Un barrio saliendo del barro: la oda de Santiago a las casas bajas de Vallecas y a su gente

Derribo de las casas bajas de Palomeras en 1984

Nerea Díaz Ochando

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Un joven Santi Vaquero dejó su pueblo, La Puebla de Almoradiel en Toledo, para ganarse la vida en la capital. Al poco tiempo de llegar a Madrid un amigo le acogió en su casa en Vallecas. Aquel barrio al que fue a parar se había cimentado sobre suelos de barro y sus vecinos vivían sin luz ni agua. Lo que parecía que iba a ser temporal se terminó convirtiendo en años, el barrio de Palomeras Bajas se volvió un hogar para Santi.

Su historia es una más de las miles que pasaron por las casas bajas de Vallecas, una barriada que los vecinos construyeron con sus propias manos. En la década de los 40 desembarcaban allí migrantes castellanos, extremeños y andaluces en busca de trabajo. “Eran la mano de obra barata y precaria que necesitaba la capital y el régimen para engrandecer Madrid”, recuerda Vaquero. 

Todos llegaban a Madrid “con una mano delante y otra detrás”, sin alternativa habitacional. “Les vendían parcelas y ahí tenían que edificar, todo era ilegal”, explica Santiago. La fuerza con la que contaban, dentro de las pésimas condiciones, era la solidaridad habitual de esa época, “había mucha miseria pero lo poco que tenían lo repartían”, unos valores que Vaquero considera que se han ido perdiendo con el tiempo. Muchos trabajaban de albañiles y cuando llegaba alguien nuevo al barrio no dudaban en levantar cuatro tabiques para que nadie se quedase sin un techo. 

El nacimiento de este “poblado alegal” coincidió con un momento incipiente de creación de asociaciones y movimientos vecinales. El espíritu combativo de Santi le llevó a participar en algunas protestas a finales de los 70 que quiso retratar para la prosperidad. A través de su Nikon FM supo capturar la esencia de aquel lugar en el que a pesar de tener muy poco fue muy feliz.

Una exposición dedicada a Vallecas

Hace cuatro años, ya de vuelta a su pueblo, Santiago decidió revelar varios carretes de negativos que tenía guardados. “Les tenía ganas”, comenta Vaquero. Cuando contempló el material que tenía no dudó en enseñárselo a su hijo, Javier Vaquero. Quedó impresionado con las fotografías y de inmediato pensó “tengo que hacerle una exposición a mi padre”.

Javier tenía claro que había que mostrar al mundo esas imágenes, “me enseñó los negativos y me parecieron brutales”. Impulsado por su hijo y comisario de la muestra, el fotógrafo autodidacta de 71 años se lanzó a hacer público su archivo personal hace tan solo unos meses con una clara intención: regalar a las vallecanas y a los vallecanos un pedazo de su historia. “A Vallecas le tengo un amor especial”, cuenta Santiago en conversación con Somos Madrid. 

El proyecto, fruto del trabajo en equipo de padre e hijo, debutó el pasado mes de octubre en La Quinta del Sordo. Después pasó por el Ateneo Republicano de Vallekas hace unas semanas y ahora llega al Centro Cultural Paco Rabal, donde estará montado hasta el 5 de marzo. Tanto Javier como Santi aspiran a continuar acercando las fotografías a otras localizaciones de la capital, la próxima apertura será en Rivas-Vaciamadrid y posiblemente tenga continuidad en la Fundación Anselmo Lorenzo, con la que actualmente se encuentran dialogando. 

La exposición está dividida en dos partes, una sobre el derribo de casas bajas en 1984, a color y otra sobre la vida de Vallecas en 1979 en blanco y negro. En esta última Santiago ha recopilado imágenes de la gente y las calles de aquel entonces, jóvenes protestando y la que fue la Asociación de Vecinos de Palomeras bajas. Toda una vuelta al pasado con la que el fotógrafo asegura que “mucha gente se identifica” sin necesidad de haber vivido en este barrio pero haberlo hecho en Orcasitas, Carabanchel, Villaverde o Tetuán. 

La historia de un barrio que quedó bajo los escombros

La muestra comienza con el que fue el final de las casas bajas de Vallecas. En 1984, habiendo abandonado el barrio hacía unos años y con su hijo recién nacido, Santiago recibió una llamada. Aquel amigo que le dio cobijo en su casa cuando llegó a Madrid le necesitaba. “Me dijo Pedales (su apodo en el barrio) van a tirar las casas. Cogí el bus sin pensarlo y me fui”, relata el fotógrafo. 

Aquella noche fue larga y triste, “pasamos la noche haciendo hogueras, fue inolvidable”. A primera hora de la mañana llegaron las excavadoras al poblado y comenzaron a derribar los que habían sido los hogares de muchas familias durante más de 30 años. Pero dentro de la tristeza había algo de esperanza, “las personas que vivían allí, sobre todo las mujeres, iban hacia una vida mejor en los nuevos pisos donde iban a vivir”.

Cambiaron sus calles de barro por colmenas de pisos, algo con lo que los jóvenes del barrio no estaban conformes, pero que las mujeres de Palomeras Bajas recibieron como una gran noticia. “Para mí, las mujeres son una pieza fundamental en todo esto y las que más sufrieron”, explica Santi, “tenían que parir en aquellos habitáculos, criar a sus hijos y después dejarlos a quien podían para ir a limpiar la casa de los ricos al barrio de Salamanca”, añade. 

Para el fotógrafo “la vida de la mujer fue mucho más ingrata”, se fueron con pena pero contentas por conseguir una vivienda con condiciones más dignas. A pesar de la mejora del cambio, los vecinos de las casas bajas pasaron media vida buscando su lugar, “les cortaron sus raíces dos veces, la primera, cuando tuvieron que emigrar de sus pueblos y la segunda, cuando les derribaron sus casas”. De aquel trágico final surge el relato más íntimo y cercano de Santiago o “Pedales” (como firma en la exposición), el mayor homenaje a una comunidad ya desaparecida. 

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