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El debate de la TVG: una catástrofe para Rueda y para el PP

Alfonso Rueda, con los moderadores del debate

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Vale, no creáis al CIS. Pero no es sólo el CIS el que advierte de la posibilidad de cambio en Galicia. Garganta Profunda afirma que el propio PP no lo descarta. Están preocupados. Y, sí, el PP puede perder Galicia. Repito: el PP puede perder Galicia. Por eso, este debate amañado -la CRTVG tiene un morro que-se-lo-pisa-, orquestado a la medida de Rueda por una TVG que cada vez tiene menos vergüenza, tenía tanta importancia. Cada voto importa.

El plan era que los cuatro grupos progresistas se enredasen entre sí y le dejasen a Rueda, colocado en el centro, el gesto presidencial. No cayeron en esa trampa. Lejos de convertirse en un busto de César, lleno de elevada dignidad, Rueda llevó un chorreo permanente. No era capaz y, tal vez, no daba crédito. Creo que va a rodar alguna cabeza hoy. Todo lo que no se escucha nunca en TVG se escuchó ayer. La TVG se pasó de lista y le salió fatal. Un desastre absoluto. Ana Pontón habla, en efecto, como una presidenta; Besteiro hizo su papel con oficio, y Marta Lois e Isabel Faraldo fueron eficaces. En realidad, en conjunto, las mujeres brillaron más. Estuvieron pletóricas. También eso es un índice de cambio social.

Después de una catástrofe de esta magnitud, tal vez Rueda se decida a acudir al debate de TVE. O no. La repetición de una debacle así puede transformarse en una hecatombe electoral. Y definitiva. Hasta ahora, los electores daban por descontado que el PP iba a ganar. Pero la campaña electoral está moviendo los marcos. Una campaña electoral está constituida por la suma del partido, el candidato y el mensaje. Pues bien, de los tres elementos, dos, el candidato y el mensaje, le están fallando al PP.

Que Rueda es un mal candidato, huérfano de carisma, lo sabe hasta el apuntador y el debate lo confirmó. Los medios afines intentan convertir al robot en un ser humano impuntual, pero no es fácil. Además, lo que tiene que defender es impresentable: los últimos quince años fueron inanes. Los empresarios lo saben. Pero no se equivoquen: no se trata sólo de él, el mensaje del PP, comandado por Feijóo, es penoso. Una metedura de pata. Una cagada, me temo. Un error estratégico. En un país en donde casi dos millones de gallegos viven en concellos gobernados por una coalición y en el que la opción de gobierno preferida por los electores es la de un gobierno de coalición progresista, ¿les va a dar miedo esa coalición gobernando la Xunta?

Feijóo está tan supercontento consigo mismo que no parece ser consciente de que no está dando mítines en el Barrio de Salamanca ni en Chamberí. Convertir las elecciones gallegas en un test sobre el sanchismo y la amnistía es vivir en Babia. Ya se sabe que el PP de Galicia pasó a mejor vida, pero no cambiar ni modular los mensajes para la sensibilidad local no tiene un pase. Que se sepa, en Galicia, a los votantes indecisos no los va a mover Puigdemont (¡Ostras! Parezco Jiménez Losantos dando consejos al PP). ¿Qué le pasa al PP? ¿Ya no lee encuestas? ¿Ya no conoce ni a su propia gente?

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