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Andi, de Badajoz al campo de Gevgelija: “Estaba prohibido usar narices de payasos para divertir a los niños”

Payasos sin fronteras recogen fondos en Alcobendas (Madrid) para ayudar a los más necesitados

Jesús Conde

A finales de 2015 él y otras 16 personas se desplazaron hasta el campo de Gevgelija (Macedonia), justo al otro lado de la frontera de Indomeni. Andi vive en Badajoz y fue hasta allí con un numeroso grupo de portugueses.

Narra que en la expedición iban dos payasas, entre ellas su pareja. En el campo tuvieron problemas para desarrollar su labor de clowns. La policía y el ejército les prohibía que sacaran las narices de payasos.

El campo tenía vetados a los payasos y aunque nadie les explicó el motivo ellos lo tienen claro: cuando la gente se ríe se releja, y si te relajas pierdes el miedo. Describe aquél episodio como algo trágico y absurdo a la vez. Aunque parezca alucinante, la gente no tenía derecho a reírse allí dentro.

“Nadie está preparado”

Comenta que nadie está preparado para sumergirse en un campo por el que transitan a diario miles de personas, a la espera de que les abran las fronteras y continuar su éxodo hasta el siguiente puesto de frontera. Lo describe como un agujero negro, un ‘maremágnum’ que deambulaba expuesto al frío, rodeados de una estampa gris a la que tenían que hacer frente.

Las siete u ocho horas que pasaban en el interior tenía la sensación de estar “absorbido”, desbordado por la situación a la que tenían que hacer frente mientras repartían ropa u otros enseres a la gente.

La importancia del arte

Destaca no obstante la importancia del arte como herramienta transformadora, porque las dos payasas del grupo eran las únicas que lograban abstraerse de la tensión y paseaban para hacer reír a la gente –sin narices eso sí y con cautela para que ni la policía ni los militares las vieran—. Buscaban a la gente más invisible, por ejemplo las mujeres.

Unas payasas que tuvieron la capacidad de conectar con el lado más íntimo de las personas refugiadas. Recuerda Andi cómo una de las compañeras clown se acercó hasta una mujer que no paraba de llorar y comenzó a imitarla con los mismos lloros. Esta mujer terminó riendo a carcajadas mientras la gente se quedaba maravillada, sobre todos los padres, cuando veían a sus hijos reír por unos instantes.

Un negocio

Otro de los elementos que detectó en Gevgelija fue el elemento de los refugiados como negocio. Comenta que el tren, para las personas locales, tenía un precio de cinco euros, y para los refugiados de 25.

Todo el mundo se aprovechaba, a modo de negocio, e incluso se las tenían que ingeniar –comenta—para negociar con la policía, a que había que sobornar dándoles cosas como 100 croisanes de chocolate para que les dejara hacer su trabajo.

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