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Más luz, menos luz. Los dedos de Juan Luis Rod fueron calibrando la potencia del foco hasta dar con la intensidad apropiada para iluminar el objeto en el centro del estudio. Clic, clic, clic. Una ristra de fotografías. Como ocurre en las campañas de publicidad, se eligió un archivo .jpg que después abrió un programa de edición. Una vez pulidas, se incorporó un claim a las imágenes, repetido en todas ellas, y un pequeño mensaje, diferente en cada una. Ya estaban listas para exportar e imprimir.
Cuando llegó el momento de exhibirlas no acabaron en una valla; ni siquiera, en el humilde hueco de una pared llena de carteles. Su destino eran unas toallas en las que nadie se tumbó a broncearse bajo el sol de octubre. Extendidas en la arena, recordaron hace unos días a los bañistas otoñales –“el turista tranquilo”, como se llama a menudo a quien visita la isla en las fronteras de la temporada– que alquilar –o comprar– una vivienda en Eivissa es un lujo fuera del alcance de casi cualquier trabajador a sueldo, de casi cualquier autónomo.
La performance se llevó a cabo en ses Figueretes, una de las playas con las que limita el callejero de la capital ibicenca. Es el primer “grito silencioso” de Ens fan fora, un colectivo artístico que acaba de nacer con un propósito de denuncia tan explícito que su nombre lo lleva implícito: “Nos echan”. Como si quisiera subrayar el trasfondo del asunto, el Instituto Nacional de Estadística acaba de publicar la última edición de sus Indicadores Urbanos, un radar para detectar cómo se mueve el dinero en las ciudades españolas y que, por tanto, pone cifras al coste de habitarlas.
Eivissa –y Santa Eulària des Riu y Sant Josep de sa Talaia, los otros dos municipios de la isla donde también viven más de 30.000 vecinos– aparece entre los quince lugares más caros para alquilar una vivienda: 944 euros. Al nivel de Madrid y Barcelona, y de sus periferias. Muy por encima de los 650 euros en los que se sitúa la media nacional. Por debajo –al ser el promedio entre alquileres viejos y nuevos alquileres– de los que se pueden encontrar –si se busca para todo el año– en las principales webs de anuncios inmobiliarios.
“Nunca había tenido la oportunidad de ir a Ibiza hasta que me tocó impartir aquel taller y tengo que reconocer que me vi sobrepasado. Los propios participantes me contaron sus experiencias cuando han tenido que buscar una casa al llegar a la isla o cuando no les ha quedado más remedio que mudarse porque les subían el alquiler”, explica Juan Luis Rod. Onubense y freelance, las imágenes de los proyectos en los que se ha embarcado captan escenas de la vida de más de una docena de países africanos (Uganda, Mozambique, Burkina Faso, Malí…), con alguna experiencia también en Latinoamérica (Brasil, México y Perú).
¿Por qué eligió entonces un fotoperiodista que ha publicado en periódicos como The Guardian o El País y ha colaborado con organizaciones como Médicos del Mundo o la Agence Française de Développement cuando aterrizó en Eivissa para colaborar con Ens fan fora?
–Trabajo habitualmente en campos de refugiados y me contaron que en la isla, como cada vez es más difícil el acceso a la vivienda, hay cada vez más personas que viven en la furgo, en el coche… o en campos, no sé cómo definirlos, donde hay chabolas. No es fácil conseguir que la gente que, por desgracia, vive en la calle, se deje fotografiar. Con razón, suele haber mucha reticencia. Pero conseguimos que nos dejaran ir a uno de esos poblados a impartir el taller. El problema es que llovió mucho aquel día y, después de la parte teórica, nos tuvimos que quedar en el aula. Entonces me di cuenta que la clave alta y la clave baja, dos técnicas que se utilizan sobre todo en la fotografía publicitaria para retratar artículos de lujo, nos podía ir muy bien.
Dice Rod, que animó a sus alumnos a jugar con elementos que tuvieran a mano. Llaveros, una papelera, un ladrillo traído de un descampado, algunos billetes se presentaron como si fueran fragancias, bolsos, pendientes de perlas, relojes de oro. Un reciclaje, visual y elemental, con un mensaje muy claro: un derecho reconocido en la Constitución se ha convertido en un privilegio. Continúa el fotoperiodista: “Habitamos un mundo estético. Si no creamos imágenes impactantes, que pellizquen a través de la forma, el espectador no se va a parar. Con la instalación de la playa creo que lo han conseguido: las fotografías estaban al alcance de todo el mundo que pasara por allí y quien se paró delante de las toallas pudo leer las frases”. Las habían rescatado de las crónicas que cuentan desde hace años cómo en Eivissa es cada vez más cotidiano tener un sueldo –o unas ganancias, más o menos estables, en negro–, pero no un hogar.
