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Sokamuturra e infancia en la Euskadi de 2026

26 de noviembre de 2025 21:37 h

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En las elecciones autonómicas vascas de 2024 hubo un inesperado punto de encuentro entre los principales partidos que concurrieron a esos comicios. A lo largo de toda la campaña electoral, flotó en el ambiente -y se reflejó en los distintos debates y discursos- la idea de que, frente a la sociedad española, siempre envuelta en la bronca y la polarización política, siempre tan anclada a ideas rancias y de derechas, esos comicios debían ser la rampa de lanzamiento de una suerte de “nueva Euskadi”, moderna, que mira hacia adelante, dialogante, progresista -porque el PNV también lo es, ¿no?- y alejada de todos esos estereotipos que -según algunos líderes vascos- anclan a la sociedad española, como por ejemplo pudieran ser la tauromaquia o los festejos asociados al maltrato animal.

El resultado de esas elecciones alumbró un gobierno “bicéfalo” entre PNV y PSE-EE que, con sus luces y sus sombras, lleva ya más de un año transitando bajo el liderazgo -a veces también “bicéfalo”- de Pradales y Andueza. Entiéndase el término “bicéfalo” en términos de un águila de dos cabezas que, pretendidamente, se orientan a derecha y a izquierda pero donde, según sea la perspectiva, no se sabe bien si miran hacia adelante o hacia atrás.

Este Gobierno vasco se da un aire al que había cuando, en otoño de 2016, los y las de Berdeak entramos al Parlamento como parte de aquel ilusionante proyecto político que fue la coalición Elkarrekin, un soplo de aire fresco que trajo a la escena vasca ideas nuevas, y también formas distintas de hacer política. Una de esas propuestas “diferentes” fue la reforma de la Ley 6/1993 de Protección de los Animales, una norma que, tras casi 25 años de andadura, pedía a gritos una actualización a los estándares modernos de bienestar animal.

Recuerdo las caras de sorpresa en aquella primera reunión -primavera de 2017-, donde un parlamentario de la oposición como yo, planteé a Luisja Tellería (PNV) y a Txarli Prieto (PSE-EE) la posibilidad de liderar la modificación de esa Ley, para lo cual les pedía el permiso tácito del Gobierno. Sin embargo me lo dieron, y ahí empezó todo.

Fueron casi dos años de trabajo intenso, todos los jueves por la tarde, con mi compañera de Berdeak -y excepcional jurista- Edurne Baranda junto a personas de las asociaciones ATEA y Haiekin, hasta que conseguimos redondear un primer borrador que pudiera ser sometido al escrutinio del personal técnico del Gobierno, Diputaciones y Eudel. Un texto que, a continuación -qué tiempos aquellos en los que la protección animal todavía no formaba parte de esta “guerra cultural” que todo lo ensucia-, también fuimos capaces de contrastar con juristas, asociaciones de cazadores, animalistas, criadores o ecologistas. Mucho tiempo y esfuerzo para completar una buena propuesta legislativa que, por desgracia, la convocatoria electoral anticipada de febrero de 2020 dejó en un cajón cuando apenas quedaban unas semanas de tramitación parlamentaria.

En aquella proposición de ley de 2019 había una propuesta sensata y compartida: no permitir que, en el futuro, en Euskadi se pudiesen celebrar espectáculos con animales cuya protección y bienestar no estuviese asegurada por algún reglamento regulador. En la práctica esto convertía en ilegales aquellos encierros que utilizasen bóvidos de menos de 60 kilos para diversión del público, porque ese peso es el límite inferior que contempla la reglamentación taurina vasca. Para que nos hagamos una idea, un novillo es destetado cuando alcanza los 200 kilos. Por lo tanto, que el propio reglamento taurino excluya a esos animales nos da una idea de la burrada que significa echar a una plaza a animales prácticamente recién nacidos.

Una vez celebrados los comicios de julio de 2020, y con Berdeak ya fuera del Parlamento vasco, ese otoño recibí la llamada de un alto cargo del Gobierno pidiéndome “permiso” para presentar -esta vez a nombre de PNV y PSE-EE- de nuevo aquella proposición de ley que tanto nos había costado promover. Accedí sin dudarlo. Se aprobó en junio de 2022, con el nombre de Ley 9/2022, de Protección de los Animales Domésticos. Curiosamente, y a pesar de todos los recortes y del “cepillado” general que sufrió la propuesta inicial, el apartado de los espectáculos con animales se mantuvo inalterado y estaba vigente… hasta ahora.

