Cine y amabilidad como alternativas al rearme: la lección del ciclo de Filmoteca sobre la Primera Guerra Mundial
“Todo empezó hace 15 años, en otro país. Una tarde vi seguidas El gran desfile (1925), de King Vidor, y Vivamos hoy (1933), de Howard Hawks. Dos películas de la Gran Guerra en las que se inventa todo un arte del buen trato. Salí eufórica del cine, con un interés y una creencia renovados en nuestra pobre especie. Antes de aquello nunca había pensado seriamente en la Primera Guerra Mundial y en cómo la vieron (y la mostraron) sus contemporáneos. Con el tiempo, otras películas vinieron a confirmar mis intuiciones”. Así explica Miriam Martín, cineasta y programadora, el germen del ciclo que ha comisariado en Filmoteca Española.
Bajo el título No pudieron ser amables. Fábulas de la Gran Guerra, extraído de un poema de Bertolt Brecht, el Cine Doré de la calle Santa Isabel proyectará entre abril y mayo doce películas sobre el conflicto que marcó los primeros compases del siglo XX. Todas se estrenaron, además, antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. “Fue entonces, quizá, la última vez que la humanidad occidental pudo considerarse a sí misma con benevolencia. Antes de la bomba atómica y de los campos de exterminio, antes de trasladar a suelo europeo el modus operandi colonial. Fueron además los años en los que el movimiento obrero pudo soñar en serio y no melancólicamente, con millones de personas organizadas. Hasta Ernst Lubitsch se permite un poco de inocencia, aunque él y Josef von Sternberg, los dos emigrados, sean los más ambiguos, los menos creyentes”.
En estas declaraciones para Somos Madrid, Martín habla de Remordimiento (1932) y Fatalidad (1931), dos de las obras maestras incluidas en el programa (las sesiones de abril pueden consultarse en este enlace y las de mayo se anunciarán en semanas venideras). Arranca este viernes 4 de abril con una presentación de su responsable y la proyección de El gran desfile, la película que protagonizó una de esas sesiones que sembró en Martín la semilla que hoy brota en forma de este ciclo.
Llega en medio de un contexto en el que el lenguaje belicista parece haberse adueñado de nuevo de la esfera política y social, con la palabra “rearme” como gran representante. Martín lamenta el regreso de esta deriva, si es que alguna vez se fue: “No hay asunto más crucial que la crisis climática y todo lo que no sea poner los recursos y la inteligencia en eso es lucha de clases que vamos perdiendo. El rearme tiene que ver justamente con no cambiar el modelo productivo, con forzar sus límites a costa de lo que sea. La Gran Guerra fue una guerra imperialista y nacionalista, amén de un negocio gigantesco, en la que se jugó qué potencia iba a ser la hegemónica en los años por venir. Allá vamos otra vez, y con armamento nuclear”.
La también directora de cine, autora del cortometraje Vuelta a Riaño (2023), contrapone esta cosmovisión a algunas lecciones que se extraen de esta docena de películas: “Son fábulas porque en cada una de ellas hay una hipótesis ética, un cómo vivimos/cómo podríamos vivir. Y esas hipótesis tienen que ver con la amabilidad y sus variaciones, con la delicadeza, la nobleza de espíritu o la camaradería. Es como si los cineastas se preguntaran: ¿En qué consiste una vida humana? y se respondieran: En tratar de entenderse”.
“No es importante conocer la historia para no repetirla, sino para tener presente que siempre, en cualquier época, ha habido personas que se han enfrentado al orden de la dominación. Personas que han resistido, que han querido otra vida y que han tratado de anticipar esa vida en esta. La humanidad de la Gran Guerra es una humanidad distinta y distante, pero que nos contiene y que contenemos. Es una posibilidad nuestra”, expone Martín.
