Cuando el Patrimonio de la Humanidad sirvió como refugio para huir de los bombardeos fascistas
Las ciudades, como los cuerpos, conservan en su piel las cicatrices de la historia. Las marcas del paso del tiempo permanecen en las esquinas, los portales, las plazas y los barrios. Emergen susurrando historias del pasado a quienes quieran escuchar. Carlos de Salort y Miquel López Gual son dos historiadores menorquines que han pasado cuatro años prestando atención minuciosa a las historias que susurran los siete municipios de Menorca. Hurgando, literalmente, en las entrañas de la isla, para entender y contar cómo se vivieron a pie de calle los días de la Guerra Civil.
La finalidad principal es descubrir qué papel tuvieron los refugios antiaéreos en Menorca y si algunos talayots y navetas, declarados recientemente Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, fueron usados como escondite por los menorquines durante los bombardeos de la Alemania nazi y la Italia fascista.
“'La investigación comenzó en 2019 para verificar qué había de real en el mito que sostiene que Maó está todo conectado por túneles subterráneos construidos desde 1937 hasta poco antes de 1945, cuando el fin de la Segunda Guerra Mundial disipó el temor de los bombardeos y aquellas construcciones quedaron en el olvido”, relata Miquel López Gual. “Visto en perspectiva, hemos constatado tres tipos de refugios: el tipo sótano en domicilios particulares, que generalmente había servido como cantera para levantar la casa, las galerías subterráneas en forma de mina, que iban a más profundidad que los sótanos, y por último las cuevas de la periferia de las ciudades y el campo”, apunta Carlos de Salort.
El informe final, elaborado sobre territorio, con fuentes orales y revisión de archivos militares y civiles, consta de mil páginas y fue entregado el pasado mes de octubre al Consell Insular de Menorca. Es el fruto de esta larga tarea, donde los historiadores han detallado y documentado cuidadosamente cada resquicio de cada municipio en que la población menorquina se ocultó durante años de las bombas. Y a pesar de todo el trabajo hecho ambos investigadores reconocen que “seguramente” haya más refugios.
“En Maó hemos documentado más de 50 refugios de túneles en galería, además de los sótanos de las casas que son muchísimos más y que, por otro lado, en muchos casos están interconectados. En Ciutadella hay al menos 15 túneles en galería construidos a pie de calle, además de los refugios en domicilio”, señala Miquel López. A modo de reflexión, Carlos Salort apunta: “Nuestra intención ha sido intentar traer a la actualidad el retrato de cómo se vivió ese momento. Cómo fue que hace 80 años familias enteras huyeron a vivir en cuevas separadas por telas entre el pánico y la mierda”.
Túneles, refugios y cuevas prehistóricas
Menorca quedó aislada del resto de Balears desde el fracaso del bando sublevado en julio del 36. A diferencia de Eivissa y Mallorca, los republicanos mantendrán el control sobre la isla hasta el fin de la contienda. El precio por los detenidos y fusilados del bando sublevado fue alto y se pagó con los bombardeos sistemáticos que sufrió la isla. La tarde del mismo 26 septiembre, un escuadrón de la Aviación Legionaria Italiana sobrevolaba Maó. Cientos de vecinos salieron a las calles a ver de qué se trataba aquél espectáculo, muchos de ellos era la primera vez que veían un avión en su vida. El resultado de esa incursión fueron los primeros seis civiles muertos por bombardeos en Menorca. A partir de ese momento, los vuelos serán prácticamente diarios.
Según apunta Carlos Salort, fue precisamente la aviación italiana la protagonista de casi la totalidad de los bombardeos a Menorca: “Especialmente los aviones Savoia Marchetti 79, que eran muy modernos para la época, sembraron el terror en la isla. La aviación del bando nacional desarrolló sobre todo vuelos de reconocimiento y hemos podido documentar también al menos un bombardeo de la llamada 'aviación negrilla', que era el nombre con el que se conocía en la época a las escuadras de la Legión Cóndor, que en Fornells hundieron un barco francés en octubre del 37”.
La situación de terror y aislamiento, las noticias de la Guerra, la miseria y las carencias de todo tipo movilizaron al conjunto del tejido social de la isla a la tarea más imperiosa del momento: garantizar sobrevivir a los bombardeos. “El pánico era total. El sonido de los motores creaba una psicosis generalizada. Hay que tener en cuenta que Menorca registró al menos un vuelo, -a veces de reconocimiento, a veces de ataque aéreo-, cada tres días, desde septiembre del 36 hasta el final de la guerra en febrero del 39. El factor guerra psicológica fue devastador”, declara Miquel López.
