“De cómo la educación no puede ser totalitaria”
De las clases impartidas por Hannah Arendt en suelo norteamericano se extrae una constatación terrorífica: el fin de la II Guerra Mundial no libera al mundo de la amenaza del totalitarismo, ya que éste siempre va a encontrar nuevas sociedades con ceguera política que dispongan nuevas y sutiles formas para deshumanizar y generar masas a través de la deseducación.
La actual crisis civilizatoria parece haber confirmado los temores de la filosofa judía. En este mundo que ha pervertido la democracia al situar el interés del mercado por encima de las personas, las cuales han pasado a ser datos estadísticos para gobiernos y cifras disponibles en listas inabarcables de recursos humanos –eufemismo utilizado para no decir mano de obra barata- a disposición de tal o cual empresa, la LOMCE presenta el siguiente dilema educativo: ¿Para qué un aula que fomente el pensamiento y la sensibilidad si el sistema nos exige empleabilidad?.
Con ello, la escuela se queda vacía al prescindir de las enseñanzas de Sócrates y de los sonetos del Canzioneri de Petrarca; de la música y las artes plásticas como dimensiones a desarrollar de la expresividad humana o sin la Ética como disciplina necesaria para el cultivo de toda persona en una época crucial y de transición hacia la madurez como es la adolescencia.
Frente a las asignaturas humanísticas y la concepción socializadora del aprendizaje, la LOMCE introduce nuevos contenidos y dinámicas que hacen del aula una competición constante de seres atomizados que han de encaminarse al más burdo utilitarismo economicista. No se trata tanto de una reforma educativa pensada para obtener una mayor eficiencia y productividad, pues el exministro Wert y Mariano Rajoy deberían saber que un país mejora económicamente y aumenta su rendimiento productivo cuando incorpora las dosis de creatividad, imaginación y rigor de pensamiento que habitan en las disciplinas de humanidades; sino que responde, en realidad, a un intento premeditado de contrarreforma ideológica que supone una regresión totalitaria en tanto que no persigue el desarrollo integral del alumnado.
Se prefieren generaciones enteras de máquinas utilitarias a formar ciudadanos y ciudadanas cabales, con capacidad deliberativa sobre el buen discurrir de la cosa pública y de enjuiciamiento sobre las tradiciones; pero también con la susceptibilidad precisa para comprender la importancia de los logros y de empatizar con el sufrimiento ajeno en base a las aptitudes cívicas de reconocimiento del otro como sujeto con iguales derechos y de la complejidad del mundo, superando así el maniqueísmo y el escepticismo que las humanidades siempre han combatido y que dibujaron aquel periodo sombrío sobre el que advirtió Brecht y por el que se vio sometido a juicio Eichmann en Jerusalén.
Hasta allí fue Hannah Arendt para descubrir que la banalidad del mal es la insignificancia de la persona. Su conversión en masa. Sobre ello advertían sus clases. Porque es cuestión de responsabilidad aprender de las lecciones de la historia y reivindicar que solamente el pensamiento frena a la barbarie. Y el totalitarismo siempre será una amenaza mientras existan ministros que gobiernen desde la ceguera. Ahí tenemos la LOMCE como ejemplo.