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COP26 en noviembre, ¿feliz convivencia?

Comida vegana

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Me siento a escribir rodeada de noticias sobre la COP26, pero no se preocupen, que no les voy a dar más la lata con eso. Creo que hay suficientes análisis sesudos sobre lo dicho, lo hecho, y las razones del retraso en poner verdaderamente manos a la tarea de salvarnos. 

Ustedes saben de sobra que el mundo superará en solo 11 años el límite de emisiones de CO2 que marca una catástrofe medioambiental y que el acuerdo de Glasgow para salvar los bosques en 2030 llega mientras se bate el récord de destrucción de la Amazonía.

Se ha dicho muchas veces, pero sigue siendo un misterio, que somos la única especie animal que atenta contra su propia supervivencia. Se dice así para simplificar, porque hemos quedado fuera de la autorregulación de los ecosistemas. Pero dado nuestro grado de conciencia sobre nuestra propia existencia, llama la atención que no podamos dar con respuestas satisfactorias a nuestro ilógico comportamiento. 

Como me gusta leer de todo, me he encontrado un artículo que expone un estudio publicado en Proceedings of the National Academies of Science, que parece demostrar que la actividad cerebral consciente está relacionada con la llamada “sustancia química del placer al obtener la recompensa esperada” o dopamina. Es un neurotransmisor producido en una amplia variedad de animales, incluidos tanto vertebrados como invertebrados, y  cumple funciones de neurotransmisor en el sistema nervioso central. 

Saber esto me intranquiliza. ¿Qué nos pasa? ¿La conciencia se nutre de dopamina, pero para producir dopamina necesitamos experiencias egoístas y altamente perjudiciales para el conjunto del planeta? ¿Es que no podemos hacernos conscientes y encontrar placer en el ejercicio del cuidado y del apoyo mutuo? 

Cambios en el día a día

Por mi propia experiencia les aseguro que podemos perfectamente. Ya saben que soy vegana, lo digo a todas horas en todas partes, y desde mi pasado cumpleaños lo llevo escrito en mi ropa. Y debo confesar que ser vegana es una fuente incesante de placer para mí, debo tener los niveles de dopamina por las nubes. 

Curiosamente la COP26 se celebra en noviembre, mes del veganismo. Gandhi, el político indio, dijo: “debes ser el cambio que deseas ver en el mundo” y aunque es cierto que necesitamos muchos cambios a nivel político y económico, creo que un cambio en nuestro día a día, sería, ahora mismo, tan efectivo como la revolución francesa en su momento. Y sin guillotina. 

Cada año, en el mundo mueren 70 mil millones de animales para entrar en la cadena alimenticia de las personas, pero una persona vegana es responsable directa de salvar la vida a 200 o 300 animales al año. Esto me lo recuerdo a mi misma cada vez que abro la boca. Y es un placer. 

Además, una persona vegana ahorra agua. Los datos sobre el acceso al agua son terribles, y nos informan de que 783 millones de personas en el mundo no tienen acceso a agua limpia, pero mientras tanto la ganadería utiliza casi un 1/3 del agua potable disponible en el planeta (Water Resources and Industry, 2013). ¿Más argumentos? Se necesita un 72% más de agua para criar vacas de  leche que para producir soja, o avena. Y si queremos añadir el componente amoroso a nuestro egoísmo, dejaríamos de torturar a vacas y terneros, obligados a separarse en las 36 horas posteriores al parto, sólo para que los supermercados se llenen de bricks o de quesos. 

Por otra parte, los alimentos de origen vegetal tienen una menor huella de carbono que los de origen animal. La cuarta parte de las emisiones globales proviene de los alimentos. Este cálculo se hace tomando en cuenta los nutrientes necesarios para que crezcan, hasta el transporte necesario para acercarlos a nuestros hogares, e incluso la tasa de desperdicio, no olvidemos que un tercio de todos los alimentos del mundo los convertimos en basura. Pero en este recuento opulento las vidas animales dejan más huella de carbono durante sus vidas esclavizadas y sus muertes violentas.  

Otra ventaja placentera del ser vegano es el ahorro en sanidad, porque la comida vegana, aunque sea ultra procesada sigue siendo 100% libre de colesterol. Y si la dieta vegana es saludable, el plan es perfecto. Una dieta basada en frutas, verduras, cereales y legumbres disminuye el riesgo de desarrollar diabetes. Y por si no lo sabían, el 75% de las enfermedades infecciosas emergentes provienen de ingerir a otros animales.

Y uno no es solidario sólo con los otros animales, o con el medioambiente en general, también hay solidaridad entre personas en el veganismo. Según estudios de viabilidad futura el ve­ganismo es la única forma de alimen­tar a una población creciente. “si todas las personas fueran veganas, y no se desperdiciara comida, la producción actual podría alimentar a 10.000 millones de personas. 

Y en lo cercano debo contarles que las personas que trabajan en los mataderos o en las granjas industriales suelen estar dentro de las escalas más bajas del ranquin social (menores salarios y valoración social), pero la experiencia de coexistir con la violencia extrema cotidiana hace que sean un sector con problemas de salud mental, que van desde la depresión al suicidio.  Esas personas podrían tener empleos más felices en la emergente industria vegana. 

También el mar se beneficia del veganismo. Solo un pequeño apunte egoísta. Los cálculos oficiales hablan de que 300.000 ballenas y delfines mueren cada año víctimas de la pesca industrial. 

Hay muchos, muchísimos más placeres en el estilo de vida vegano. Ojalá los descubran ustedes muy pronto. Yo he aprovechado que la COP26 se celebra en noviembre, para recordarles que si los gobiernos nos dan la espalda, aún no está todo perdido, porque tenemos el poder de decidir qué comprar y dónde, y comprar ya se sabe que es una actividad placentera. 

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