alternativos, menos dañinos con la Naturaleza.

Pero la peligrosidad del plástico no está sólo en su sobredimensionamiento comercial, también en las dificultades para su fabricación y destrucción. Respecto del primero, su producción depende íntegramente del consumo de productos combustibles fósiles, recursos contaminantes y no renovables, lo que encarece y dificulta su previsión futura cuando éstos escaseen. Tampoco debemos olvidar que más del 70 % de la producción de plástico se realiza entre Asia, Europa y América del Norte, lo que aún dificulta más la sustitución de este material fabricado por otros alternativos. Dentro de Europa, más de dos tercios de la demanda de plásticos se concentra en cinco países, entre los que España ocupa el cuarto lugar: Alemania (24,5 %), Italia (14,2 %), Francia (9,6 %), España (7,7 %) y Reino Unido (7,5 %). Es decir, el círculo perfecto para el capitalismo occidental: el plástico es producido y consumido por la mayor parte de los países industrializados.

Pero es en su destrucción donde se observan las principales dificultades. El plástico no es un producto biodegradable y su desaparición trae en jaque a los gobiernos nacionales, desconocedores aún de un método eficaz. Es de sobra conocida la tabla de años de descomposición de productos plásticos de consumo ordinario, que oscila entre los seis meses de un simple globo hasta los seiscientos años del hilo de pesca, pasando por un rosario de artículos que superan con creces la vida media de cualquier ser humano (75 años del vaso, 400 de los cubiertos o 500 años para la botella).

Se impone, por tanto, una gestión adecuada de los residuos plásticos que elimine los riesgos de saturación en vertederos, que es donde van a parar más del 70 % de los materiales desechados. En España, por ejemplo, se tiran diariamente 30 millones de latas y botellas de plástico que contaminan el entrono terrestre, costero y marítimo.

Y es que es en este último lugar, el océano, donde la contaminación plástica resulta más preocupante. Los expertos consideran que por cada kilómetro cuadrado de agua salada hay un promedio de 13.000 trozos de deshechos plásticos. Sólo en los últimos 40 años, la presencia de este tipo de residuos en el Pacífico ha llegado a formar los que se conoce como el 'séptimo continente', una inmensa basura plástica situada en la zona norte del océano y que ocupa una superficie similar a un tercio de los EE.UU. Del mismo modo, la factura presupuestaria destinada por los gobiernos para la limpieza de playas continúa en aumento año tras año, consecuencia natural del desembarco de este tipo de basura en todas las zonas costeras del planeta.

Así que cualquier medida que se tome para disminuir los residuos plásticos deben pasar por una gestión adecuada de los que se llama 'economía circular' o de las 'tres R': Reciclar, Reutilizar, Reducir, siendo en este caso la última la llamada a cumplir un papel fundamental: reducir su consumo.

Y aquí es donde entra en juego la educación. Estudios realizados por indicación de la ONU demuestran que la personas con mayor nivel educativo tienen más probabilidades de implicarse en la solución de los problemas medioambientales. Así mismo, estas personas más formadas son las que también están mejor dispuestas a la hora de reclamar medidas políticas a sus gobiernos para que cuiden y fortalezcan el medio ambiente.

Es imprescindible que los principios de sostenibilidad social y ecológica que se defienden desde instituciones como la ONU se integren en el currículo escolar y pasen a formar parte habitual de las prácticas educativas. Porque es básico promover la reflexión desde la temprana edad de los riesgos que para el entorno significa mantener los actuales niveles de consumo y de coste para la Naturaleza. La protección de los océanos, la lucha contra el cambio climático o la reducción del consumo de plástico deberán estar no sólo en las agendas políticas, también en las educativas.

Esta semana, entre finales de abril y comienzos de mayo, el alumnado español tendrá oportunidad de conocer, debatir y reflexionar sobre la urgencia de modificar drásticamente una costumbre tan arraigada en nuestra sociedad como es el uso indiscriminado del plástico. Del aprendizaje de este, sin duda nos beneficiaremos peligro medioambiental

Ya lo dice claramente un idioma tan antiguo como el caló, si preguntamos por el consumo desaforado de plástico: 'Nasti de plasti' ('No, de eso, nada').

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