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Vuelve la lucha a 'muerte' entre robots que estremeció a Homer Simpson

El Jefe Machacahomer a punto de entrar en acción

Lucía El Asri

Ha pasado más de una década desde que las peleas entre robots llegaron a la televisión para convertirse en uno de sus mayores espectáculos. Eran torneos brutales entre autómatas caseros, máquinas que parecían odiarse a muerte a pesar de su insensibilidad. Sus batallas sobre la arena se dieron a conocer allá por 1998 de la mano de la BBC y de su programa ‘Robot Wars’ (que duró cinco años), pero se hicieron realmente famosas cuando la cadena estadounidense Comedy Central creó su propio espectáculo: los famosos ‘Battlebots’.

El 'show' y sus desafíos deleitaron a miles de seguidores, e incluso la familia más famosa de la tele, los Simpson, que les dedicaron un capítulo por todos recordado en el que Homer se hace pasar por uno de estos androides asesinos. Este año la competición vuelve a emitirse como un programa de verano, pero será la cadena ABC la que se encargará de ello.

Aunque el tiempo haya pasado, su esencia sigue siendo la misma y hace posible que cualquiera “se divierta viendo cómo la tecnología lucha contra sí misma”, según explica a HojaDeRouter.com Alexander Rose, que se define como alguien que “construye robots destructivos y otras máquinas ridículas”. Es uno de esos ingenieros que llevan años creando robots para participar en competiciones como ‘Battlebots’ o ‘Robot Wars’.

Son torneos que, más allá del espectáculo, se apoyan en el trabajo de profesionales y estudiantes que aplican sus conocimientos para crear máquinas resistentes, con la intención de que nunca puedan ser destruidas.

Esas máquinas habitualmente no superan el metro de altura, pero atraen a miles de personas que apuestan por sus favoritas como si de un combate de boxeo se tratara. Más allá de su presencia en televisión, y aunque hace tiempo que dejaron de emitirse sus apasionantes batallas, fueron y son muchos los que han seguido implicados (con mucha pasión) en este mundo de fabricación y lucha a vida o muerte entre seres inanimados (valga la paradoja).

El proyecto ‘RoboJackets-BattleBots’, impulsado desde el Instituto de Tecnología de Georgia, se dedica también al desarrollo de este tipo de robots. Ryan Martin, director de la iniciativa, explica que diseñar este tipo de máquinas “da una sensación espectacular de haber conseguido un logro”. Describe el tiempo de diseño y de creación como estimulante, y cree que ese proceso es casi más importante que las batallas. “Es el que nos hace volver a participar cada año en la competición”.

¿Qué es un ‘Battlebot’?

Desde los orígenes de esta disciplina competitiva, han sido numerosos los diseños que se han batido sobre la arena. Sin embargo, casi todos siguen modelos estándar. Algunos tienen forma de cuña: su parte frontal inclinada hace que puedan recoger a su oponente y, por ejemplo, volcarlo o hacer que choque contra la pared. Otros son conocidos como “hilanderos”, tienen forma de peonza, pueden girar muy rápido y golpear a su oponente.

Los hay aún más agresivos. Los conocidos como “tambores” son tan pesados que pueden lanzar a otros robots por el aire o contra la pared, mientras que los “trituradores” son capaces de morder a sus oponentes y doblar sus partes más duras. Por último, los robots “aleta” están equipados con un brazo que les permite zurrar a sus rivales sin piedad.

Estos autómatas suelen competir en categorías que dependen de su peso, aunque en el nuevo programa de televisión de ABC lo harán todos contra todos, sin tener en cuenta su talla. Desde el más ligero, con 27 kilos, hasta los de 54 kilos, 100 kilos y 154 kilos (los más pesados). Toro, por ejemplo, pesaba 154 kilos, mientras que T-Minus pesaba 54. Son dos de los robots diseñados por el ingeniero Rose. Ambos ganaron en su día el 'show' televisivo y estuvieron entre los más apreciados por el público.

