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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¿Qué pasa con la industria vasca?

Protesta ante una planta de CNA-Fagor

Juan Miguel Sans

Este verano nos hemos despertado con noticias de empresas industriales, algunas muy conocidas, con graves dificultades, que ponen en cuestión su continuidad y el empleo asociada a las mismas. Es el caso de Edesa Industrial (antigua Fagor Electrodomésticos), Muebles Xey (fabricante de muebles de cocina y baño), Vicrila (especializada en la producción de vidrio de mesa), Cel (fabricante de pasta y papel tisú), General Electric (fabricante de generadores para plantas hidroeléctricas), BSH (la antigua Ufesa, fabricante de planchas en el sector de los electrodomésticos), STS -SERT (empresa siderúrgica de tubo soldado), Ingemar (dedicada a la transformación, distribución y comercialización de granito y mármoles), Ofita (orientada a fabricar mobiliario de oficina) o Construcciones Navales del Norte (un astillero de Sestao más conocido como La Naval, privatizado por la SEPI en 2006). Ahora se anuncian también ajustes en Siemens – Gamesa que todavía no sabemos cómo nos afectará.

La pregunta evidente que, tanto el Lehendakari Urkullu, como la consejera Arantza Tapia, se apresuraron a contestar era si nos encontramos ante situaciones concretas y aisladas o ante problemas más estructurales. Ambos coincidieron en recalcar que el conjunto de la industria vasca está creciendo y tiene buenas perspectivas.

Esta afirmación se sustenta en que la situación económica es buena. Estamos creciendo en el entorno del 3%. Y la previsión del ejercicio próximo es de un crecimiento del 2,4 % (que pudiera verse reducida, como anuncian muchos expertos e instituciones, por la crisis política en Cataluña). La industria parece que también se recupera, aunque algo más lentamente. Ciertamente desde 2014, el empleo industrial crece poco a poco, pero todavía estamos muy lejos del existente en 2008. Entonces Euskadi tenía 240.000 empleos industriales. Hoy tiene 208.000. El socavón ha sido demoledor y tardará tiempo en reconstruirse. No es de extrañar la preocupación por todas estas noticias de crisis.

Entonces, ¿por qué todos estos problemas? ¿Es casualidad que se produzcan a la vez? ¿Hay causas comunes? No parece que haya un patrón común. Las empresas pertenecen a actividades muy diferentes. Algunas, pero no todas, vinculadas directamente con la crisis reciente, como aquellas relacionadas con el sector de la construcción. Otras provienen de crisis anteriores mal resueltas, con soluciones – más o menos conocidas- cerradas en falso. Es sabido que, a veces, nos agarramos a un clavo ardiendo, aunque intuyamos que el proyecto no vaya a salir bien. Otros casos obedecen a una simple estrategia de deslocalización de grupos multinacionales, a mala gestión o fusiones mal evaluadas.

La importancia estratégica de la industria

Pocos cuestionan la apuesta industrial de este y anteriores gobiernos. La industria es un sector que genera riqueza y empleo cualificado. Un sector que arrastra otras actividades. Un sector innovador, exportador y productivo. En esto llevamos desde los años 80. Y parece ser una idea que comparten analistas, académicos e instituciones. La UE acaba de presentar un nuevo documento sobre política industrial titulado Invertir en una industria inteligente, innovadora y sostenible: Una Estrategia renovada de política industrial de la UE [COM (2017) 479]. La digitalización, la internacionalización, la innovación, la economía circular son los ejes de esta política industrial. Y mal que les pese a algunos, el documento no se olvida del enfoque sectorial y habla explícitamente, entre otros, de la siderurgia, la industria aeroespacial, el sector del automóvil o la industria de la defensa.

Ahora el reto es la Industria 4.0. Un eje transversal como antes lo fue la innovación, la internacionalización, la cooperación empresarial o la mejora de la gestión. Hay una continuidad lógica muy coherente en el diseño de la política industrial que pocos han cuestionado.

