Votar en legítima defensa
Lo asesinaron porque sí. Por sus ideas políticas y por ser homosexual. Solo era culpable de ser un genio. Culpable de ser Federico García Lorca. Lo fusilaron con 38 años.
Miguel Hernández murió con 31 años por tuberculosis a causa de las condiciones de insalubridad y maltrato que recibió en la cárcel. Lo encarcelaron por su ideología. Era culpable de pensar que el pueblo debe ser libre. Culpable de ser un genio. Culpable de ser Miguel Hernández.
Hay quien desde el Congreso de los Diputados siente nostalgia del franquismo y lanza proclamas de odio aplaudidas por miles de personas. Pero cientos de miles, millones, no aceptan ese odio. Una España en la que aún perduran decenas de miles de desaparecidos enterrados en tumbas sin nombre, no lo olvidemos, no debe permitir que los que echan de menos los tiempos oscuros puedan trenzar de nuevo la urdiembre en donde quedemos atrapados en el tiempo.
En aquellos años no solamente se cometieron crímenes de lesa humanidad, sino también de lesa literatura. Hurtaron a la humanidad de quién sabe cuántos poemarios, novelas y obras teatrales magistrales que Lorca y Hernández, y tantos otros, no pudieron escribir.
Muchos escritores tuvieron la feliz idea de exiliarse a tiempo para salvar su vida: Antonio Manchado, Clara Campoamor, Luis Cernuda, María Zambrano, Rafael Alberti, Juan Ramón Jiménez… Espíritus libres, intelectuales, que estaban condenados a callar, a irse o morir.
“Venceréis, pero no convenceréis” es la famosa cita que Miguel de Unamuno pronunció en el paraninfo de la Universidad de Salamanca y que dirigió al general golpista José Millán-Astray que respondió a Unamuno gritando ¡Muera la inteligencia! y ¡Viva la Muerte!. Unamuno moriría, en extrañas circunstancias, poco tiempo después de enfrentarse a Millán-Astray, que lo había amenazado tras sentirse ofendido diciendo que ciertos profesores que enseñaban teorías averiadas morirían.
Quedan aún políticos que se dedican a inyectar en la sociedad el veneno del odio y algunos medios de comunicación que les prestan la atalaya desde donde amplificar su mensaje. Así, en pleno siglo XXI, el racismo, el machismo, la homofobia, la xenofobia, la misoginia, la aporobofia, la negación del cambio climático, la demonización del aborto, la oposición a la dignidad de la eutanasia y del cualquier ley que pretenda blindar las libertades y derechos fundamentales…, y tantas otras rancias y arcaicas mentalidades que aún persisten y que ponen en riesgo la convivencia, son prueba clara de la efervescencia tiránica, despótica, cruel, opresiva y feroz que prospera en el seno del extremismo y sus estribaciones y que puede llegar a contagiar todo lo que toque. Todos estos odios permanecen hacinados en sus mentes, sin orden y sin concierto, y pugnan entre ellos por liberarse, por salir a contagiar el aire que respiramos.
Hemos visto estos días como Vox provocaba la cancelación, la censura, de obras teatrales como 'Orlando', de Virginia Woolf; 'La Villana de Getafe', de Lope de Vega o 'El mar: visión de unos niños que no lo han visto nunca', de Xavier Bobés y Alberto Conejero. ¡Qué lejos parecía que quedaba la dictadura, hasta que hemos vuelto a oír, a ver y a sentir la exhibición pública de proclamas totalitarias, el argumentario más atroz y salvaje salido de los más tenebroso del ser humano.
Escondidos estaban en sus mansiones, arropados por sus apellidos, en tantas ocasiones compuestos, conectados con el pasado de tiranía y opresión al que sometieron a España aquellos que comparten ADN con lo que ahora reivindican el odio. Agazapados, esperando a que la sociedad bajara la guardia. Y una parte de la sociedad la bajó y saltaron sobre ella como fieras y le transmitieron el virus de odio con consignas simples y vacías de contenido cuyo hilo conductor es la intolerancia.
La intolerancia es esa hebra suelta de la que pueden tirar los fanáticos y antediluvianos para deshacer el traje de la democracia que tanto ha costado tejer y devolvernos a los infiernos, sin apenas darnos cuenta.
El voto es un escudo que repele a aquellos que pretenden una España en blanco y negro, de vuelta al pasado. El 23 de julio todos los ciudadanos deberían votar en legítima defensa.
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