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La madre de una niña confinada desde marzo: “Solo pido esperanza, saber que alguien trabaja para que la vida de Emma mejore”

Emma estudia en casa con una profesora de apoyo

Santiago Manchado

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“Solo pido un hilo de esperanza donde agarrarnos, saber que esto va a terminar o que hay personas trabajando para que la vida de Emma mejore”. Es el grito, casi un sollozo, de Zaira Martín, madre de una niña de Almendralejo (Badajoz) que vive prácticamente confinada desde el 13 de marzo de 2020.

Emma, de siete años, comenzó la cuarentena como el resto de españoles para protegerse de la COVID-19, una enfermedad de la que entonces se conocía muy poco. Más de dos meses después, y tras una lenta desescalada, a mediados de junio se inició el periodo de 'nueva normalidad'. Pero no para ella.

La pequeña padece una cardiopatía congénita que la convierte en persona de “alto riesgo mortal” por el coronavirus, relata su madre. Por lo tanto, su vida cambió por completo hace casi 11 meses. Desde entonces limita sus salidas a la calle y ha restringido sus contactos sociales, que se reducen a su madre, el marido de esta y su hermana, a quien solo ve un fin de semana cada 15 días porque vive en Badajoz.

“Salimos a dar un paseo de vez en cuando con todas las medidas de seguridad, pero siempre a horas y lugares que sabemos que no van a estar concurridos”, explica Zaira, que viven en una de las ciudades de Extremadura que más padecieron la segunda ola de la COVID-19, llegando incluso al aislamiento perimetral de la localidad. En la actualidad su incidencia acumulada a los 14 días supera los 1.200 casos por cada 100.000 habitantes.

Educación en casa

Pero uno de los cambios para Emma más significativos y “preocupantes” ha sido perder el contacto con sus amigos y compañeros de clase. El pasado septiembre no pudo retomar el curso. “Fue el problema más grave. El médico de cabecera no nos facilitaba un justificante a pesar de la recomendación de la cardióloga”, recuerda la madre de la pequeña. Y es que al inicio del curso fueron muchos los padres en Extremadura que, ante el miedo a los contagios en las aulas, solicitaron a los facultativos certificados que justificaran las faltas a clase de sus hijos.

Emma recibe ahora clases en casa a través del Programa Proa Plus, que ofrece apoyo educativo domiciliario a estudiantes de Primaria y Secundaria que, por motivos de salud derivados de la pandemia, como es el caso de Emma, no pueden desplazarse a los centros educativos para recibir formación presencial con el resto de alumnos.

La madre de la pequeña explica que una profesora “viene a casa los lunes, miércoles y viernes durante dos horas para impartir las asignaturas de Lengua, Matemáticas, Ciencias Sociales y Ciencias Naturales, y después otras asignaturas intento explicárselas yo, como inglés”. A pesar del retraso en el inicio del programa, que comenzó en noviembre, y de las pocas horas de clases que recibe, Emma ha acabado el primer trimestre “con notables y sobresalientes”.

Zaira afirma que, aun con la dolencia que padece la niña, “Emma siempre ha sido muy activa, incluso pensamos que podría ser hiperactiva”. La madre destaca que practicaba educación física dos veces a la semana y por las tardes hacía gimnasia rítmica, por lo que su rutina ha cambiado por completo.

Madurez emocional

Emma es una niña feliz, como casi cualquier menor de su edad. Le encanta bailar y cantar a gritos, pero los meses de aislamiento están comenzando a mellar su salud, cuenta su madre. “Desde diciembre estamos notando un cambio en su estado de ánimo y en su salud”, afirma, porque la menor tiene episodios prolongados de tristeza, estrés y ataques de ansiedad.

Precisamente el aislamiento y la falta de contacto social en los niños suponen un riesgo para su desarrollo como adultos. El psicólogo sanitario infanto-juvenil Alberto Blanco, del Colegio de Psicólogos de Extremadura, explica que es a esas edades cuando se entrenan los contextos que se va a tener como adultos, ya sea en relaciones laborales como amorosas, y “si una persona no entrena eso, no va a aprender a ser un adulto y podría tener patologías relacionadas con la depresión, la ansiedad y otros trastornos”.

Además alerta sobre la posibilidad de crear una sociedad egoísta e individualizada producto del miedo social y del autoconfinamiento que está provocando la pandemia. “Estamos peor que en mayo porque antes éramos solidarios y ahora tenemos miedo de los demás y los padres no quieren que sus hijos se junten con otros”, afirma Blanco.

El psicólogo también advierte de que los menores pueden ser felices en entornos aislados que no dejan de ser un “mundo artificial porque quién no es feliz con sus padres”. Pero para “sobrevivir” hay que alternar la felicidad y la “dureza del mundo hostil en el que estamos”, aconseja Blanco.

Y a estos problemas emocionales se unen también dolencias físicas por el modo de vida sedentario que lleva. Emma se cansa más a menudo, tiene dolores y contracturas. Su vida se reduce a un piso sin balcón ni patio y sus salidas también se ven mermadas por los problemas de salud de su madre.

Agustín Luceño, del Colegio de Fisioterapeutas de Extremadura, advierte de que la falta de ejercicio físico “ya sea dentro o fuera de casa” acarrea consecuencias como merma de la capacidad física, pérdida de masa muscular y agilidad“ y, sin embargo, la actividad ”contribuye a disminuir el estrés“ y a evitar el cansancio que aparece incluso cuando no tenemos desgaste físico.

Vacunas

Pero la pregunta que se hace la familia de Emma es si esta situación tiene fecha de caducidad para ellos. La esperanza que han supuesto para el mundo las vacunas contra la COVID-19 no supone, por ahora, un alivio “porque nadie nos dice si ella se la podrá poner”. En primer lugar su preocupación es si, dado el riesgo que supone la infección, será seguro administrársela en algún momento debido a su cardiopatía. Pero en todo caso también desconocen cuándo habrá un antídoto para ella, ya que las vacunas que han conseguido el visto bueno no están indicados para menores.

Las vacunas de Pfizer y Moderna se pueden administrar a mayores de 16 años y la de Astrazeneca, aprobada por el UE el viernes, está indicada para adultos (mayores de 18 años). Durante las investigaciones no se han probado con niños y algunas pruebas están empezando ahora, pero no se prevé obtener respuestas concluyentes a corto plazo.

“Ya no sé qué decir a mi hija cuando me pregunta cuándo se va a ir el virus. ¿Hasta cuándo va a tener esta vida que no es vida? ¿Sabes lo que es vivir sin saber cuándo acabará esto?”. Son las preguntas de una madre que solo reclama ser escuchada y tener la certeza de que alguien que tenga en su mano ofrecer soluciones “sabe que existimos”.

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