Por que desde 2022 hasta aquí, muchas cosas han cambiado. La involución política y cultural asuela el mundo y se lleva por delante políticas climáticas y sociales, gobiernos democráticos, propuestas de avance también en materia de protección animal. En este ámbito, en muchas regiones de España la derecha y la ultraderecha pretenden recuperar la tauromaquia como estandarte de “modernidad”, con la complicidad socialista, apelando a “las tradiciones” para regar con dinero público los espectáculos taurinos o para promover la creación de escuelas taurinas infantiles. El maltrato animal como orgullo patrio.

Es duro tener que decirlo, pero esa ola de involución ética y retroceso cultural ya ha llegado a Euskadi. La proposición de ley presentada hace tres semanas “con carácter de urgencia” por PNV y PSE-EE en el Parlamento Vasco para fomentar entre los menores de edad los festejos taurinos con animales de menos de 18 meses es justamente eso, la traslación a nuestro país de las mismas propuestas que PP y Vox ponen en práctica en cualquier otra región española. El mismo afán por mantener el menguante negocio de cuatro ganaderos, renunciando para ello a avanzar hacia una sociedad vasca moderna, libre de maltrato animal, donde nuestra infancia y juventud puedan vivir libres y alejadas de espectáculos donde la violencia, el acoso y la persecución a crías de animales indefensas no sea una forma de diversión ya no sólo tolerada, sino impulsada y aplaudida desde las propias instituciones vascas. Tantas vueltas con la “nueva Euskadi”, tanto afán por diferenciarse de España, pero al final seguimos siendo lo mismo, seguimos haciendo lo mismo.

No es éste el lugar donde debatir si las sokamuturras son un “elemento innegable del patrimonio cultural inmaterial” vasco, como se indica en la exposición de motivos de esa propuesta. Sí recuerdo bien las sokamuturras a las que acudía en mi pueblo, siendo niño. Me viene a la cabeza la plaza vallada, la algarabía de muchachos y adultos descamisados, pantalones de campana y deportivas llenas de mugre, el cigarrillo o la cerveza en una mano y una vara o un periódico en la otra para golpear a la vaca. Me asaltan todavía los mugidos del animal, resbalando una y otra vez en el suelo mojado de orines, cayendo sobre sus propios excrementos, tratando de derribar las vallas para huir, para volver al camión del que lo habían forzado a salir. Y no, no es parte de mi “patrimonio cultural”, sino una de tantas realidades oscuras de nuestro pasado que desde siempre he luchado por cambiar y dejar atrás.

Por suerte, creo que no soy el único que lo ve así. Esta primavera la Fundación BBVA hizo público un estudio según el cual más del 85% de la sociedad española considera inaceptable el uso de animales para entretenimiento en fiestas locales, por encima incluso del rechazo que suscitan las propias corridas de toros (77%). Y no creo que la sociedad vasca esté por debajo de esas cifras, por mucho que PNV y PSE nos quieran hacer ver que las sokamuturras cuentan con un “gran arraigo social”.

Lo que sí me parece imperdonable es que PNV y PSE-EE afirmen que este retroceso ético y legislativo se perpetra para “integrar a las y los menores en los ritos festivos de la comunidad, enseñándoles reglas y usos [que favorezcan] su integración en las festividades populares”. En una época donde crecen de forma exponencial los actos violentos entre jóvenes en edades cada vez más tempranas, y teniendo el conocimiento científico y empírico de que la violencia contra los animales es precursora de otras violencias como la de género… ¿qué puede salir mal en todo esto? ¿Qué clase de “nueva Euskadi” estamos creando? ¿Qué valores queremos que asuman las nuevas generaciones como testigo de la sociedad actual?

No confío en que los partidos vascos representados en el Parlamento -a excepción de Sumar- vayan a retirar o a rechazar esa proposición indecente. La ética, los valores humanos, el respeto a la dignidad de los animales poco valen hoy frente a las presiones de potentes sectores económicos como el ganadero.

Lo que sí confío es en esos cientos de niños y niñas que en los próximos años acudirán a la plaza del pueblo, a ver la sokamuturra. Confío en que muchos de ellos miren al novillo como yo lo miraba de niño. Que recuerden los orines y los mugidos, que perciban la angustia del animal, que empaticen con su sufrimiento. Y que vuelvan a casa con un pensamiento rondando en sus cabecitas: Cuando yo sea mayor, voy a terminar con las sokamuturras-.