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Entrevista Escritora

Elvira Sastre: “Por mucho que lo intenten, las ciudades no están ligadas a la política que se hace en ellas”

Elvira Sastre.

Maialen Ferreira

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“Miradnos, y nunca olvidéis que el universo y la luz salen de nuestras piernas”, es el mensaje de la pancarta que ondea una chica entre la multitud morada de cualquier ciudad un 8 de marzo. “Si quieres tropezamos y lo llamamos destino”, es el verso escrito en una pared de Argentina. “Habrá que asumir que lo que es para siempre es el momento, no la persona”, es la frase que alguien comparte en sus redes sociales una noche de domingo. Todas ellas están creadas por la escritora y poeta Elvira Sastre (Segovia, 1992) y un día dejaron de ser solo suyas para viajar por el mundo a través de internet. Con su último libro 'Madrid me mata', busca lo mismo: que pese a tratarse de una ciudad concreta se identifiquen con él personas de cualquier rincón del planeta.

A pesar de que las redes sociales han sido de gran ayuda para hacer visible su trabajo, Sastre reconoce que “son un arma de doble filo”. “Me han ayudado mucho, pero son un arma de doble filo porque cuanta más gente te lee, menos libertad tienes para expresarte. Ahora mismo la situación está muy crispada y cualquier cosa que dices se malinterpreta. Es difícil trabajar con las redes sociales porque están muy ligadas a las expectativas de los que te siguen. Como la gente siente esa cercanía, genera unas expectativas sobre ti que en algunos casos se quedan ahí, pero en otros se convierten en exigencias y eso es algo con lo que yo me llevo mal”, confiesa a este periódico.

'Madrid me mata' es como ella misma describe, el “diario de mi despertar en una gran ciudad”. Una ciudad a la que llegó hace casi una década con ganas de comerse el mundo y que el conocer sus calles le han enseñado a reconocerse a sí misma. A pesar de ello, indica que no es bueno caer en la idealización de la ciudad y que relacionarla con el éxito podría llegar a ser peligroso. “Habría que redefinir el concepto del éxito porque a lo mejor es igual de triunfador el que se ha quedado en su pueblo, tiene una casa en propiedad, un sueldazo y se toma cañas por 80 céntimos, que el que vive en una gran ciudad”, apunta.

¿Cómo vivió la manifestación del 8M del pasado martes?

Muy contenta. Hubo un montón de gente y a mí me ha recargado las pilas para seguir en esta batalla, que es diaria. Fui a la manifestación que estaba convocada en Atocha, avanzamos el Paseo del Prado en dos horas y media de toda la gente que había, pero fue muy emocionante.

Sus frases han acabado en pancartas no solo en la manifestación de este año, sino también en las de años anteriores. ¿Qué se siente cuando algo así ocurre?

Es una pasada. Ya me había pasado otros años, pero es cierto que este año el poema ha llegado a más lugares y ha formado parte de proyectos muy bonitos, lo he visto en muchas pancartas y eso es algo que emociona mucho. Durante la manifestación me las encontraba de repente y es algo que mola. Durante todo el año recibo proyectos en los que utilizan mis frases, pero este año es cierto que se han hecho muchas cosas, sobre todo en los colegios públicos, y es algo que me emociona muchísimo porque creo que la herramienta principal es la educación y que usen mis frases para ello desde que los alumnos son muy pequeñitos es emocionante.

¿Sigue siendo complicado para las mujeres ocupar espacios dentro de la literatura o la poesía?

En general, sigue siendo complicado para las mujeres ocupar espacios. La literatura no se libra, por desgracia, pero estamos en el camino, haciéndonos huecos y siendo referentes para las mujeres, algo que es vital. Se han conseguido cosas, todavía quedan muchas más porque no nos podemos conformar. Los derechos son algo que no podemos dar por sentado. Me enfada mucho que lo que se consigue mediante luchas no sea para siempre.

¿Alguna vez se ha sentido discriminada en su trabajo?

El mundo, en general, es muy masculino y dentro de la literatura y la poesía hay un sector que es más elitista y purista y todo tipo de desigualdad en esos entornos se acentúa. No sé si me he llegado a sentir discriminada, porque a mí conscientemente nadie me ha cerrado una puerta por ser mujer, pero sí que existe cierta condescendencia, algunas miradas o un trato desigual que creo que nos pasa a todas. Las mujeres tenemos de demostrar el doble que los hombres a la hora de hacer nuestro trabajo.

Es difícil trabajar con las redes sociales porque están muy ligadas a las expectativas de los que te siguen

¿A lo largo de su carrera de qué manera han impulsado su trabajo las redes sociales?

