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El Partido Popular, la hostia y el fanatismo constitucional
Desde que en la noche electoral Rita Barberá firmara el mejor análisis de opinión acerca del resultado electoral, en el partido que a día de hoy sigue teniendo una mayoría absoluta en las Cortes españolas las piernas no han dejado de temblar. Qué hostia, en efecto, ha supuesto para el PP ganar las elecciones. Como dijo otra lideresa regional, la aragonesa Rudi, ese mapa que el día 24 por la noche se dibujaba lleno de gaviotas azules es muy posible que vaya mutando al rojo en los próximos días. No será fácil, como ya se está viendo en el laboratorio que primero se abrió, el andaluz: a la presidenta en funciones de la Junta le ha entrado ya el vértigo y a la lideresa regional de Podemos le puede la pasión, mal arranque para acordar algo conjuntamente.
Aún así, en el partido del Gobierno no solo suenan sirenas, se encienden todas las luces giratorias en rojo y la gente corre, sino que, lo que es peor, no saben bien hacia dónde dirigirse porque no hay quien sepa dónde está la salida. La consecuencia previsible es otra hostia. De momento, la única que parece marcar el paso es, cómo no, Esperanza Aguirre. Derrotada no, pero sí humillada, ha activado un discurso que en su partido siempre ha encandilado y al que parecen apuntarse todos aquellos que no sabían bien hacia dónde salir corriendo. Se trata de establecer como principio que Podemos es una especie de Herri Batasuna de radio nacional y, consecuentemente, clamar por una alianza que sea capaz de frenar su proyecto. Como evidentemente no existe el concurso del terrorismo, la lideresa madrileña del PP pone la diana en la calificación de “anti-sistema” y “anti-constitucional” que endosa a Podemos. Poco importa que la candidata a la alcaldía de Ahora Madrid ni tan siquiera milite en Podemos, menos aún que en su programa no haya una sola coma que tan siquiera roce de refilón a la constitución. Tan poco relevante es todo ello que Esperanza Aguirre confiesa paladinamente no haber leído a estas alturas el programa de su principal contrincante a la alcaldía, entre otras razones porque ella misma pasó de redactar uno. Lo importante es difundir la especie de que Podemos es como la Herri Batasuna de los años del plomo, solo que sin plomo.
En el PP este discurso atrae como un imán porque están muy acostumbrados a él. Gentes como Jaime Mayor Oreja o María San Gil contribuyeron, junto a José María Aznar y su chiringuito, a asentar la identificación del PP con la constitución en términos de exclusividad. De la defensa necesaria y valiente de la constitución como espacio de convivencia política frente a quienes lo de la convivencia no lo entendían porque no entendían siquiera la vivencia del contrincante político, esa caldera ideológica del PP fue carburando hasta convertir esa defensa en una tarea política solamente al alcance del propio partido. En ese tránsito, este discurso pasó de la defensa de la Constitución a la imposición ideológica: abortistas, federalistas, huelguistas, anti desahucios, 15M, izquierdistas de distinto pelo pasaron a engrosar la lista de enemigos de la Constitución junto a todo nacionalismo menos el propio. En su afán por expulsar a todo quisqui del espacio de la Constitución llegaron a hacerlo hasta con el presidente Zapatero por sobrados merecimientos. Del lado de la Constitución solamente quedaba una forma de ser políticamente, la que representaba el propio PP.
Ese recorrido ha conducido al PP en realidad a una fanatización de la Constitución que consiste en creer que la constitución solo puede ser un reflejo de su propia ideología y nada más. Esto, por supuesto, está mucho más cerca de la idea de Constitución de los moderados de 1845 que de la Constitución de 1978, pero el discurso que habla por boca de Esperanza Aguirre, aunque podría hacerlo por la más autorizada de Aznar, y lo hará, lo presenta en términos de servicio patriótico. De ahí la reclamación ahora, cuando tiemblan las piernas, de un pacto de Estado cual si de una emergencia nacional se tratara. El pacto de Estado es, por supuesto, en defensa de la Constitución que se hallará en trance de extremaunción en el caso de que los batasunos de Podemos se acerquen a las orillas del Estado.
Como todo fanatismo, este constitucional del PP es profundamente anticonstitucional. Desde que la doctrina constitucional comenzó a elaborarse en los años de la república de Weimar, el occidente al que Aguirre declara en peligro de extinción en España si gobierna Podemos ha tenido claro que una constitución ideologizada y hegemonizada por una opción política no es una constitución. Como mucho sería una ordenanza de gobierno, que es lo que al 'think tank' de Aznar parece molarle más. Una constitución es, por definición, un suelo compartido que puedan pisar diferentes ideologías. A diferencia de una ordenanza de gobierno, una constitución es, además, un suelo compartido que se puede adecuar y variar sin que por ello tenga que volverse al estado de naturaleza, a la ley de la selva. En la nuestra, como en todas, de manera especial cuando ha transcurrido una generación y el entorno ha variado sustancialmente.
Para un pensamiento que ha convertido fanáticamente la Constitución en un espacio exclusivamente suyo, sin embargo, no puede caber otro entendimiento de ese suelo jurídico político que el propio. Ese pensamiento decide quién puede y quién no puede pisar ahí y, por supuesto, decide también cuándo y cómo se toca el texto. En otras palabras, ese discurso se convierte en un peligro para la Constitución y sobre todo para su cultura política democrática. Yo, como Carmena, creo mucho en la reinserción, pero también en el rincón de pensar. No me cabe duda de que el PP es un partido que tiene vocación de estar en ese suelo constitucional compartido, como han dejado claro estos días voces del mismo (Cifuentes, García-Margallo), pero el rincón de pensar al que esta victoria, esta hostia, le va a enviar no le vendrá nada mal para soltar ese lastre de fanatismo constitucional que es tan anticonstitucional.
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