Habitamos un mundo estético. Si no creamos imágenes impactantes, que pellizquen a través de la forma, el espectador no se va a parar. Con la instalación de la playa creo que lo han conseguido: las fotografías estaban al alcance de todo el mundo que pasara por allí y quien se paró delante de las toallas pudo leer las frases
Migrantes, mujeres, funcionarias... nadie se salva
La variedad de los personajes de aquellas historias demuestra, también, que es un problema mucho más extendido y transversal de lo que parece a simple vista. En las imágenes de Ens fan fora hay funcionarias de más de cincuenta años (“Vivía en un piso normal, pero los incrementos del precio nos acabaron echando. Nos pedían más de 2.000 euros, una cantidad inasumible, a pesar de que las dos cobramos una nómina normal”). Migrantes que han levantado una chabola para no dormir al raso (“No me alcanza. Un alquiler cuesta 1.500 euros. El 90% del sueldo se va sólo en pagar la casa”). Extranjeras que se ven obligadas a volver a su país natal después de décadas en la isla (“Estoy planeando el regreso a mi ciudad natal después de décadas viviendo en Santa Eulària”). Mujeres que no encuentran vivienda porque son madres (“Sólo quiero un techo, una dirección donde mi hijo Óliver pueda decir: ‘Vivo aquí’”). Abuelas que ven cómo sus nietos crecerán lejos de la isla donde crecieron sus padres (“Mi hijo, nacido y criado aquí, tuvo que marcharse en 2023 porque no podía darle una buena calidad de vida a sus hijos”). Profesores y maestros que con treinta y tantos siguen atrapados en los veintipocos (“Llevo diez años viviendo como si estuviera de Erasmus. Cada año es una odisea encontrar un lugar donde vivir”).
En las imágenes de Ens fan fora hay funcionarias de más de cincuenta años ('Los incrementos del precio nos acabaron echando'), migrantes que han levantado una chabola para no dormir al raso ('El 90% del sueldo se va sólo en pagar la casa') y profesores que, con treinta y tantos, siguen atrapados en los veintipocos ('Llevo diez años viviendo como si estuviera de Erasmus')
Leer aquellos testimonios –sumados a los que le contaron los propios alumnos del taller– fue para Juan Luis Rod un baño de realidad. “Supera la ficción”, dice, lacónico, el fotoperiodista.
–¿Es más difícil ver la miseria de una isla europea, que es destino turístico a nivel mundial, que en África?
–En cualquier país africano hay una clase alta muy alta y muchísima clase baja, apenas hay clase media. Después de pasar tres días en Ibiza, y por lo que me han contado personas de mi comarca, en la Sierra de Aracena, que han estado o llevan años haciendo temporadas en la isla, la clase media ibicenca también está desapareciendo. Pero quizás impacte más la miseria en Ibiza porque no vas allí con la predisposición de encontrarla.
Desde Ens fan fora anuncian “nuevas instalaciones” en otras localizaciones turísticas para el futuro. Y, también, expos. Hasta diciembre, las primeras imágenes creadas por este colectivo estarán colgadas en Can Jordi, un colmado de carretera donde se programa música en directo y se reúnen alguna de las voces más reivindicativas de una isla donde la protesta social es mínima desde hace más de una década: las manifestaciones –masivas– para rechazar las prospecciones petrolíferas y el fracking que se planeaba en el Mediterráneo español no han tenido correspondencia ante el drama que supone la avaricia inmobiliaria, pese a que el alquiler medio ha subido –datos del INE– un 70% desde 2015.
Pueblo pequeño, infierno grande: el silencio pesa más en las islas. La prudencia se transforma en tabú. Una muestra es que la mayoría de ibicencos que forman parte del colectivo Ens fan fora prefieren permanecer en el anonimato o mantener un perfil bajo. Marta, que también es miembro del Sindicat de Llogateres, sería una excepción: “Me apunté a este taller porque me gusta la fotografía, pero nunca había ahondado en la fotografía social. Me parecía una buena oportunidad para experimentar. El resultado fue bastante interesante, se sacaron fotos que decían mucho con dos o tres elementos. Yo vivo en una casa de alquiler con otras seis personas. La encontramos en el rebufo del confinamiento, cuando los alquileres bajaron un poco o se mantuvieron, y se liberaron casas del alquiler turístico. También mucha gente se fue y había más oferta. Ahora esos contratos están venciendo y nos suben casi un 50% el alquiler: mil euros a sumar a los dos mil y pico que ya costaba. Así que he decidido ir a otro sitio porque no quiero asumir ese abuso. He encontrado algo provisional pero, de momento, sin cuarto de baño”.