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Mujeres, las primeras

Revolución 25 de abril

Pilar del Río

Periodista y traductora. En la actualidad preside la Fundación José Saramago —

Sabíamos, en aquellos tiempos de antes, que Portugal tenía lavanderas “muchachitas encantadoras, que de día iban a lavar y por la noche a enamorar”, una Virgen de Fátima que se aparecía en nuestras casas cada 13 de mayo y la cantante Amalia Rodrigues, voz de navaja que cortaba la respiración y a nadie dejaba indiferente.

A veces de Portugal llegaban noticias, por ejemplo que un dictador de nombre Salazar se cayó de la silla mientras el barbero lo afeitaba y ahí acabó su poder, que le sucedió un tal Marcelo Caetano y con él llegó cierto aperturismo, que había presidentes de la república pintorescos, partidos clandestinos, héroes asesinados, el general Humberto Delgado entre otros, cuyos nombres deberían estar presentes, hasta que el 25 de abril de 1974 supimos, y de qué manera lo supimos, que unos capitanes se sublevaron y al sacar tanques a la calle sacaron también lo mejor del ser humano.

Tras aquella Revolución militar que la población civil secundó como si hubiera estado esperándola y Maria de Medeiros contó en la película Capitanes de Abril, arrancó la Edad de la Democracia y en ella comenzaron a ser habituales en la vida publica las mujeres, que ya existían, digámoslo, aunque el oscurantismo, las normas y las costumbres impedía verlas. En la primerísima hora de la era democrática destacó, por su simbolismo y por su relevante humildad, Celeste Caeiro, una lisboeta que llevaba claveles que llevaba los claveles que no sirvieron en su lugar de trabajo y decidió repartirlos entre los soldados porque “era lo único que podía ofrecer”.

Los soldados aceptaron claveles y los colocaron en sus fusiles: la imagen dio la vuelta al mundo y se instaló en el imaginario de los soñadores y de quienes operan contra los sueños, pero la artífice del insólito gesto quedó en el anonimato. Celeste Caeiro tiene 86 años, vive con las dificultades lógicas de quien nunca ha dejado de ser pobre, mide alrededor de metro y medio, tiene los ojos brillantes, le dio nombre a una Revolución – la Revolución de los Claveles- y no se cree merecedora de ninguna medalla ni homenaje, tal vez por eso le falte el reconocimiento general y oficial.

Celeste Caeiro representa el concepto de ciudadanía como pocas personas. También ella, como si fuera un espejo, devuelve una imagen de falta de sensibilidad humana y democrática de la sociedad y de las instituciones. Realmente los pobres, las pobres, son invisibles.

Escritoras, profesoras, cantantes, compositoras, políticas, activista: los 45 años de vida democrática han cambiado radicalmente el retrato de un país que ahora se presenta en Europa y en el mundo como contemporáneo y no como residuo ancestral. La única mujer que ha sido jefa de gobierno en la península ibérica es portuguesa: Lourdes Pintasilgo, en 1979. Es verdad que la llamaban “ministro” y no ministra, pero desde entonces ninguna otra mujer que ocupara un lugar en el poder ejecutivo ha sido tratada en masculino, como les sigue ocurriendo a las mujeres que presiden instituciones, sea el parlamento, que durante una legislatura -en cien años de historia- estuvo conducido por Assunção Esteves, sea en instituciones privadas.

Presidir es cosa de hombres 

Presidir es todavía cosa de hombres, las presidentas no existen, aunque pueda haber, tal vez por delegación masculina, alguna mujer a quien se le dirá “señora presidente”. Afortunadamente sí hay pintoras, universo conquistado por varias mujeres en esta modernidad democrática. Paula Rego, es, en este contexto, la voz y el grito. Sus seres deformados cuentan más que cien tratados sobre la violencia y el sufrimiento. Intervino con obras decisivas, fuertes y doloridas, en la campaña a favor del aborto, que las mujeres portuguesas ganaron.

Paula Rego vive en Londres. Tiene casi 85 años, sigue pintando el mundo y su obra está en los mejores museos de arte contemporáneo. Y qué decir de Helena Viera da Silva, que vivió en el exilio y construyó desde la memoria las obras más hermosas. Ella y la gran poeta Sophia de Mello Breyner afirmaron, tras la Revolución. que la poesía estaba en la calle y lo dejaron claro en un cartel que es imposible mirar sin emocionarse.