La industria ha cambiado radicalmente. Hoy nuestra industria no tiene nada que ver con aquellas grandes empresas siderometalúrgicas de los años sesenta y setenta del pasado siglo que poblaban la margen izquierda de la ría del Nervión o los valles de Guipúzcoa. Es una industria más ágil e innovadora, integrada en las cadenas mundiales de producción, oferente de soluciones más que de productos y, en fin, una industria que acepta que el conocimiento es la fuente de competitividad diferencial.

Desde la década de los ochenta, la administración vasca viene realizando planes periódicos que no han sido solo buenas palabras, también han ido acompañados de ideas, hechos y presupuesto. Ahora se ha presentado un nuevo Plan de Industrialización 2017-2020. Un plan coherente, bien razonado, con buenas intenciones. Honestamente, hay poco que añadir al abanico de sugerencias. No hay un solo punto de interés que se haya dejado de tratar.

Entonces, la pregunta sigue siendo pertinente, ¿algo falla? Lo podemos plantear en términos positivos, ¿en qué debemos mejorar?

La necesidad de evaluar el impacto micro y macroeconómico de la política industrial

A mi juicio es muy urgente realizar una evaluación, en serio e independiente, de la política industrial, no como un peaje obligado, sino como un compromiso de cualquier plan que se precie. Tenemos que conocer qué es lo que funciona y lo que no. Conocer si las ayudas cumplen los objetivos previstos de diversificación, internacionalización, innovación e incremento de la dimensión. Eso desde una perspectiva macroeconómica. Desde un punto de vista micro, tenemos que saber si las empresas que reciben las ayudas mejoran su posicionamiento en aquellos factores para las que están destinadas. Es decir, las empresas que reciben ayudas a la internacionalización o a la innovación, por poner dos ejemplos, mejoran sus resultados en estas variables. No vaya a ser que muchas de las mejoras de las variables macroeconómicas (exportación, innovación, …) se hubieran conseguido sin necesidad de estas ayudas porque son responsabilidad de empresas que precisamente no acuden a estas vías de financiación.

Además, muchas de las empresas citadas en el primer párrafo de este artículo –más otras cuyas responsabilidades están hoy dirimiéndose en los juzgados- han recibido una lluvia de ayudas públicas, así que habrá que revisar también los mecanismos de concesión de las mismas. Una industria 4.0 necesita una gobernanza 4.0.

Debe meterse en nuestra cabeza que la evaluación no es un asunto de auditorías y castigos, sino un tema de aprendizaje. La evaluación debe ser el punto de partida de la política industrial. Sin duda, permitiría concentrar los esfuerzos allá donde sean más necesarios y eficaces. No se trata de dar poco a muchas empresas, ni de desplegar un catálogo de programas que deje anonado al más pintado, con el riesgo de que siempre sean las mismas empresas las que reciban las ayudas. Sin poner en cuestión los programas ya existentes, yo citaría las siguientes prioridades.

Un problema de tamaño

Primero, el complejo industrial vasco transmite una sensación de vulnerabilidad. Tenemos un tejido empresarial de pymes familiares ya en segunda o tercera generación con poca capacidad financiera y tecnológica para emprender políticas de crecimiento. Con escaso capital propio y sin margen para endeudarse, son empresas con mucho mérito, muy voluntariosas, que pueden soportar un chaparrón, pero que no aguantarán una tormenta. No es de extrañar que más del 50 por ciento de los nuevos concursos de acreedores hayan recaído en empresas de menos de 10 trabajadores. Por no hablar de cómo la crisis de alguna de las empresas citadas- La Naval, por ejemplo- puede arrastrar a todo un sector de actividad. Es el caso de la industria auxiliar marítima.

Al objeto de fortalecer financiera, tecnológica y comercialmente estas empresas, no basta con impulsar la cooperación empresarial en asuntos puntuales, hay que fraguar absorciones, fusiones o alianzas empresariales estables a largo plazo y dotar a estas nuevas estructuras de recursos financieros (propios y ajenos) suficientes para poder hacer frente a las exigencias del mercado. La administración vasca ha puesto en marcha fondos de capital riesgo, y tiene previsto otros fondos de financiación público-privados para proyectos estratégicos, pero la duda que queda es que lo proyectos que van por estas vías sean solo los que no encuentran financiación por caminos más tradicionales. Es decir, proyectos de baja calidad.