Me han ayudado mucho, pero son un arma de doble filo porque cuanta más gente te lee, menos libertad tienes para expresarte. Ahora mismo la situación está muy crispada y cualquier cosa que dices se malinterpreta. Es difícil trabajar con las redes sociales porque están muy ligadas a las expectativas de los que te siguen. Como la gente siente esa cercanía, genera unas expectativas sobre ti que, en algunos casos, se quedan ahí, pero en otros se convierten en exigencias y eso es algo con lo que yo me llevo mal. No me gusta que la gente que no sabe cómo soy me exija ser de una manera. Quitando eso, a nivel cultural, creo que ha sido un impulso brutal; que han conseguido democratizar la poesía, le han dado a las palabras la importancia que tienen y hemos conseguido llegar a sitios a los que antes era muy difícil llegar. Mucha gente que no leía ha descubierto que la poesía le gusta gracias a internet.

Algunos escritores critican el cambio de paradigma en la literatura que está surgiendo con la llegada de los escritores jóvenes y las redes sociales. ¿Qué opina al respecto?

En la historia de la literatura ha habido un rechazo a romper con lo establecido. Es algo que ha pasado siempre. Lo que ocurre simplemente es que ha cambiado el método de difusión y creo que se ha hecho bastante más libre. Los movimientos que rompen con lo establecido siempre van acompañados de críticas, pero habría que dilucidar hacia dónde se dirige la crítica, si es hacia el método de difusión, hacia la democratización de la poesía o al estilo de los que escribimos ahora. Me parecería muy injusto aglutinarnos a todos los que usamos un método de difusión como parte de un movimiento estilístico. Las críticas han ido menguando con los años, porque al final se ha visto quién ha querido quedarse y apostar por su trabajo, y quién no. Además, contamos con el apoyo de agentes externos como las editoriales o los premios literarios que por suerte han hecho oídos sordos a esas críticas y nos han ayudado a crecer.

Acaba de publicar su último libro 'Madrid me mata'. ¿Madrid es una ciudad que acoge o que rechaza?

Depende. Amo esta ciudad y no tengo ninguna palabra negativa sobre ella, pero me parece peligroso idealizarla. A mí me ha acogido desde el minuto uno y, en términos generales, yo diría que es una ciudad que acoge, porque a la vista está que está habitada por muchísima gente que no es madrileña, pero es verdad que a todos no les funciona.

Parece que las personas que van a vivir ahí lo hacen buscando “el éxito”.

Claro. No creo que sea buena la idea de que si vienes a Madrid lo tienes todo hecho. Puede que haya más oportunidades, pero también es verdad que hay más gente. Habría que redefinir el concepto del éxito porque a lo mejor es igual de triunfador el que se ha quedado en su pueblo y tiene casas en propiedad, un sueldazo y se toma cañas por 80 céntimos que el que vive en una gran ciudad.

Cuando era muy pequeña, vi un discurso de Zapatero en la tele y una de sus frases se me quedó grabada. Decía que Aznar nos estaba robando las carteras. Eso a mí me caló muchísimo.

¿Considera que a raíz de la gestión de la pandemia y de las actuaciones de ciertos políticos la imagen de Madrid se ha dañado?

Por mucho que lo intenten, las ciudades, por suerte, no están ligadas a la política que se hace en ellas. La política es algo cambiante, va avanzando o retrocediendo, pero sabemos que no es para siempre. Contamos con la esperanza de que hay ciertas cosas que aunque no nos gusten en el momento actual, pueden cambiar en el futuro. Quiero creer que las ciudades viven ajenas a lo que se hace con ellas porque son más fuertes que todo eso.

En su libro cuenta que de pequeña grababa casetes de sus políticos favoritos. ¿Cuándo y por qué dejó de hacerlo?

Recuerdo que desde siempre me encanta la política, pero es un amor tóxico porque la sufro mucho y me llevo mucha tristeza cuando las cosas no salen como a mí me gustaría. Cuando era muy pequeña, vi un discurso de Zapatero en la tele y una de sus frases se me quedó grabada. Decía que Aznar nos estaba robando las carteras. Eso a mí me caló muchísimo. En mi casa siempre han sido muy combativos. Quedé maravillada por el uso de la palabra y del lenguaje, más que de lo que dijeran, porque yo no lo entendía, evidentemente. Ver cómo al final los que estaban en el poder usaban la palabra para convencer, para defenderse o para atacar me enganchó, pero luego ya te desencantas al ver que a veces el uso de la palabra no es el correcto. Recuerdo perfectamente la manifestación del 'No a la guerra' de Irak en 2003 porque mis padres me llevaron y ahí fue cuando entendí que la política estaba muchísimo más allá de los políticos, que era lo que se hacía en la calle, lo que protestaba y defendía en su casa. Esa capacidad de debatir con los tuyos, que me temo que la estamos perdiendo, es lo que me apasiona de la política.

