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El intento de Merkel de controlar la Comisión Europea se topa con el auge de la extrema derecha y el desgaste del bipartidismo

Reunión de Juncker y Merkel en Berlín, el 4 de septiembre de 2018.

Andrés Gil

En Estados Unidos lo llaman brokered convention. Son aquellas convenciones en las que los candidatos llegan con un panorama abierto y, en lugar de ir a una aclamación, se someten a la votación de los presentes para su elección. Un poco como ha ocurrido en el Partido Popular con Pablo Casado y Soraya Sáenz de Santamaría, cuando la más votada por la militancia es desplazada en segunda vuelta por los compromisarios.

La futura elección del presidente de la Comisión Europea huele a brokered convention, como la que vivieron en Atlanta Frank y Claire Underwood al final de la cuarta temporada de House of Cards: llegaban a la convención demócrata de Atlanta con cierta ventaja, pero tuvieron que recurrir a todo para evitar un final descontrolado.

La canciller alemana, Angela Merkel, que se ha reunido este martes con el presidente saliente, Jean Claude Juncker, tiene claro que ahora ya quiere tomar el poder político de las instituciones europeas. Por primera vez, y justo cuando se va a producir el Brexit, la apuesta no es por el control de la política económica, sino por la Comisión Europea.

El peso de Alemania ya se siente a través del Consejo Europeo, en el que está presente como jefa de Gobierno del principal Estado miembro de la UE, y a través del cual Merkel influye en la orientación política, económica y social de la UE: las sucesivas ampliaciones de los últimos tiempos han sido una suerte de actualización del concepto del lebensraum alemán –espacio vital; teorización de finales del XIX instrumentalizada por el III Reich para justificar su expansionismo– en términos económicos y geopolíticos. Pero ahora quiere dar un paso más.

La elección de Jean Claude Juncker en 2014 se realizó por primera vez con el método conocido como Spitzenkandidat: es decir, que el presidente de la Comisión debe salir de los candidatos propuestos por los grupos políticos en las elecciones europeas y votado por la mayoría del Parlamento.

Tradicionalmente, la Comisión Europea ha sido un reparto entre populares y socialdemócratas, en función del peso de cada cual en las elecciones, al que han entrado los liberales.

Ahora, por primera vez, la incógnita está precisamente en qué panorama presentará el Parlamento Europeo tras las elecciones: ¿seguirán PPE y S&D representando más del 50%? ¿Irán juntos los diferentes partidos de extrema derecha ahora repartidos en tres grupos parlamentarios hasta el punto de colarse como segundos o terceros en la Cámara? ¿El presidente francés, Emmanuel Macron, se incluirá en el grupo liberal o montará un grupo propio –tipo Europa en Marcha– con otros diputados liberales y socialdemócratas?

Lo que está claro es que el panorama político tras las elecciones de mayo será previsiblemente más complejo que en 2014, y que Merkel va a necesitar algo más que un diktat para imponer a su hombre, Manfred Weber –este jueves arranca oficialmente la carrera entre los conservadores europeos para ser candidato a presidir la Comisión–, el jefe del grupo popular en el Parlamento Europeo y alguien con escasa experiencia de gobierno y muy aficionado al inter-rail, como presumió en su campaña para presidir el Parlamento Europeo. Weber ya ha anunciado que se presentará a la terna interna de su familia política para ser el nuevo presidente de la Comisión Europea.

En 2014, Juncker se impuso a los candidatos del resto de familias políticas: Martin Schulz –S&D–; Guy Verhofstad –liberal– ; Alexis Tsipras –GUE– y Ska Keller –Verdes–, y fue votado en la Cámara por populares, socialdemócratas y liberales. Pero entonces el reparto de los escaños facilitaba ese acuerdo a tres bandas.

En 2019, está por ver si se crea un gran grupo de extrema derecha en el Parlamento Europeo –ahora repartidos entre el PPE, como el grupo de Orbán; el Grupo de la Europa de las Naciones, donde está la Liga de Salvini; o el de los Conservadores y Reformistas, donde está el gobernante polaco Ley y Justicia– que se convierta en un nuevo y relevante actor para ser decisivo, de entrada, en la elección de quien presidirá la Comisión.

Merkel tendrá que negociar, y mucho, para conseguir el puesto que tanto ambiciona para los suyos, en un Parlamento que también será novedoso por la ausencia de los diputados británicos; con el previsible retroceso socialdemócrata en países muy poblados como Francia e Italia y con la irrupción de Macron y lo que puede representar: un desborde del bipartidismo por el centro que puede aglutinar en torno a sí grupos centrifugados de los tradicionales polos dominantes. ¿Cómo se comportará la parte francesa del eje francoalemán?

La apuesta de Merkel, aun pudiendo resultar ganadora finalmente, lo que sí parece es que resultará más cara de lo que lo han sido hasta el momento, porque de entrada la partida se presenta como una brokered convention, en la que la canciller alemana podría tener que ser tan resolutiva como los Underwood al final de la cuarta temporada de House of Cards.

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