Se impone viajar a Lisboa para recorrer los lugares de Sophia, subir al mirador da Graça y leer un poema, quizá éste, que lleva por título “25 de abril”: Esta es la madrugada que yo esperaba / El día inicial entero y limpio/donde emergimos de la noche y del silencio /y libres habitamos la sustancia del tiempo. Y luego, con ese placer incorporado, atravesar la ciudad y en Amoreiras entrar en la Fundación Viera da Silva, ver los claveles rojos que levemente pueblan el cartel de “A poesía está na rua” y sentir que esas mujeres organizaron el mundo y le dieron belleza. Tal vez allí mismo oír cantar a Teresa Salgueiro, y con su voz de luna naciente recorrer los perfiles de la ciudad como hizo Alain Tanner en “La ciudad blanca”. La voz de Teresa Salgueiro penetra casas y almas y es una bandera, dijeron en México y luego se ha repetido en varios continentes.

El nacimiento del feminismo moderno en Portugal tuvo tres nombres, “Tres Marías”, como fueron llamadas, tal vez con cierto desdén, que se enfrentaron a la dictadura a cara descubierta y sentaron las bases para que otras mujeres pudieran caminar. Ellas son Maria Isabel Barreno, Maria Teresa Horta y Maria Velho da Costa, las tres firmaron un libro que bien pudiera ser considerado un manifiesto feminista: Novas cartas portuguesas.

Esta obra magnifica, que reclamaba libertad y ponía de manifiesto la necesidad de que las mujeres se expresaran con sus propias voces, fue considerado inmoral y pornográfica por el régimen, las autoras procesadas y solo tras la Revolución fueron absueltas del grave delito que se les imputaba: pensar sin atender los cánones del patriarcado. Cada una de las autoras siguió su carrera literaria, son maestras de varias generaciones de activistas y Novas cartas portuguesas es un clásico contemporáneo que inaugura la modernidad esencial en Portugal.

Las “Capazes”

Las mujeres portuguesas no son lavanderas, como machaconamente se cantaba en España, son personas capaces y así lo reivindica un grupo que lleva ese nombre, “Capazes”, que engloba a profesionales de prestigio, feministas y activistas, que interviene en la sociedad como lo hacen otros colectivos.

Las propuestas de igualdad que defiende los movimientos feministas han conseguido instalarse en la sociedad con naturalidad, y ya nadie discute la paridad en las instituciones, el matrimonio entre personas del mismo sexo o el derecho al aborto.

La gestación subrogada y controlada fue aprobada en el parlamento tras muchos debates y a propuesta de la izquierda más radical. En la primera línea de la actividad política hay mujeres: el tercer partido en número de votos según las elecciones europeas, el Bloco de Esquerda, está dirigido por mujeres: Catarina Martins en la secretara general, jóvenes y feminista son también las portavoces parlamentarias y la líder de la representación europea. Todos los partidos tienen mujeres en sus direcciones y tanto el parlamento como el gobierno socialista se acercan a la paridad. La ministra de justicia, Francisca Van Dumem, es la primera persona negra que ocupa un lugar en el ejecutivo.

Las herederas de Agustina Bessa Luis

Y están las escritoras portuguesas más jóvenes, una lista interminable y feliz de narradoras y poetas cosmopolitas que escriben desde una identidad propia aunque con diferentes modos de mirar. Dulce Maria Cardoso, Inês Pedrosa, Alexandra Lucas Coelho y Ana Margarida de Carvalho son algunos nombres de autoras nuevas, traducidas y premiadas, que demuestran que la dinastía de Agustina Bessa-Luis, seguida que por Lídia Jorge, tiene continuadoras y, por tanto, la literatura no se acaba. Agustina Bessa Luis, mítica autora de La Sibila, acaba de morir a los 97 años. Su voz inaugural, siempre sorprendente, es cada día más reclamada. Dijo de sí misma que “nació mayor y moriría niña”, tal vez porque su obra es una continua e inaplazable búsqueda. Tampoco cae en el vacío el impulso que supuso María Lamas, periodista, feminista, militante comunista, perseguida por la dictadura y exiliada a Paris, autora que combatió la imagen de mujeres sumisas que el sistema proponía desde la revista Modas y Bordados y reclamó, junto a otros derechos, el derecho a la felicidad de las mujeres. O el trabajo de Maria Antonia Pallas, también periodista, que ha publicado recientemente un volumen con sus crónicas sobre el Mayo del 68, las que aparecieron y las que la censura retiró. Al libro, esta mujer que nació en 1933, le ha dado el estimulante nombre de Revolución, mi amor y lo ha dedicado a su hijo, el actual primer ministro portugués Antonio Costa. Todo un carácter de madre.

El carácter que han empleado tantas mujeres para mantener a lo largo de los tiempos líquidos las conquistas de emancipación que adquirieron fuerza legal en Portugal con el 25 de Abril y la Revolución de los Claveles. Que se llama así, y así quedó para la historia, por el gesto decidido y audaz de una mujer pequeña y muy grande que se llama Celeste Ceiro, a quien va dedicada este articulo. Con emoción y cariño.

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