Las batallas no suelen durar más de tres minutos. La lucha empieza cuando cada uno de los oponentes se sitúa en un extremo del campo de juego (cuya medida depende del peso de las máquinas), y solo puede ser interrumpida por un humano cuando los robots no son capaces de separarse por sí mismos, cuando ambos permanecen inactivos durante mucho tiempo o cuando se incendian.

En caso de que una sola de las máquinas sea incapaz de moverse durante treinta segundos seguidos (porque haya recibido un golpe duro o porque haya quedado atrapada en la arena), queda fuera de combate.

Si un ingeniero tiene mucho apego a su robot y sabe que va a ser destruido en cuestión de segundos, puede perder el combate a propósito y salvarle la vida. Gana el que antes haya conseguido deshabilitar a su adversario. Si ambos robots logran sobrevivir a los tres minutos, los jueces de la batalla juzgarán asignando puntuaciones y analizando los niveles de agresión, de daño recibido y de estrategia. No obstante, el modo de juego y las reglas pueden variar en ciertos puntos para cada competición.

El coste de estos robots depende de lo complicado que sea su diseño y fabricación, aunque rondan entre los 92 y los 184 euros, exceptuando los de mayor peso y lo que necesitan controles eléctricos más caros. El tiempo que requiere fabricarlos depende de su nivel de sofisticación. Por ejemplo, un robot que sólo tenga una cuña en su parte delantera puede ser construido en unas dos semanas, explica Martin, aunque los suyos han necesitado entre ocho y doce semanas de construcción y modificación.

Cuando animas a destruir tu propio robot

Cada vez que un robot entra en competición necesita después ser restaurado, reparado y mejorado. Se trata de una labor intensa que obliga a los ingenieros a conocer cada avance tecnológico que surge y aplicarlo a sus máquinas. “Crear un buen robot requiere una cantidad significativa de trabajo, de construir y encontrar problemas y de reconstruir cuando los problemas han sido identificados”, explica Martin.

Este ingeniero ha dedicado la mayor parte de su tiempo a diseñar a CATHII, una especie de hilandero equipado con dientes de acero y herramientas pensadas para desgarrar a sus rivales. En ocasiones, también utiliza el fuego como arma.

Ha competido en varias ocasiones, y a pesar de que “el show fue espectacular”, aún tiene problemas significativos para girar y para utilizar sus armas, por lo que su creador cree que habrá de rediseñarlo por completo. Ese es el día a día del padre de un ‘Battlebot’. Son batallas en las que esos creadores, a menudo, animan a la destrucción de su propio robot. “Ver las llamas y los pedazos de metal es muy emocionante”, afirma Martin.

Pero, ¿no puede ser también frustrante construir para que solo queden restos deshechos? Según Martin, los sentimientos son muy encontrados. Por un lado, controlar y modificar continuamente los diferentes elementos del robot para que todo se ajuste a las necesidades de la competición “produce un subidón de adrenalina estimulante”. Después, cuando los robots están sobre la arena, la sensación es de preocupación y nerviosismo, alentado por los aplausos del público.

“Y entonces todo termina y tenemos que ir corriendo hacia los 'boxes' para reparar las máquinas inmediatamente”. Es una corriente interminable de actividad y de estados emocionales. En el fondo, “es algo triste ver destruida una máquina en la que has pasado tanto tiempo trabajando, es algo que tiende a deprimir el espíritu”, reconoce. Consuela saber que puede repararse, que es posible encontrar una solución “para que tu robot no sea derrotado de nuevo”.

Los que toman parte en este tipo de competiciones creen que las lecciones que se aprenden antes de la batalla son necesarias para llegar a ser ingenieros bien formados, para poner en práctica lo que solo se sabe en la teoría. Al fin y al cabo, “no hay nada más frustrante que trabajar en algo y a medio camino saber que no obtendrá ningún resultado”.

Hacerlo con algo tan divertido como un robot de combate hace que esa frustración se atenúe cuando los problemas a los que hace frente el ingeniero son reales. Sirve para ensayar el constante ciclo de prueba y error al que esos ingenieros tendrán que enfrentarse en el mundo de las cosas 'serias'.

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Las imágenes utilizadas en este artículo son propiedad, por orden de aparición, de RoboJackets y Alexander Rose

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