Por otra parte, y relacionado con este mismo tema de la dimensión y fortaleza financiera, tenemos en Euskadi alrededor medio centenar de empresas que son líderes mundiales en nichos de productos o servicios muy específicos, generalmente componentes de una cadena de valor más amplia. Es lo que se conoce como “multinacionales de nicho”. Por aquí hay una línea de trabajo muy fructífera cara al futuro: consolidar las empresas que ya forman parte de este colectivo, ampliar su número y facilitar que los centros de decisión se mantengan en Euskadi. Es una manera de fortalecer el entramado industrial.

El sector servicios avanzados como palanca del conocimiento

En segundo lugar, nuestras autoridades han mirado siempre con desconfianza al sector de servicios avanzados. En su momento aceptaron sin rechistar la desaparición del Clúster del Conocimiento. Ahora, con la fusión de GAIA (Clúster de Industrias de las Tecnologías Electrónicas y de la Información del País Vasco) y AVIC (Asociación de empresas de ingeniería y consultoría) tienen una segunda oportunidad. En mi opinión, tiene mucho más sentido una apuesta por este sector -tan cercano a la competitividad del sector manufacturero, con grandes posibilidades de crecimiento, con empresas de referencia a nivel nacional e internacional y que, además, facilita la tracción de nuevas inversiones procedentes del extranjero- que por un sector como el de las biociencias/salud, como se ha hecho en la Estrategia de Especialización Inteligente, RIS3, con mucho menor poso en nuestra industria.

Un ecosistema envidia de muchos

Para llegar a las empresas, la administración pública debería seguir apoyándose en el entramado de agentes intermedios que dispone Euskadi. La cultura del asociacionismo y de la colaboración tan arraigada en Euskadi son un ejemplo y envidia de muchas regiones. Su cercanía y conocimiento de las necesidades de las empresas las convierten en un canal envidiable para llegar a las mismas. A mi juicio, no hay que caer en el error de querer eliminar o debilitar este eslabón del canal y querer llegar a las empresas directamente. Es echar por la borda el esfuerzo de muchos años. La experiencia de otras Comunidades Autónomas, y de la propia administración central, cuando han tomado decisiones de este tipo, han sido un auténtico fracaso. Clústeres, agencias de desarrollo local y asociaciones empresariales no son chiringuitos, son organizaciones que prestan servicios de valor a las empresas, organizaciones que la administración debería consolidar y fortalecer aún más.

La cooperación ampliada

La administración que en tantas ocasiones propone a las empresas que desarrollen políticas de colaboración, debería coger ella misma el guante de este reto. La colaboración interinstitucional es una fuente de nuevas oportunidades. Abrir el diálogo con comunidades y regiones limítrofes, y no solo con Aquitania, puede suponer nuevas posibilidades de negocios y actividades económicas y comerciales. No estaría de más resucitar la idea del corredor del Cantábrico (Cantabria, Asturias, hasta Galicia). Las estructuras productivas – muy sinérgicas- de todas ellas pueden facilitar muchas posibilidades de colaboración. También con las regiones que forman parte de la conexión con el eje del mediterráneo (Navarra, La Rioja, incluso Aragón). Euskadi tiene el prestigio suficiente para poder liderar este tipo de iniciativas. Asimismo, la colaboración con la administración central puede dar también muchas alegrías, y no solo como fuente de financiación de infraestructuras.

¿Hemos salido de la crisis?

Todavía no del todo. Más allá de objetivos cuantitativos, discutibles, porque el propio concepto estadístico de industria está puesto en duda, lo más urgente es fortalecer el entramado industrial y hacerlo en un entorno de estabilidad institucional, seguridad jurídica y cohesión social. No se puede hablar de política industrial sin hablar de los desafíos que amenazan al conjunto de la sociedad vasca. No basta con que nuestra industria sea competitiva. Como hemos dicho otras veces, lo tienen que ser nuestro sistema de ciencia y tecnología, nuestro sistema educativo y de formación, nuestro sector público y, en general, todo el entramado que da servicio y articula la sociedad. En Euskadi hemos ido construyendo ecosistemas que funcionan por separado. Ahora el reto es encajar, integrar y consolidar estos ecosistemas.

*Juan Miguel Sans es experto en estrategia y política económica

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