El pánico era total. El sonido de los motores creaba una psicosis generalizada. Hay que tener en cuenta que Menorca registró al menos un vuelo cada tres días. El factor guerra psicológica fue devastador
El historiador también señala que, a pesar del quiebre económico generalizado que vivía la isla, existió una enorme red de solidaridad popular para hacer frente a la construcción de refugios donde todos pudieran guarecerse: “Se organizaron ferias, colectas, fondos por suscripción popular y hasta obras de teatro para sufragar los gastos de materiales y sueldos de los obreros calificados para hacer los refugios”.
Hacia los talayots
López y Salort lograron dar con un anciano protagonista de aquellos días llamado Xisco Moll, que recordó cómo los más pequeños como él (entonces tenía apenas cinco o seis años) se sumaban a la tarea ciclópea de extraer la roca de las entrañas de la tierra con dinamita y berbiquíes. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de sindicatos, partidos políticos y milicianos, hombres, mujeres y niños, por garantizar una red de defensa pasiva lo suficientemente extensa para toda la población, los esfuerzos apenas alcanzaban.
Hacia 1937 cientos de familias decidieron refugiarse campo adentro y más concretamente en las viejas minas de marès y en las cuevas milenarias que abundan en la isla y por las que recientemente ha sido reconocida como Patrimonio de la Humanidad. Todo se reutiliza en clave de guerra. “Hay que tener en cuenta que el estado de movilización bélica era total. Está documentado por ejemplo que el Talaiot de Biniarroca, una construcción milenaria del período talayótico, fue reutilizado como infraestructura para instalar una dirección de tiro para una batería antiaérea”, apunta Salort.
Los refugios no bastan y se construyen tarde. El éxodo hacia el campo no se detiene. Las ciudades comienzan a vaciarse. Menorca vive bajo tierra. “Hemos encontrado documentos públicos donde se pide que la gente regrese a los pueblos porque todo el mundo huyó hacia el campo a resguardarse en cuevas. Por ejemplo, tenemos documentado por archivo y por fuentes orales que lo que hoy es el Museo del Mar Thalassa, en Es Castell, fue un gran refugio para todos los vecinos de esa localidad donde se resguardaron cientos de personas”, señala Miquel López.
Hemos encontrado documentos públicos donde se pide que la gente regrese a los pueblos porque todo el mundo huyó hacia el campo a resguardarse en cuevas
El historiador invita a imaginar las condiciones en que cientos de personas se hacinaban bajo tierra durante horas o días, a veces en plena oscuridad, sin ventilación, ni baño y muchas veces sin luz. “El archivo municipal recoge el testimonio de un médico que señala las condiciones paupérrimas de salubridad y que advierte de que podía ser un foco infeccioso y epidémico”, enfatiza su compañero. Ambos historiadores coinciden en que existen indicios de que muchas otras cuevas talayóticas y prehistóricas podrían haberse usado como refugio antiaéreo, pero el problema de un trabajo de reconstrucción como este, es que depende de las fuentes orales y éstas tienen fecha de caducidad.
La Cova dels 5 Portals perteneciente al mítico poblado del período talayótico de Torralba d’en Salort, las cuevas de Binicalsitx, la Cova de Sa Pólvora o la Cova de Ses Ánfores (que luego sería una discoteca hoy abandonada y tapiada) son algunas de las cuevas en que se han registrado personas refugiadas durante los bombardeos, según López y Salort. “Hemos llegado por distintas vías a relatos orales de gente que estuvo en la misma cueva el mismo día y sabemos que estaban allí porque el día era el del fin de la guerra. Muchos relatos cuentan que, tras el anuncio del fin de la contienda, en la misma cueva había familias llorando y familias festejando. Ese es el retrato que también nos parece interesante, que no es sólo un retrato de Menorca, sino de lo que pasaba en toda la península también”, enfatizan.
Muchos relatos cuentan que, tras el anuncio del fin de la contienda, en la misma cueva había familias llorando y otras festejando
Los ecos de la Guerra Civil quedan lejos. Los ecos de las bombas suenan hoy, otra vez, tristemente cerca. “Después de casi 5 años de estudiar los refugios creo que uno de los elementos más valiosos que tiene esta investigación es aportar una mirada sobre cómo vivió el pueblo menorquín todo el proceso de la guerra, más allá de la contienda en términos políticos o militares. Es una perspectiva popular sobre el sufrimiento cotidiano de la población que también nos permite entender por qué hoy hay una plaza donde antes hubo un edificio o por qué todavía por qué hay un espacio verde donde antes hubo un barrio de pescadores”, reflexiona Carlos de Salort.
Por su parte, Miquel López profundiza un poco más: “Pienso que más allá del relato histórico o de las lecturas académicas, lo interesante de esta investigación es el valor pedagógico. Fuera de los nombres y las fechas que se estudian en historia, es importante pensar e imaginar, enseñar con evidencias y testimonios, qué pasó cuando las bombas que hoy caen en Medio Oriente o en Ucrania caían en Maó o Es Mercadal. Traer esa imagen al presente”.
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