Educación ambiental. Una asignatura pendiente
Con el olor de los incendios de Australia aún en el aire, llegamos al día de la educación ambiental. Para nosotras, como ecologistas, es frecuente escuchar que somos personas muy negativas, que siempre andamos quejándonos de todo y poniendo pegas, que rechazamos el progreso o que nos importan más los árboles que las personas y algunas otras impertinencias absurdas que las ecologistas llevamos con paciencia y, generalmente, con una sonrisa.
La educación, en términos generales, forma parte de lo que somos como seres individuales y colectivos; está en cada una de las acciones de nuestra vida cotidiana y es un derecho e, incluso, un deber. En definitiva, está vinculada estrechamente a nuestro saber ser, a nuestro saber hacer y nuestro saber estar en el mundo. La educación ambiental, en particular, permite conocer cómo nuestras acciones tienen un impacto directo en nuestro entorno y permite encontrar las distintas soluciones a los problemas ambientales y tomar medidas para mejorar el medio ambiente.
Lo que se espera con ello es que las personas desarrollemos una comprensión más profunda de los problemas ambientales y un pensamiento crítico que les dé las herramientas para tomar decisiones de manera informada y responsable. Así pues, la educación ambiental pretende concienciarnos y sensibilizarnos antes los desafíos medioambientales para que desarrollemos actitudes personales y comunitarias de cuidado, preocupación y conservación de nuestro medio natural. Debemos tener claro que la educación ambiental no aboga por un único punto de vista o un único modo de acción ante los problemas que se plantean. Por el contrario, enseña cómo sopesar varios aspectos de un problema a través del pensamiento crítico y mejorar sus propias habilidades para tomar decisiones desde la clara conciencia de que sin medio ambiente tampoco podría existir la vida humana. Esta es la asignatura pendiente que tenemos como humanidad, como sociedad, en cada una de nuestras comunidades pequeñas y grandes: nos hemos alejado tanto de nuestra condición biológica que pensamos que podemos vivir al margen de la naturaleza.
Es por ello que reducir la educación ambiental a un día de actividades en la escuela es hacernos un flaco favor como sociedad. Sí, las personas queremos vivir y, si es posible, vivir bien en el único lugar que por ahora conocemos que puede albergarnos, que es este pequeño Planeta Azul dentro de la Vía Láctea.
Hace falta invertir en educación, a todos los niveles, en información ambiental para que llegue a toda la ciudadanía y aumente la conciencia colectiva de las consecuencias que tienen los problemas ambientales. Sabemos que es difícil y no parece ser muy popular hablar de estos problemas y menos aún de sus soluciones.
En las encuestas en las que los medios suelen informarnos por distintos canales de comunicación, el problema del paro siempre está el primero y, de hecho, durante el 2019 los españoles lo señalaron como su principal preocupación, seguido del tema político, la corrupción y el fraude. Obviamente y por desgracia, el medio ambiente no aparece por ninguna parte y, sin embargo, el empleo está muy ligado a ello. Nadie está infiriendo que si el empleo es nuestra principal preocupación, qué va a suceder con el mercado laboral ahora que sabemos que la región mediterránea es de las más vulnerables al cambio climático.
En octubre de 2019 la red Mediterranean Experts on Climate and Environmental Change (MedECC) hizo públicos los resultados de su investigación en los que se concluye que el arco mediterráneo se calienta más rápido que el resto del globo.
El coordinador del MedECC, Wolfgang Cramer, alertaba de los efectos negativos para la salud humana, que conllevan inseguridad alimentaria, falta de agua potable, y obviamente pobreza. Y no podemos olvidarnos de que la subida de las temperaturas va a incrementar las crisis sociopolíticas y ello conllevará a un aumento más que considerable de los movimientos migratorios. Por lo tanto, las consecuencias de una visible crisis climática no deben ser preocupaciones menores ni para la sociedad, ni para nuestros políticos.
Recordando el lema de Greenpeace, “los políticos hablan, los líderes actúan”, tenemos que confesar que anhelamos tener más líderes que piensen en el Bien Común más allá de las encuestas y el productivismo que todo lo engulle.
Por este motivo, hacemos un llamamiento a la ciudadanía, de todas las edades y condición: hablemos de medio ambiente todos los días del año y no en exclusivo en las aulas el 26 de enero porque la única forma posible de salir con vida de este cercano devenir trágico climático es la colaboración y el cuidado de nosotras y de nuestro Planeta. Reivindiquemos juntos la vida por encima de todas las cosas, la naturaleza como el máximo bien que debemos proteger. Este es el punto de partida, el siguiente paso será defender lo salvaje.
Feliz día de la educación medioambiental y del pensamiento crítico.
1