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Dispositivos médicos: cuando un fallo en la tecnología te puede costar la vida

La tecnología de los hospitales también pueden fallar (Foto: Wikimedia Commons)

Hoja de Router

La aplicación de la tecnología en la sanidad ha supuesto grandes avances para los profesionales del sector, que han podido mejorar la calidad y la velocidad en el diagnóstico y cuidado del paciente. Sin embargo, esas supuestas mejoras no siempre se han saldado con los mejores resultados.\>

Según la máxima autoridad estadounidense en materia de salud, la Food and Drug Administration (FDA), los fallos de 'software' y seguridad estuvieron detrás de la retirada del 24% de los dispositivos médicos que abandonaron el mercado en 2011. Y es que la tecnología capaz de medir en tiempo real, por ejemplo, los niveles de glucosa de un paciente diabético, o de controlar la actividad de los marcapasos; no está exenta de errores, virus informáticos o de ataques.

De hecho, el debate sobre el 'hacking' de este tipo de dispositivos lleva ya unos años sobre la mesa. El primero en abrirlo fue Jay Radcliffe, un experto en seguridad informática diabético que en 2011 programó un sistema capaz de controlar a corta distancia una bomba de insulina ajena. Difundió su descubrimiento en la conferencia de seguridad informática Black Hat de Las Vegasa a través de una polémica ponencia titulada “Hackeando dispositivos médicos por diversión e insulina”.

Después llegó Barnaby Jack, el 'hacking' de marcapasos y la leyenda negra por su fallecimiento horas antes de presentar sus conclusiones en la edición 2013 del prestigioso congreso de seguridad informática.

Pero además de sufrir ataques, los equipos tecnológicos también pueden producir lamentables consecuencias a causa de un mal funcionamiento. De hecho, la FDA admitió el pasado año que fallos en los desfibriladores de emergencia podrían haber provocado “cientos de muertes”.

Estas máquinas son unos equipos portátiles que se instalan en espacios públicos y que se usan para reanimar a personas que han sufrido un ataque al corazón o fuertes arritmias mediante una descarga eléctrica. Te podrás imaginar que un fallo en su funcionamiento puede significar la diferencia entre la vida o la muerte. Sin embargo, según la FDA, entre 2005 y 2012 recibió hasta 45.000 informes de incidencias por equipos que no funcionaron correctamente en EEUU.

En España, la Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios ha notificado desde 2009 dos incidencias relacionadas con estos equipos. Una debido a problemas en el encendido y la gestión de batería y otra porque se registró que algunos equipos perdían la carga si no se utilizaban en tres años. Pese a ello, en España no existe ningún registro donde se puedan consultar las consecuencias de estos problemas.

Un caso dramático tiene como trágicas protagonistas las máquinas de radioterapia Therac-25, diseñadas por Atomic Energy of Canada Limited (AECL). El 'software' de estos aparatos, al procesar datos por separado y luego unir sus resultados, producía errores si una de las partes tardaba más o menos tiempo que la otra en procesarse.

Como resultado se constataron al menos seis accidentes entre 1985 y 1987, en los que los pacientes recibieron sobredosis masivas de radiación, aproximadamente cien veces la cantidad prevista. Tres de ellos murieron como consecuencia directa. Un caso parecido de sobreexposición radiactiva por un fallo de 'software' se produjo también en Panamá con la máquina Theratron 780-C, que en este caso se cobró la vida de nueve personas.

“Hay muchísima gente que desconoce que en los tratamientos de cáncer o de lesiones tumorales en el cerebro se les da unas dosis de radiación que no son adecuadas y por las que el paciente puede morir”, asegura Carmen Flores, presidenta del Defensor del Paciente, a HojaDeRouter.com “El tema está en el desconocimiento, ya que si tienen una patología grave es difícil demostrar que han muerto más por la radiación que se ha dado que por la propia patología”.

En este sentido, Flores recuerda el dramático caso de Arturo, el hijo de Isabel Ferragur, un joven de 30 años que “murió a causa de unas radiaciones mortales”. “Tenía una neurosis obsesiva que, por ejemplo, le hacía lavarse las manos continuamente, de manera exagerada. Esto le acomplejaba muchísimo, por lo que le ofrecieron un tratamiento privado que lo que provocó es que le quemó el cerebro con unas radiaciones”.

Según lo establecido en un directiva aprobada a principios de años por el Consejo Europeo, todos los hospitales tienen hasta 2018 para adaptarse a a la nueva forma de medir y registrar las dosis de radiación de los procedimientos diagnósticos y terapéuticos.

De este modo, se pretende que los centros impongan requisitos más estrictos en lo que respecta a la información que debe proporcionarse a los pacientes, el registro y la notificación de las dosis, el uso de niveles de referencia para diagnóstico y la disponibilidad de dispositivos indicadores de dosis. En concreto, esta normativa pretende que se haga un esfuerzo para que la justificación de los procedimientos y el uso de mayor o menor de radiación se lleve a cabo de forma más estricta conforme a la relación entre riesgo y beneficio.

Cuestión de vida o muerte

Aunque es más bien un caso aislado, un fallo tecnológico fue también el responsable del caos en el que se vio sumida el 26 de octubre de 1992 la ciudad de Londres por culpa de una avería en el ordenador que se encargaba de gestionar el servicio de ambulancias.

A raíz de ello, se estima que hasta 20 londinenses murieron esperando una asistencia que llegó a tardar hasta once horas. Aquel caso obligó a que el jefe de servicio de ambulancias de la capital, John Wilby, se viese obligado a renunciar poco después.

Historias como estas nos recuerdan la importancia que tiene la tecnología en un sector tan delicado como el sanitario. Cualquier deficiencia en el 'hardware' o el 'software' de los aparatos médicos puede ser fatal, y aspectos como la seguridad informática - ante el riesgo creciente de ataques sobre dispositivos con acceso inalámbrico - deberían recibir una atención mucho mayor. A menudo es una cuestión de vida o muerte.

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