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Desclasados

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y su consejero de Transportes, David Pérez

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Hace ya meses que me prometí evitar en todo lo que leo o escribo las palabras “Madrid” y “Ayuso”. Ni vivo allí, ni me gobierna ella. “Almeida”, directamente no computa en mi vocabulario, tengo suficiente con opinar sobre la gestión municipal del circo turístico en que se está convirtiendo Compostela. “Feijóo” me preocupa poco, porque después de más de una década de omnipresencia y “buena gestión”, empieza a ser desenmascarado como el triste villano de Scooby Doo que se escondía bajo el discurso mediático. Y la otra palabra con la que siento empacho es “generación”. Dicho esto, me dispongo a romper todas mis promesas.

Ayuso dijo: “¿Qué dificultades están encontrando los jóvenes hoy en España? Por un lado, la falta de estímulos. Lo tienen todo, o por lo menos tienen mucho más que otras generaciones”. Y añadió: “Pero les falta esa cultura del esfuerzo, que se ha ido perdiendo por las sucesivas leyes educativas”. No sé qué tal le habrá sentado la frase, entre otros, al exministro Wert, el caso es que a Twitter le sentó fatal. Concretamente a la gente joven, es decir, el 90% de mi TL. Y, de este modo, Ayuso consiguió una vez más lo que quería: toda nuestra atención. Hacer de España, Madrid, y de Madrid, España, tal como se propone cada vez que abre la boca. Darse la importancia que quiere que le demos. La que corren los medios a darle.

A mí, que había decidido enfrentarme por la vía de la omisión a Ayuso y su concepto de Madrid, lo que me preocupa no es que la presidenta de la Comunidad (esa metonimia a lo Tolkien) insulte a la juventud, sino lo que hay detrás: la intención nada inocente de dividirnos, de crear un enfrentamiento entre generaciones. Y aquí, en la herramienta poderosa de la palabra “generación”, en ese invento tan prolífico como inútil en los últimos tiempos, es donde reside la clave de todo.

Después de leer algunos de los miles de tuits donde se criticaba el ascenso de Ayuso desde las Nuevas Generaciones del PP hasta la presidencia de Madrid y el contraste entre su trayectoria meteórica y la cultura del esfuerzo, después de ver cómo todo el mundo revisaba con bisturí científico o whatsapero el concepto de meritocracia, encontré a un par de usuarios indignados con una medida reciente: a partir de enero de 2023, los mayores de 65 no pagarán el abono de transportes en Madrid. El argumento en contra era algo así como: “Yo tengo 27 años, un sueldo de mierda y pago el metro. Mi casero de 65, no”. Ayuso estaría orgullosa.

Quizás es porque vivo en un país que envejece a pasos agigantados, Galicia, y en el que el transporte urbano no es funcional, aunque sí gratuito hasta los 21, pero el caso es que la brecha generacional es una cuestión que cada vez me preocupa más. El modo en que la derecha -la democrática y la fascista, si es que alguna vez han existido con independencia- emplean esa lucha aparentemente secular como una especie de distracción, al tiempo que consiguen apartarnos de los demás, de los de nuestra misma clase social. Porque no nos engañemos, chaval de 27 con un sueldo de mierda, hay demasiados pensionistas precarios en este país, demasiados parados de larga duración, demasiadas víctimas de todas las crisis y, asumámoslo ya, la precariedad aumenta en todas las franjas de edad, pero afecta siempre a los mismos: los llamados humildes, las trabajadoras.

Entre otras de las perlas que soltó Ayuso en el congreso titulado 'Juventud, un proyecto de vida' se cuenta: “La izquierda se aprovecha de todo: para acortar la infancia, prolongar la adolescencia, sin responsabilidades, y ahora pretendiéndose adueñar de la salud mental. Todo en un mismo pack. Lo único que se pretende es que se estudie menos, se trabaje menos, pero se odie más”. Efectivamente, cada vez estoy más seguro de que ese odio del que habla es culpa de todos: de unos y de otros. Que hay algo mal resuelto en que ese odio no se convierta en rabia, en una rabia de clase, que no generacional. Porque la rabia, comparada con el odio, ha demostrado ser más productiva.

Este -igual que tantos otros- es cada vez más un estado de desclasados, de aturdidos por discursos efectistas en medio de la tormenta, por luchas sin sentido. No dejemos que dividan todavía más nuestra miseria laboral, mental y educativa. Conversemos con aquellos mayores que nosotros que llevan años padeciendo la desigualdad estructural: ellas tienen el remedio contra la nostalgia mal entendida. Pienso en la hipoteca de mis padres, en la pensión de mi madre y en los esfuerzos físicos sobrehumanos por tener una casa en propiedad. Pienso en la doctora que, mientras me extendía la receta, me dijo que un ansiolítico por las noches es lo que toman “todos los viejecitos”. ¿Acaso hay adolescentes de más de 65 años? 

Si escribo hoy sobre Ayuso es porque temo continuar siendo un desclasado durante mucho más tiempo, porque si algún día los suyos vencen, yo espero no olvidar nada de lo que aquí he escrito. Y es que, en todo esto, la presidenta de la Comunidad de Madrid es lo de menos. Siento mucho quitarle protagonismo.

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