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“En dos años, Brasil ha retrocedido décadas”

Guilherme Boulos, precandidato a las elecciones presidenciales por el PSOL (Partido Socialismo e Liberdade).

Víctor David López

Lula da Silva dice que le recuerda a él cuando era joven, pero Guilherme Boulos no quiere estas presiones: “Lula no está muerto. Lula está vivo y es precandidato a presidente de la República”. Este activista de tan solo 36 años está considerado la raíz de la nueva izquierda brasileña, descompuesta con su máximo líder en la cárcel, con Dilma Rousseff destituida de su cargo de presidenta hace ahora dos años y sin relevo en el Partido dos Trabalhadores. A la izquierda del PT, va avanzando poco a poco el PSOL (Partido Socialismo e Liberdade).

El líder del Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST) y precandidato a la presidencia por el PSOL se encuentra con eldiario.es en un hotel del centro histórico de Río de Janeiro. Carga un paquete de octavillas electorales, no muy grande, para un acto de partido al que acudirá justo después de esta charla. Su semana no ha sido fácil, porque ha tenido que declarar ante la Policía Federal: el MTST ocupó ilegalmente el famoso apartamento por el que está preso el expresidente Lula.

Las explicaciones empiezan por ahí. “Fue para demostrar una farsa judicial, fue una acción de denuncia política y simbólica. En este momento tenemos a Lula condenado y preso sin pruebas. Las acciones políticas deben ser tratadas en el ámbito del debate político y no policialmente”.

La declaración de Boulos es un ejemplo más del ambiente enrarecido en Brasil en los últimos tiempos. “Es preocupante para la democracia que acciones políticas se conviertan en denuncias criminales”, dice.

El trabajo de Boulos y del PSOL desde el origen de los movimientos sociales requiere tiempo, pero en precampaña no ahorra promesas para el hipotético caso en que pueda ayudar en alguna coalición que llegue a gobernar. Habla abiertamente de “un plebiscito que revoque las medidas tomadas por el gobierno ilegítimo de Michel Temer. En dos años han hecho retroceder décadas a Brasil”.

Una reforma laboral que retira derechos históricos, la congelación de inversiones públicas para los próximos 20 años a través de una enmienda constitucional o la entrega del petróleo [reservas petrolíferas del pré-sal] a empresas extranjeras, son algunas de las disposiciones que Boulos borraría de inmediato.

Como en Brasil no es complicado que la ficción supere a la realidad, se puede utilizar el universo del cuento para ejemplificar algunos problemas. Habla Boulos del Disneyland financiero: “Los bancos hacen lo que quieren, necesitamos una reforma financiera”. Compara el sistema tributario con Robin Hood, pero a la inversa: “Se lo quitan a las clases bajas y a las clases medias para dárselo a los más ricos. El 49% de la recaudación progresiva es sobre consumo, y solo un 20% es sobre las rentas”.

La reforma tributaria es un aspecto que la izquierda tiene por bandera, porque la desigualdad –y todo lo que viene detrás– ya ha superado todos los límites por estas tierras. “Brasil es el país donde seis multimillonarios tienen más riqueza que cien millones de personas. Hay un abismo social”, indica el precandidato. “No somos un país pobre, estamos entre las mayores economías del mundo, pero en un radio de cinco kilómetros puedes encontrarte el Índice de Desarrollo Humano de Suecia y el de Zimbabue, dentro de una misma ciudad”.

En el transcurso del encuentro, Boulos entrega el material electoral a un asesor y también su teléfono, que arde desde primerísima hora de la mañana. Hay muchas cosas en juego en la política brasileña en los próximos meses. Temer ocupó el lugar de Rousseff y su nivel de aprobación entre la población del 4%, el más bajo de toda la historia republicana.

Si Boulos tuviera alguna oportunidad de gobierno, reduciría el poder de los políticos para aumentar el de las personas: “Con plebiscitos y referéndums, necesitamos más democracia participativa. Democracia no puede ser depositar un voto en una urna cada cuatro años y después no decir nada más”.

Este germen de la nueva izquierda brasileña debe afrontar para ello un cambio clave: pasar de ser una parte del sistema –que según ellos ha fracasado– a ser una alternativa. Eso implica partir casi de cero, y de ahí las dificultades. Mientras lo logran, en la sociedad se va instalando la violencia, la intolerancia, el miedo y el odio. “Y existen políticos que explotan este miedo”, asegura Boulos. “Hay que sumarle además la falta de debate en la sociedad, con monopolio mediático. En caldos de cultivo como este se activaron regímenes autoritarios en varias partes del mundo”.

Para ayudar a reflejar la atmósfera que se vive en el país en los últimos tiempos, puede analizarse otro tema mucho más secundario. Estamos en pleno Mundial de fútbol  y, al contrario que en otras ocasiones, no se nota en las calles, acostumbradas a vestirse de gala para tales ocasiones.

La derecha se ha apropiado de los símbolos nacionales. “Como si Brasil fuera de ellos, como si ellos fueran el Brasil real y auténtico. Y las cosas no son así”, denuncia. Una ciudad que vive el fútbol como pocas, ahora sigue los partidos a muy bajo volumen. “Hay un clima de depresión política en la sociedad, cierta apatía”, asegura Guilherme Boulos. Inmediatamente subraya otro factor decisivo, desde luego: el 7 a 1 (victoria de Alemania frente a Brasil en las semifinales del Mundial de 2014). “Esa herida hay que cerrarla”.

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