Películas que retratan la guerra como “una cosa cero sexy”
Frente a la espectacularización de gran parte del cine bélico, para Martín (y la mayoría de los cineastas del ciclo) la guerra es “una cosa cero sexy”. Se explaya en esta cuestión: “Truffaut dijo una vez, famosamente, que todas las películas bélicas acaban siendo probélicas. Creo que se refería a que los combates son muy atractivos de ver y de filmar, por la acción, la coreografía táctica, las bengalas en mitad de la noche... Y también al heroísmo y a la camaradería. Más allá de que la sociedad de las trincheras fuese algo bien real, las películas del ciclo son, sobre todo, de retaguardia y tiempos muertos”.
“Además, en las pocas secuencias de combate que hay, se nota y se siente hasta qué punto demostró esta guerra que el progreso técnico no orientado a cubrir necesidades se vuelve destructivo. La artillería, los bombardeos aéreos o los gases eran armas que obligaban a una relación abstracta y distanciada con la gente y con la tierra. El absurdo de la guerra es esa distancia, el morir a manos de nadie”, explica Martín.
No pudieron ser amables reúne siete películas estadounidenses (aunque varias las dirigen cinestas migrantes), tres soviéticas, una alemana y una francesa. Para la comisaria, el hecho de que Estados Unidos fuera la potencia triunfadora en la Primera Guerra Mundial “puede comprobarse incluso en este modesto programa de cine”. Y añade: “Lo singular es que Hollywood se llenó de artistas, y estas siete películas son fruto de un arte en su apogeo. Ellos se ocupan de todo: los protagonistas son franceses, alemanes, austríacos o rusos que hablan en inglés. Pero también experimentan como locos, sobre todo en los años de transición entre el mudo y el sonoro. Es un periodo muy excitante, casi soviético”.
Más tarde, sin embargo, se corrige a sí misma: “Bueno, en realidad no, porque el mundo que muestran las películas soviéticas y la alemana, tomadas por el espíritu de sus respectivas revoluciones, es más amplio. Incluye a más gente y una trama más rica e imprevisible de relaciones. Se trata de otra sensibilidad y se expresa con otras formas”.
“Y luego está Jean Renoir, un señor omnicomprensivo que por suerte para nosotras se hizo cineasta. Muchas películas francesas de la misma época y objeto parecen, en comparación con La gran ilusión, que merece toda su fama, anuncios de queso. No sé, tal vez haya ahí algo del entumecimiento moral del vencedor”, dice sobre la obra maestra de 1937.
El amor, el tabaco y el “derecho a la cotidianidad”
Además del contraste entre países, en el ciclo destaca cómo el romance y la camaradería sobresalen en medio del conflicto. En este sentido, Martín destaca el papel de las mujeres en la retaguardia: “Como digo en el texto de acompañamiento, el amor, en estas películas, es el derecho a la cotidianidad, a la vida ordinaria. Son las mujeres, que no combaten, las que se acercan a quienes no deben, las intercesoras, el género humano internacional. La protagonista de Suburbios (1933), de Boris Barnet, ejerce ese derecho con tanto ahínco que acaba por contagiar al resto, los afectos privados se vuelven públicos. A veces es solo cuestión de intensidad (y perspectiva comunista)”.
También en las películas estadounidenses las muestras de cariño son totalmente desinhibidas: “Excepto una, todas son pre-code [la época de Hollywwod previa a la introducción de las directrices de censura recogidas en el Código Hays], así que la gente se toca y se desea muy alegremente, sin ningún disimulo. Da gusto verlo. En El gran desfile, los amantes van a encontrarse por la noche y ella, de camino, pasa por delante de un rosal. Arranca una rosa, se la restriega por el escote y suspira, en éxtasis pequeño. La flor de la noche pa' quien la merece”
Más allá de estos gestos eminentemente románticos o sexuales, Martín subraya “un motivo que se repite por doquier, en Estados Unidos, Francia o la URSS”. La imagen no es otra que dos soldados de ejércitos enemigos compartiendo un cigarrillo, o varios. “El valor del tabaco en este programa es alto, cinematográficamente hablando, porque permite concretar y volver reconocible el gesto de compartir. Y en la guerra, el tabaco vale más que el oro”, recuerda. “Por eso Robert Desnos le escribió a Youki Foujita, desde el campo de concentración de Flöha, querría regalarte cien mil cigarrillos rubios. Pero esa es otra historia”.
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