“Así es mi vida con los perros: me obligan a cuidarme porque es la única manera de cuidar de ellos como se merecen”, es una frase de su libro. En él, sus perros juegan un papel importante. Sin embargo, a día de hoy siguen saliendo a la luz casos de maltrato animal, abandono e indiferencia hacia los animales. ¿Cómo ve la situación?

Muy triste porque acaba de salir el caso de los Beagle de Vivotecnia y la Universidad de Barcelona y me parece algo demencial, porque hay gente que se ha ofrecido a adoptarlos a todos para que dejen de experimentar con ellos y, aun así, van a seguir experimentando y los van a acabar sacrificando. Es algo que no entiendo que sea legal y que no se pueda hacer nada. No concibo vivir en un país que se llama a sí mismo democrático y que deje a los animales a un lado. Mucha gente no es consciente de la experimentación que se hace con los animales, por ejemplo, en la industria del tabaco, porque hay muy pocas marcas de tabaco que no experimentan con animales y mucha gente fumadora no lo sabe. Por eso creo que hay que incidir en la visibilización e intentar hacer un consumo responsable.

En el libro también habla de su perro Tango, el cuál falleció hace años. ¿Cómo se supera una muerte como esa?

Me costó mucho al principio y me ayudó muchísimo la escritura. Soy una persona que necesita darle sentido a las cosas para comprenderlas y, en ese momento, pasé mucho tiempo sin entender por qué había fallecido. Era muy pequeño, tenía tres años y tuvo una enfermedad durante seis meses y no lo entendía. Pasas por etapas de negarlo o de cabrearte, pero al final me di cuenta de que cuando hay una enfermedad, por muy triste que fuera, fue la muerte la única capaz de ayudarlo en ese momento y de evitar su sufrimiento. Cuando me di cuenta de eso, me reconcilié un poco con esa idea y aprendí a convertirlo en otra cosa. Yo sé que Tango va a estar conmigo para siempre y, eso es una realidad, así que aprendí a convertir las cosas que son inevitables.

¿La muerte sigue siendo un tabú en esta sociedad?

Sí. En España la muerte está muy ligada al silencio y al duelo, porque como aquí normalmente no hablamos de todo lo que nos causa tristeza o dolor, falta mucho diálogo. He tenido la suerte de poder viajar a otros países y he visto, por ejemplo, cómo tratan el tema de la muerte en México, y a mí me ayudó mucho esa visión cuando pasó la muerte de Tango. Tienen una manera de ver la muerte que está más relacionada con el festejo y la celebración y no se tapa, eso muy saludable. Aquí creo que todavía queda un poco que hacer, por eso también escribí el libro 'A los perros buenos no les pasan cosas malas', porque considero que es importante tratarlo desde que somos niños.

Madrid me ha enseñado a observar y hace que me sienta muy viva por eso, porque me siento conectada al lugar en el que habito

El libro termina con una reflexión: “Madrid ya no me mata. Madrid me vive”. ¿Cómo llega hasta ese punto?

Juego un poco con el concepto de 'Madrid me mata' de la movida madrileña en los 80, cuando pasaron de estar encerrados en casas a descubrir una capital llena de cosas en la época de la Transición. Fue un descubrimiento absoluto de la vida que había estado apagada durante tantos años. Para mí, cuando llegué, fue eso. Un descubrimiento de cosas, porque, a cada paso que daba, había algo nuevo y, aunque pasara por el mismo sitio, cada vez veía cosas diferentes. Esta ciudad me ha enseñado a observar y hace que me sienta muy viva por eso, porque me siento conectada al lugar en el que habito.

¿Con qué mensaje quiere que se quede el lector tras leer el libro?

Me daba miedo que la gente pensara que el libro es demasiado localista, porque se trata de Madrid, pero es verdad que cuando escribí las columnas de 'Madrid me mata' en El País, pasaba algo muy guay, que era que gente de ciudades y pueblos de otros países, que no habían pisado nunca Madrid, se sentían identificados. Ahí me di cuenta de que tenía un recorrido mayor y que podíamos convertirlo en algo más. Me gustaría que la gente que no lo haya leído sepa que es una visión muy personal de los últimos años de mi vida en una ciudad grande. Con esto pasa un poco como con la poesía, que al final todos acabamos conectados, sintiendo las mismas cosas y considero que hay personas que se pueden sentir muy identificadas aunque no hayan estado en Madrid.

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