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Testigo de tratos y noviazgos, la matanza domiciliaria busca su sitio

Tamajón (Guadalajara) recupera esta Navidad la fiesta de la matanza del cerdo

Fátima Alonso

Con un descenso de casi el 80 por ciento desde 2001 en Extremadura, la matanza domiciliaria de cerdos, antaño estrategia de subsistencia y lugar de tratos e incluso pedidas de mano, persiste hoy como un hecho social arraigado en la tradición que se enfrenta a un futuro incierto.

Si en la campaña 2001/2002 se autorizaron 26.451 matanzas en Extremadura, esta cifra se redujo a 5.706 en la de 2014/2015, un 78,5 por ciento menos, y sigue a la baja, dado que en la vigente -que concluye a finales de marzo- sólo se han declarado 3.752, según los datos facilitados or la Consejería de Sanidad y Políticas Sociales.

Esta caída es también muy similar en el número de cerdos sacrificados, pues de 48.149 animales se ha pasado a 10.921 en el periodo de referencia, un 77,3 por ciento menos.

No es una realidad nueva, sino una tendencia que inició su recorrido en la segunda mitad de la década de los 60, ha explicado el antropólogo Ismael Sánchez, que trabaja en la Dirección General de Bibliotecas, Museos y Patrimonio Cultural de la Junta de Extremadura.

Entonces, la emigración y la reconversión agraria forjaron un nuevo panorama en el mundo rural extremeño en el que el engorde del cerdo y su posterior sacrificio para consumo familiar empezó a tambalearse.

La generalización de la economía monetaria, de las pensiones y el nacimiento del Estado de Bienestar también contribuyeron a que pasara a tener un significado distinto, “más relacionado con la sociabilidad y el contacto entre familiares y vecinos”.

Aún así, todavía le quedaba trayectoria, pues durante los años 80 la matanza siguió constituyendo una de las estrategias de subsistencia de personas que tenían en esta actividad un complemento alimenticio importante. Fue a partir del año 2000 cuando su declive fue más “significativo”.

En la actualidad ya no tiene el sentido del pasado, cuando la matanza era el evento en el que fructificaban tratos de manera informal, en el que se pedía la mano a la novia y empezaban los contactos con la futura familia política. Era el momento en el que el espacio privado se hacía público porque el vecino entraba en dependencias reservadas de la casa.

Ahorrarse el sacrificio

Hoy goza de un significado distinto y también de otros formatos, pues muchas familias optan por adquirir el producto en la carnicería y hacer sus embutidos “ahorrándose toda la parte sacrificial del animal”.

Si estamos ante una práctica en peligro de extinción el tiempo lo dirá pues, como ha explicado Ismael Sánchez, todo depende de lo que quieran los extremeños. “Las tradiciones son elementos vivos y el futuro de un hecho social depende de que la sociedad que le ha dado vida, quiera seguir manteniéndola o no”, ha señalado.

Por ello, aunque su dimensión económica “per se” ha cambiado mucho, la matanza puede pervivir en unos contextos diferentes, como por ejemplo son las matanzas didácticas y jornadas gastronómicas que se organizan por toda la región.

Ello se enlaza, según este antropólogo, con la tendencia actual “a recuperar los emblematismos y los elementos identitarios de nuestros pueblos” ante la “marea globalizadora de imposición de un único modelo cultural”.

Y es que “el cerdo andando por la dehesa en la montanera y alimentándose de bellota quizás sea uno de los tópicos más visuales, identitarios y simbólicos de Extremadura”, donde también ha dejado su impronta en la arquitectura tradicional en forma de corralás y zahúrdas “para configurar la personalidad de nuestro paisaje”.

Es un elemento que identifica “frente al exterior” a una región que, con un millón de hectáreas de dehesa, acapara la mayor superficie de este paisaje cultural de la Península Ibérica.

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