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De seudónimos, escritoras y gente que lee

El trío de escritores y guionistas Jorge Díaz, Antonio Mercero y Agustín Martínez, que se ocultaban tras el seudónimo de Carmen Mola, en foto de archivo

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Supongo que a ustedes también les pasa que a veces sienten que no deben ser de este mundo. A mí me pasa mucho, la verdad, pero uno de los días que se me quedó más cara de pánfila fue después de la entrega del premio Planeta. 

Y no fue por descubrir quién era Carmen Mola, sino por haberme perdido todo el proceso. Yo supe el mismo día y en orden inverso, que Carmen Mola eran tres hombres, y que llevaba años siendo super ventas ¿Una escritora que vende más de 300.000 ejemplares de su trilogía, que está traducida a 11 idiomas, que ha vendido los derechos de sus libros a la televisión y yo, que me declaro feminista, no me he enterado de nada? Y para ahondar más en la herida, tampoco sabía quien era Paloma Sánchez-Garnica, que ha quedado finalista, y que desde 2006 es, ella sí, una escritora de éxito. 

Pero volvamos a mi cara de pánfila. Lo primero que supe de Carmen Mola es que la retiraban de las estanterías de Mujeres & compañía, una de mis librerías favoritas, a las que aplaudo el gesto. Y luego ya me puse a leer. No sus libros, yo solo leo novela negra si es divertida, al estilo de Beatriz Oses, o si es antiespecista, como la última de Susana Martín Gijón. Y es que está claro, que literariamente, la mayoría social y yo no compartimos los mismos gustos.

He hecho una pequeña encuesta entre mis amistades, que son muchas, y para mi tranquilidad solo una persona conocía las novelas, y aunque comenzó la primera, no fue capaz de terminarla porque atentaba contra su sensibilidad. Otra amiga me dice que no conocía nada del fenómeno editorial, pero que ahora que sabe que están escritas por tres hombres de masculinidad frágil tampoco las va a leer. Sin embargo, el mundo no piensa como mi amiga y las ventas siguen en aumento. 

La aparición de los señores Carmen Mola, y las reacciones sociales, sucede en mi vida al mismo tiempo que me llega la novela “Alegría” de Miguel Ángel Carmona que ha sido Premio Ciudad de Badajoz, construida a partir del testimonio de once víctimas de violencia de género. Una novela excelente cuya lectura recomiendo encarecidamente, pero que página tras página me llevaba a preguntarme qué hubiera escrito yo de diferente, porque sinceramente de no saber que Miguel Ángel es un hombre, perfectamente la hubiera leído como fruto del trabajo de una mujer.  

Además, por esos días, fui a escuchar el coloquio del Día de las Escritoras, organizado en la biblioteca de Cáceres con Laura León y Beatriz Osés, donde ésta última confiesa que ella considera que los premios literarios son el equivalente a las oposiciones, y dan la medida de tu calidad al escribir, pero que ella siempre se presenta con seudónimo masculino para que no existan prejuicios al leerla. Y me acuerdo de Joanne Rowling, a la que se le pidió allá por 1997 que añadiera una K a su nombre, para sonar más masculina y no asustar a los lectores (hombres), aún no hace 25 años. 

Por eso espero que me puedan perdonar este pensamiento disidente, pero… ¿no es un signo de los nuevos tiempos más igualitarios que tres hombres heterosexuales, de probado éxito y sin presión editorial, escriban bajo un seudónimo femenino? Ya sé que dicen que en el mundo de la novela negra ahora las que triunfan son mujeres, y estos hombres se han apropiado de ese espacio ganado con tanto esfuerzo. Pero yo me siento como en el debate de las mujeres trans. Es que en el camino hacia la igualdad, me parece a mí, que lo que debe suceder es que dejemos de pelear por los cupos, y aunque a día de hoy los considero imprescindibles en muchos ámbitos, y agradezco que existan librerías que solo venden libros escritos por mujeres, porque las escritoras, sobre todo las excéntricas que no coincidimos con la mayoría social, aún necesitamos esos apoyos, también debe suceder, simultaneamente, que la linea entre sexo y género se borre, y que la utopía de ser Personas valoradas por nuestras capacidades, más allá de nuestros genitales y nuestros nombres, esté en el horizonte y pueda a veces, estar al alcance de la mano. 

Para escribir esta reflexión he hecho un repaso de las listas de superventas en nuestro país. Para mi tristeza en 2020 gana de largo Arturo Pérez-Reverte, seguido de Ken Follet, aunque en la Feria del libro de Madrid el más vendido ha sido Fernando Aramburu, seguido de María Dueñas. En la literatura infantil se lleva la palma Antonio Rubio, seguido de Nick Denchfield, y en la Juvenil arrasa María Martínez que tiene el puesto uno y diez con dos de sus libros, y el dos es para R. J. Palacio (una mujer aunque su nombre no lo de a entender). Y si buscamos en ensayo, mi género favorito, nos encontramos con “La historia secreta de Jane Eyre” un estudio de John Pfordresher, seguido de “El camino hacia la no libertad” de Timothy Snyder. 

En mi repaso rápido de libros superventas he puesto diez nombres, como ven siete son de hombre y tres de mujer, creo que a vista de pájaro se ve claramente que la Igualdad sigue siendo ese sistema deseable que aún parece más una señal en el horizonte que una realidad para mañana. 

Si ustedes se preguntan, por pura curiosidad, cuáles de estos libros me he leído yo, debo decirles que solo he leído El pollito Pepe, de Nick Denchfield. Y es que al igual que soy una escritora de lo pequeño, soy una lectora de minorías. 

Para la próxima entrega me daré el gusto de hablarles de mis libros favoritos.

NOTA final: dudo mucho que al trio masculino de Carmen Mola le importe ni un poco mi reflexión, y sé que puedo perder muchos puntos en mi carnet de feminista. Pero a fin de cuentas, ¿de qué sirve la libertad de expresión si no la ejercemos?  

Aunque también es posible que mi simpatía venga dada porque han elegido llamarse Carmen, como yo. Por favor, lean esto entre risas. 

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