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Una pista de circo es una escuela

La Tarumba en acción.

Isaac Altable

El circo, ese espectáculo que tantas veces parece ya sobrepasado por la vida del siglo XXI, tiene una idiosincrasia que lo lleva y lo trae: su vocación itinerante lo erige en un nómada del arte. Y de gira en gira, de ciudad en ciudad, se va empapando de la realidad que lo acoge. Al fin y al cabo, lleva todo consigo y no precisa más que un descampado donde levantar su carpa.

“Desde nuestra fundación, las giras nos han hecho conocer la desigualdad de Perú”. Quien habla es Estela Paredes, directora en la compañía La Tarumba, una versión del circo del arte que se autodenomina “Circo-social”. Tarumba es un espectáculo artístico, una pista circense. Pero le añade algo más: “Intentamos reafirmar nuestro trabajo con grupos desfavorecidos”.

Allí donde acuden con sus números, se instala también una propuesta pedagógica “para trabajar con niños y jóvenes”. Intentan que se aprenda a instalar el optimismo, la autoconfianza… “Usamos locales comunales, parroquias, escuelas o plazas y funcionamos en alianza con instituciones locales”. Los talleres utilizan la expresión artística para reforzar esas aptitudes que serán materia prima para el desarrollo de los futuros ciudadanos. La llegada del circo, esa hilera de pequeños que perseguía al convoy a su entrada a la ciudad, se ve más justificada si de la mano traen unas horas de aprendizaje social.

Sobre su manera de enseñar, La Tarumba cuenta que se basan en “el juego como medio de expresión espontánea, donde hay roles, tareas y reglas que cumplir”. Por otro lado, “el afecto, que integra, anima y entusiasma”; y, por último, “la creatividad, para fomentar la productividad y la transformación”.

En todo caso, parece que la diversión se convierte en el vehículo de enseñanza. Luego este núcleo lo aplican en distintas versiones de esos talleres. Los más integrales se destinan a “adquirir habilidades interactuando con los demás y el entorno”, y en el que piden “ganas de trabajar en grupo y jugar”. Pero, además, han creado un proyecto más específico que han denominado El Circo Invisible, para “jóvenes líderes de las zonas urbanas marginales, que les permite ser parte de la construcción de nuevas propuestas de participación ciudadana”, detallan. “Nunca es tarde para aprender”, matizan los responsables para animar a adultos de las zonas en las que se establecen a pasarse por los talleres y formar grupos de personas más mayores. ¡Fuera vergüenza y a participar!, reza el eslogan.

Como no podía ser de otra manera, no se han olvidado del leit motiv de la compañía y trabajan en la Escuela Profesional de Circo Social, donde se imparten “técnicas circenses pero aplicadas desde el rol social de cada uno”. Tres años para salir convertido en parte de La Tarumba. Este proyecto –que algunos han comparado con una especie de Circo del Sol suramericano– se ha incorporado a Momentum Project de BBVA y Esade para dar un impulso a su misión, entre artística y educativa.

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